Capítulo XII: Represalia (I/III)

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Había olvidado el maldito hechizo. Suspiré, luego le contesté en voz baja:

—De alguna forma este juramento está relacionado con lo que deseo hacer esta noche. —Ante mis palabras, Aren frunció el ceño y yo exhalé dispuesta a revelarle más de mis misterios—: ¿Recuerdas cuando conocimos a Gerald? Bien, en esos días encontré un extraño libro en una sala secreta de la biblioteca.

A medida que nos vestíamos le fui contando las circunstancias en las cuales me hice con el libro. Le hablé de la estatua y del dios escindido del cual no entendía cómo, ni por qué había desaparecido de las leyendas cosmogónicas de Olhoinnalia. Finalmente, le conté lo que pasó en Ausvenia con Odorseth y sus visiones, también le hablé de Caleb y el juramento que le hice. Cuando terminé mi relato, Aren estaba asombrado.

—Hay varias cosas que no comprendo de toda esta extraña historia, Soriana —dijo mientras se colocaba las botas de caña alta—. En primer lugar, ¿por qué Gerald tenía ese pergamino que hablaba de una sala secreta en la biblioteca de Augsvert, del libro y de ese dios al que te refieres?

—También me intrigaba saberlo, así que cuando viví en Doromir y tuve la oportunidad, le pregunté por el pergamino, me contó que ya no lo tenía y me explicó que de niño, él solía pasar algunas temporadas en el palacio del Amanecer. No hay muchos sorceres en Doromir, de hecho, Gerald es el único hechicero con sangre real. El rey Kalev estaba obsesionado con la magia y tenía la creencia de que su savje y el de Kalevi podían fortalecerse hasta ser similares al de Gerald, al de los sorceres.

»El rey acumulaba libros, pergaminos, tablillas, reliquias, todo lo que tuviera un nexo con la magia. Gerald me relató que encontró ese pergamino suelto entre unos libros en la biblioteca personal del rey Kalev. Cuando su madre lo envió aquí, Gerald vio la ocasión de investigar sobre eso. Sin embargo, una vez en el palacio Adamantino se concentró en perfeccionar su técnica de espada, perdió el interés y nunca más pensó en el pergamino.

Aren quedó en silencio lo que tarda en consumirse al fuego una brizna de paja, reflexionaba sobre lo que le había contado.

—Parece que fueron los hilos de Surt los que te llevaron a ese libro a través de varias coincidencias.

El hilo ineludible del destino.

Recordé la visión que me mostró Odorseth en Ausvenia y luego las palabras de Caleb, su creencia de que yo era una especie de versión reencarnada del príncipe Alberic. Necesitaba saber si todas esas cosas eran ciertas. A la luz de mis nuevos conocimientos y teorías, tal vez podía interpretar de mejor manera el libro misterioso o hallar alguna cosa en la sala secreta que arrojara luz sobre quién era la estatua y qué relación tenía con Alberic.

—Tal vez sí eres la reencarnación del príncipe Alberic, Soriana. Por algo Surt te puso en el camino de ese libro, de la estatua y su espada.

Miré a Aren asombrada de que él le diera crédito a esa profecía cuando yo todavía no estaba muy segura de qué pensar sobre ella.

—¿Le regresarás Augsvert a los alferis? —preguntó él inesperadamente serio.

En Ausvenia, luego de ver el pasado de los alferis, sentí que lo correcto era devolverles su reino, pero era muy consciente de las implicaciones que eso traería para mí y para los sorceres que vivían en Augsvert y la habían hecho su tierra.

—No soy la reina de Augsvert, ¿cómo podría convencer al Heimr de aceptar abrir las puertas del reino a nuestros enemigos?

—Y entonces, ¿qué piensas hacer?

—No lo sé. Por ahora solo quiero liberar a mi madre, ya después buscaré la manera de deshacer este gefa grio.

Aren y yo salimos de la habitación. Con paso silencioso recorrimos el corredor hasta llegar a mis antiguos aposentos. Frente a las puertas de madera, la nostalgia me estremeció y por un momento me quedé impávida sin saber qué hacer.

Augsvert III: la venganza de los muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora