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—No lo entiendo —dijo Anahí —. No soy tu tipo.

—Eso ya lo has dicho antes. ¿Cómo puedes saberlo?

—No soy el tipo de nadie.

—No te creo —contestó Alfonso sacudiendo la cabeza.

—Es verdad. Mi doloroso pasado, en lo que a las relaciones románticas se refiere, lo demuestra. Para los hombres soy una buena amiga, alguien con quien hablar de cosas íntimas.

—Yo no hablo de cosas íntimas con nadie —la informó Alfonso.

—Deberías hacerlo. Es muy sano. Hablar de los problemas ayuda a resolverlos.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo he leído en una revista, creo. Se aprende mucho con las revistas.

La oscura mirada de él continuó fija en su rostro.

—Vuelve a la cama. Te llevaré a tu casa mañana por la mañana.

¡No! Anahí se negaba a que se la mandara a la cama como si fuera una niña.

—Pero ¿dónde vas a dormir tú?

—En mi cama, en mi cuarto. Tú estás en el de invitados.

—¿Es que no lo entiendes? Los dos estamos coqueteando, ¿no sería mejor seguir?

Con la velocidad del rayo, Alfonso le rodeó la cintura con un brazo y enterró los dedos de la otra mano en sus cabellos. Sus cuerpos estaban en contacto.

Anahí tenía la sensación de que Alfonso estaba tratando de intimidarla; no obstante, le resultaba imposible tenerle miedo.

—No vas a hacerme daño —susurró ella.

—Tu fe en mí es infundada. No sabes lo que puedo hacerte.

Alfonso bajó la cabeza y la besó dura, exigentemente. Se adentró en su boca y le acarició la lengua; luego, le chupó los labios.

Anahí le rodeó el cuello y dio tanto como recibió, desairándolo con la lengua. Lo sintió ponerse tenso, sorprendido. Entonces, Alfonso la estrechó contra sí.

Alfonso interrumpió el beso y se la quedó mirando a los ojos.

—Soy peligroso y no me gustan los jugueteos —dijo él—. No te convengo. No soy un hombre encantador. No llamo por teléfono al día siguiente y no me interesa pasar más de una noche con una mujer. No me puedes cambiar, ni reformar ni curarme. Deberías alejarte de mí, créeme.

Las palabras de Alfonso la hicieron temblar.

—No me das miedo —le dijo ella.

—¿Por qué no?

Anahí sonrió y le acarició el labio inferior con la yema de un dedo.

—Estoy de acuerdo en que eres un tipo duro y, probablemente, asustas. Pero Alfonso, me rescataste y también a los gatos, has sido amable con mi madre y con mi hermana; y cuando me llevaste a la cama, ni se te pasó por la cabeza aprovecharte de mí. ¿Cómo no me vas a gustar?

Alfonso cerró los ojos y lanzó un gruñido.

—Eres imposible —comentó Alfonso abriendo los ojos.

—No es la primera vez que oigo eso.

—También eres irresistible.

—Eso es nuevo —contestó Anahí suspirando—. ¿Podrías repetirlo?

Alfonso la empujó hasta ponerla contra la pared. Anahí sintió su cuerpo, su erección, contra ella.

—Te deseo —dijo él con voz ronca—. Quiero verte desnuda, rogándome y desesperada. Quiero penetrarte y hacerte olvidar hasta quién eres. Pero sería una tontería por tu parte dejarte hacer. Si esperases algo de mí, lo único que lograrías es sufrir. En cualquier caso, me voy a apartar de ti. Tú decides.

Placer InsospechadoWhere stories live. Discover now