Dicho esto, se marcha y nos deja, ahora sí, a solas en la tienda.

Noto un cosquilleo nervioso en el estómago. Con un suspiro, Connor se pone de pie. No puedo evitar lanzar una mirada fugaz a los papeles que tenía desperdigados por la mesa; deben de ser apuntes, a juzgar por las frases que ha subrayado en amarillo y las anotaciones que hay en los laterales. Luka me dijo que estudiaba en la universidad a distancia. Periodismo, si no recuerdo mal.

Me levanto para ir con él porque todavía no hemos acabado la conversación.

—De todas formas, ¿qué te ha hecho cambiar de opinión? —pregunta al oírme llegar. Está de espaldas a mí, sacando los productos de la caja para colocarlos sobre el mostrador—. Hace dos días pensabas que esto era una estupidez.

Hoy lleva una camiseta gris de manga larga que se ajusta a la parte superior de su espalda. Y es justo eso lo que estoy mirando, aunque sé que no debería. Es evidente que está acostumbrado a hacer ejercicio, o a quitar la nieve de las carreteras, o a lo que sea que hagan los chicos de su edad por aquí, porque lo que distingo a través de la tela son unos hombros fuertes y bien definidos. Estoy prestándole tanta atención que se me olvida que tengo que contestar.

—¿Y bien? —insiste al notar mi silencio, mirándome por encima del hombro.

Doy un respingo.

Y luego me aclaro la garganta.

Noto la boca seca.

Madre de Dios.

—¿Acaso importa? —Desvío la pregunta lo mejor que puedo.

—No, supongo que no. —Tarda unos segundos de más en despegar sus ojos de los míos. Se me ha acelerado el pulso. Connor se gira hacia el mostrador y apila varias latas con la intención de empezar a reponer—. No me has dicho cuál es la segunda condición.

No quiero volver a quedarme detrás de él, así que me adelanto cuando veo que se dirige hacia uno de los pasillos. Me cruzo de brazos, inquieta, mientras Connor coloca las latas de comida en la estantería de en frente, una detrás de la otra.

—Diez es un número demasiado alto.

—No entiendo a qué te refieres.

—No voy a escribir una lista con diez números —le explico—. Son demasiados.

—¿No se te ocurren diez cosas que quieras hacer antes de morir?

—Sí, pero se supone que tenemos que terminar la lista antes de que me vaya. Y no tengo pensado quedarme durante tanto tiempo. —Por alguna razón, decirlo parece incorrecto. Me guardo ese pensamiento para mí—. Con cinco cosas bastará.

Connor me lanza una mirada. Lo que menos me gusta de él es que no soy capaz de leer sus emociones. Y que, cuando lo hago, nunca estoy segura de que eso sea lo que siente de verdad. Me da la sensación de que sabe esconderse muy bien. Y eso me pone nerviosa.

Se gira y se pone a organizar la estantería que está a mi lado. Intento no moverme para que no note lo mucho que me afecta su cercanía.

—Con cinco no tenemos ni para empezar —replica—. Como mínimo, necesito que escribas siete.

—Me siguen pareciendo muchas.

—Tendrás que ponerte a pensar.

—No podremos terminar la lista.

—Entonces tendrás que quedarte más tiempo.

Voy a replicar, pero entonces levanta la mano por encima de mi cabeza y me da un vuelco el corazón. De pronto, está tan cerca que no puedo respirar. Solo tarda un par de segundos en colocar las últimas tres latas en la balda superior de la estantería. A mí me parece toda una eternidad.

Todos los lugares que mantuvimos en secreto | 31/01 EN LIBRERÍAS Where stories live. Discover now