CAPÍTULO 4 ME LO DEBES

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_ Discúlpeme. - había dicho asustada en aquella ocasión. _ no fue mi intención molestarlo, pensé que ayudaba.

_ ¿No te enseñaron, que no debes de tocar las cosas de los demás? - sus ojos habían adquirido un brillo especial.

_ La verdad es que no. - dije. _ mis padres murieron antes de enseñarme nada bueno y en el orfanato lo único que me enseñaron fue a tomar lo de los demás y a no respetar nada, ni a nadie. - no sé por qué di esa respuesta, pero me arrepentí de inmediato, no sé qué estaba pensando. Yo sola estaba firmando mi sentencia.

Lo vi cambiar su expresión, era de total asombro. Seguramente se estaba preguntando cómo es que había confiado, y peor aún, metido a su oficina a una huerfana y además ladrona, ¿a su oficina? ¿a dónde seguramente tenía infinidad de cosas valiosas y papeles importantes?

_ ¿Me estás confesando que eres una ladrona? - me miró con cara de incredulidad.

_ Fuí. - me apresuré a aclarar. _ ya no y no me he robado nada de aquí, ni de esta empresa, recordé el asunto anterior. _ por favor no me despida, ni a mi jefe.

Su expresión volvió a cambiar.

_ ¿Cómo es que te contrató con esos antecedentes?

_ Él no sabe esto. Solo sabe que soy huérfana. - dije con timidez. Me sentía como una niña que ha sido pillada en una mentira. _ pero le juro que desde que salí del orfanato jamás he vuelto a tomar lo ajeno. - ahora no solo temía que me despidiera, si no que me enviara a la cárcel

_ Que interesante. - dijo, acercándose a mí. _ de modo que tenemos a una ladronzuela aquí. - su tono de voz era profunda y ronca. Me intimidó.

_ No puede acusarme de nada. - di un paso atrás. _ no le he robado nada.

_ No, pero has estado hurgando en mis cosas y en tu trabajo eso no se hace.

_ Solo le ayudé. - retrocedí de nuevo ante su cercanía, pero mi espalda quedó pegada a la pared.

_ Eso es imperdonable. Colocó sus dos manos a los lados de mi cabeza, sobre la pared, acorralándome. _ ahora no podré presumir que armé yo solo esta preciosidad. - su mirada había cambiado de nuevo, había una chispa de diversión en ellos.

Yo seguía asustada.

_ ¡Sólo quito las piezas y ya! - dije rehuyendo su mirada. Su perfume me embriagaba, su voz firme y seductora, y su cercanía, todo estaba en mi contra.

_ No te vas a librar tan fácil mente. - dijo acercándose más, si es que era posible, el hecho era que no me tocaba, pero como si lo hiciera, yo estaba perdida por él.

_ ¿Qué quiere que haga? - dije con voz ahogada.

_ Acompáñame. - dijo.

_ ¡Me está acosando! - lo miré casi en shock.

_ Solo te estoy invitando a cenar. - su mirada profunda me intimidó aún más. _ quizás después de que terminemos te perdone.

_ No puedo. - dije con rapidez escapando de su prisión. _ mi jefe me espera abajo, por si intenta propasarse conmigo. - dije tontamente.

El río y su risa hizo imposible que me resistiera más. No se lo dije, pero no fue necesario. Él ya estaba hablando con su jefe de seguridad, le pedía que le comunicara a mi jefe y con incredulidad lo escuché como lo enviaba a casa asegurándole, que yo estaría bien y que él se encargaría de que llegara con bien a la mía.

_ Me lo debes. - me sonrió. _ y descuida, no te haré daño, solo cenaremos y trataremos este asunto.

Me llevó a un restaurante, no era lujoso, era sencillo, con un ambiente por demás agradable, el personal lo conocía, por lo que deduje que era cliente habitual, lo trataban como a un rey, aunque él no reparaba en ello.

