Cruce de miradas.

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Los oficiales escoltaban a dos detenidos respectivamente, quienes habían sido capturados luego de perpetrar un asalto a mano armada en un banco hacía unas semanas atrás. Durante el atraco habían dado muerte a un guardia de seguridad y a un trabajador del banco, y mientras llevaban a cabo la huida, dejaron a dos oficiales heridos de gravedad. Tres maleantes conformaban este equipo, y el tercero era escoltado unos metros más atrás, precisamente por el teniente Sixto Pérez.

El hombre de unos treinta y cinco años, piel clara y musculatura definida, llevaba su nariz rota y su ropa empapada en sangre, además de evidenciar una cojera en su pierna izquierda. Sus heridas eran producto de un enfrentamiento cuerpo a cuerpo con el teniente Pérez, quien sin dudarlo le atravesó la cabeza por el vidrio de la puerta de un automóvil, además de darle una patada certera en la pierna para inmovilizarlo.

—¡Voy a presentar cargos por lo que me hiciste, —alegaba el malherido— esto es abuso de poder maldito policía!

—¡Cállate hijo de perra, —el teniente le doblaba de tal manera una de sus manos, que el grito de dolor no se hacía esperar— esto fue solo una caricia de mi parte mal nacido, te esperan muchos años a la sombra, tendrás tiempo de sanar sus rasguños!

—¡Juro que te arrepentirás policía, verás que pronto saldré!

—¡Y te estaré esperando pedazo de basura, y no seré tan benevolente!

Rápidamente eran trasladados a uno de los calabozos por parte de los oficiales de guardia que se encontraban en el lugar, mientras el teniente Sixto Pérez se sacudía su gabardina y reacomodaba su corbata. El cruce de miradas entre aquellas leyendas vivientes no se hacía esperar, dejando sentir en el ambiente una tensión y silencio que solo ellos podían ocasionar.

—¿Otro día más de trabajo? —El teniente Espinoza se acercaba y le estrechaba la mano.

—Una basura menos en las calles mi amigo, —esbozaba por su parte Sixto Pérez— respondiendo el saludo y posando su mano en el hombro de su compañero.

—Así lo veo, ¿son los asaltantes del banco cierto?

—Así es. Fue un caso relativamente fácil esta vez.

—Ojalá todos los casos fuesen así mi amigo.

—Eso les pasa por asaltar el banco donde tengo mis ahorros. —Una leve sonrisa se delineaba en los labios del teniente Pérez, misma sonrisa que mostraba el teniente Espinoza, pues entendía la ironía en esa frase.

—Cuando tengas tiempo, necesito charlar unos minutos contigo.

—Durante la tarde podemos reunirnos si te parece.

—Me parece perfecto.

Los hombres se separaban y caminaban cada cual por su lado. No siempre se daba la posibilidad de que ambos se encontraran en la jefatura de policía, y no era de esperar que quienes observaban el encuentro lo hicieran en completo silencio, al punto que solo el sonido de sus pasos se dejaba sentir. De pronto el teniente Espinoza volteó la mirada hacia su compañero.

—¿Y qué pasó con tus lentes oscuros mi amigo, no me digas que por fin te deshiciste de ellos?

—¿Por qué crees que ese desgraciado venía en esas condiciones? —Volteaba la mirada y fruncía el ceño por la pregunta. Odiaba que lo hiciera.

—¿Cuántos lentes quebrados van ya? —Le encantaba preguntar aquello cada vez que lo veía sin sus característicos lentes oscuros.

—El tercero en lo que va del año. —Refunfuñaba— ¡Y apenas es Mayo!

Los hombres recorrían con la mirada su alrededor, notando el silencio y más de alguna mirada hacia ellos por parte de los oficiales presentes. Otros sin embargo, simulaban estar revisando algún papel en sus manos, o contestando alguna llamada al teléfono. Las cosas rápidamente cambiarían su curso al escuchar al unísono las voces de los tenientes.

El Carnicero del Zodiaco (EN EDICIÓN Y DESARROLLO)Where stories live. Discover now