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El beso que Alfonso le dio la dejó sin respiración.

Potente, sensual, erótico.

Anahí no sabía en qué radicaba la diferencia de otros besos, pero era diferente. Los labios de Alfonso eran firmes, exigentes, pero llenos de una ternura que le hizo desear darle lo que él quisiera.

Sabía que Alfonso podía tomar de ella lo que quisiera, era perfectamente capaz de hacerlo; pero el hecho de que no lo hiciera lo hacía aún más atractivo.

Anahí se aferró a él, rodeándole el cuello con los brazos. Apretó su cuerpo contra el de Alfonso. Y cuando Alfonso le acarició el labio inferior con la lengua, ella abrió la boca al instante.

Mientras se apoderaba de su boca, ella sintió un profundo calor en todo el cuerpo. El deseo la hizo temblar y, de haber estado de pie, se habría caído.

La lengua de él la exploró, la excitó. Alfonso tenía sabor a café y a algo exótico que la dejó deseando más. Le devolvió el beso con un entusiasmo que, probablemente, debería haberle avergonzado; pero supuso que, al ser una cosa del momento, debería dejarse llevar.

El beso continuó hasta que diversos puntos de su anatomía empezaron a quejarse, exigiendo el mismo tratamiento que su boca. Los pechos le picaban y sentía un cosquilleo entre las piernas. Por fin, Alfonso alzó la cabeza y la miró. La pasión oscurecía los ojos de él, haciéndolos parecer las nubes tormentosas, algo que jamás había pensado de los ojos de un hombre. El deseo tensaba sus facciones, confiriéndoles un aspecto depredador.

—¡Quieres acostarte conmigo! —anunció Anahí, tan contenta que estuvo a punto de besarlo otra vez.

Él murmuró algo ininteligible y la llevó de vuelta al sillón del cuarto de estar.

—No nos vamos a acostar —lo informó Alfonso.

—Sí, eso ya lo sé. No nos conocemos. De todos modos, te gustaría.

Alfonso sacudió la cabeza.

—¿Alfonso?

Él la miró.

Anahí contuvo la respiración al ver en los ojos de Alfonso que aún la deseaba. Algunos hombres le habían propuesto ir a la cama, pero nunca la habían deseado de verdad.

—Vaya, no son imaginaciones mías. Eres un encanto. Gracias.

—No soy un encanto. Soy un frío sinvergüenza.

Ni hablar. Anahí sonrió.

—Me has hecho feliz. Los hombres no me desean sexualmente.

Alfonso la miró de pies a cabeza; una mirada muy sexual. Anahí supuso que debería sentirse insultada, pero le resultó fascinante.

—Créeme, los hombres te desean. Lo que pasa es que no te das cuenta.

—No, no es verdad. Yo soy la clase de chica simpática y cariñosa que acoge en su casa a hombres que se sienten perdidos. No es que se vengan a vivir conmigo, claro está, pero los ayudo. Los animo, los apoyo, los mimo… y luego se van. Pero esos hombres nunca… bueno, ya sabes.

—¿Nunca han mostrado interés en acostarse contigo? —preguntó él sin andarse con rodeos.

Anahí parpadeó.

—No; por lo general, no. La verdad es que no me importa. Con algunos hago amistad, con otros… —Anahí se encogió de hombros—. En fin, es la vida.

Y realmente no le molestaba. Su destino era ayudar a los hombres y luego, cuando estaban bien, se quedaba sola. Sin embargo, a veces no le habría importado que la vieran como algo más que una amiga. Había habido un par de ellos con los que le habría gustado llegar a algo más.

Placer InsospechadoWhere stories live. Discover now