Ese fue el principio de todo, cenamos, charlamos, aunque más que nada él fue quien hablo y preguntó, quería saber más de mí y yo no pude resistirme a contar parte de mi vida, sin encubrir casi nada, le dije lo que había sido y lo que era ahora y el porqué, de mi fascinación por los rompecabezas, también él me contó que eran su pasatiempo favorito y que escogía aquellos que tenían grabado algo especial para él, que no escogía solo al azar, también me contó que sus padres estaban muertos, solo que ellos murieron cuando él cursaba la universidad, su padre había sufrido un ataque al corazón y su madre había muerto de tristeza, después de ellos, solo contaba con una tía lejana, a la cual visitaba cada vez que podía.

Después de la cena, me llevó a mi diminuto departamento, me sentía avergonzada, pero a él pareció no importarle.

_ ¡Espera! - dijo antes de que yo desapareciera detrás de la puerta de mi departamento, regresó a su auto, saco algo y volvió a mi lado.

_ Esto es para compensar el mal rato que te hice pasar en mi oficina. - me tendió una caja. No lo podía creer era un rompecabezas, era exactamente igual al que él tenía en su despacho.

_ Pero... - iba a protestar.

_ No me digas que no. - lo puso en mis manos. _ así evito que sigas moviendo el mío. - sonrió divertido. _ o mucho mejor,  armas el tuyo y luego me indicas en donde poner las piezas que a  mi me faltan.

Ya no pude negarme y tampoco pude evitar sonreírle agradecida.

_ ¿Ves? - me dijo acariciando levemente mi mejilla. _ tu sonrisa lo vale.

_ Gracias. - dije entrando y cerrando tras de mí. Estaba alterada, sonrojada... y enamorada.

Ese fue el comienzo de nuestra historia juntos, porque él no perdió el tiempo, al siguiente día no me dejó limpiar su oficina, por el contrario, dispuso una silla extra y me hizo sentar a su lado para seguir armando el rompecabezas, luego me llevó a desayunar, no importó cuánto me resistí los siguientes días fue lo mismo, mientras en mi hora de trabajo, lo ayudaba en su pasatiempo, en mi lugar una mujer ya mayor se hacía cargo de limpiar la oficina, luego supe que era Guadalupe, una empleada suya de muchos años, que era quien se hacía cargo de su departamento de soltero y también de su oficina, antes de que yo llegara

Pensé que estaría furiosa conmigo, pero resultó todo lo contrario. De sus empleados domésticos, fue una de las pocas personas, que no me miró con malos ojos, me hubiera encantado que fuera ella quien estuviera en mi casa como ama de llaves y no Glenda, a quien no me he podido acostumbrar.

A la semana me pidió que no trabajara más, no solo ahí, si no también en el edificio de departamentos, en donde hacía limpieza, hasta que terminaba mi turno.

Desde el primer día empezó a llevarme y recogerme para después invitarme a cenar, aún cuando yo no aceptaba, por lo que me dejaba en mi departamento, era y es un hombre al que no se le puede decir que no, quizás por eso era tan persistente, me daba mucha pena, pero mentiría si dijera que no estaba deslumbrada y encantada, aunque sabía que pronto terminaría, así como había empezado.

Por supuesto no dejé de trabajar, y no acepté nada de él, menos cuando dijo que vivía en una zona muy insegura y que mis condiciones dejaban mucho que desear.

_ No todos tenemos la suerte de nacer en cuna de oro. - repliqué.

_ No lo digo por ofenderte. - dijo en aquella ocasión. _ solo digo que tú mereces algo mejor.

_ ¿Y por qué tendrías tú qué dármelo? - protesté. Por cierto, me había pedido que nos habláramos de tú y que lo llamara por su nombre, y lo hacía, pero solo cuando estábamos a solas.

_ Porque no tienes a nadie más.

_ ¿Qué me pedirás a cambio? - lo miré decepcionada, nadie hacía algo a cambio de nada, y menos los hombres como él, que lo tenían todo.

_ De que seas mi esposa. - fue su increíble respuesta.

haremWhere stories live. Discover now