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Era un día perfecto, pensó Anahí feliz al salir del cuarto de baño e ir a la cocina.

—Vaya, madrugas —comentó Alfonso.

Alfonso estaba preparando café. Llevaba pantalones vaqueros y una camiseta. Y ella sabía que, debajo, no llevaba nada.

Por supuesto, ella tampoco llevaba mucha ropa. Como no tenía una bata, Alfonso le había ofrecido una camisa blanca suya. Era enorme, pero le gustaba cómo le quedaba. Además, le hacía sentirse más cerca de él.

—A veces, me gustan las mañanas —dijo Anahí, incapaz de apartar los ojos de Alfonso.

—¿Estás cansada? —preguntó él.

—Sí. ¿Y tú?

—Me echaré una siesta.

Anahí rió. Alfonso encendió la cafetera eléctrica; después, se acercó a ella y la besó, deslizando sus manos por debajo de la camisa, acariciándole las desnudas nalgas.

—¿Otra vez? —preguntó Anahí con el pulso acelerado.

—Quizá después de desayunar —contestó Alfonso apartándose de ella—. ¿Por qué estás tan sonriente?

—Estaba pensando en anoche.

—Ah. Vale.

Anahí volvió a reír. Alfonso estaba aprendiendo a sentirse relajado con ella. Lo conocía lo suficiente para dudar de que eso le ocurriera con otras personas.

—Debes de tener hambre, ¿no? —dijo Alfonso.

—Estoy muerta de hambre.

Alfonso le indicó la nevera.

Anahí alzó los ojos al techo.

—No, gracias. Sé que no tienes nada en la nevera, aparte de unos cuantos condimentos y una caja de levadura.

—Crees que lo sabes todo, ¿verdad?

—Así es —Anahí se acercó a la nevera, la abrió y vio… comida.

—Has ido a la tienda de comestibles —dijo ella mirándolo.

Alfonso se encogió de hombros.

—Sí, mientras tú dormías.

—Tienes comida ahí dentro. Odias la comida.

—Me gusta la comida. Y como sabía que tarde o temprano ibas a venir, compré unas cuantas cosas.

Anahí examinó el interior del frigorífico. Había huevos, beicon, queso, bollos, zumo, pan, carne, lechuga y harina preparada para hacer pastas.

Cerró la puerta y volvió a mirar a Alfonso.

—¿Sabías que iba a volver? —preguntó Anahí.

—Eres muy obstinada.

Anahí se le acercó y le puso las manos en el pecho.

—Eres un tipo duro. Podrías mantenerme alejada de ti si realmente quisieras.

Alfonso suspiró.

—Anahí, no hagas una montaña de un grano de arena.

—Deja de decirme eso. Me invitas con una mano y con la otra me apartas — Anahí respiró profundamente para darse ánimos—. Estamos saliendo juntos. Tú puedes llamarlo como quieras, pero la verdad es ésa. Somos una pareja. Tú quieres seguir viéndome y yo quiero seguir viéndote. Eso es salir juntos. Acéptalo.

La expresión de los ojos de Alfonso endureció, pero no se apartó de ella. Entonces, le cubrió las manos con las suyas y se las apartó del cuerpo.

—Tengo mis motivos para no querer decir que salgo contigo —dijo Alfonso —. Salir con alguien implica fiarse de alguien, y yo no me fío de nadie. Y no voy a cambiar.

Placer InsospechadoDär berättelser lever. Upptäck nu