𓋣 CAPÍTULO 7 - La existencia inmortal 𓋣

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Egipto, Primer Periodo Intermedio (c. 2181-2050 a. C.)


Habían transcurrido setenta días desde la muerte de Halima y su cuerpo momificado se encontraba listo para ser sepultado en su tumba. Su padre, el Faraón Mentuhotep II, se había encargado de que su lugar de descanso eterno sea uno de los más hermosos de todo Egipto, decorado en incrustaciones de oro y lapislázuli y con jeroglíficos y pinturas por todo el lugar contando la maravillosa vida que había llevado la princesa. 

Todo el pueblo de Egipto se había reunido en el camino por el cual se conduciría el féretro de Halima hasta su tumba, en las afueras de Tebas. Entre los miles de espectadores, se encontraba Thutmes, con la expresión taciturna y en completo silencio, mientras todos los demás daban cánticos y oraciones en honor a los dioses y a la princesa.

—Hijo mío, —habló Ife, madre de Thutmes. —Si deseáis partir a casa, podéis hacerlo. No es necesario que le hagáis más daño a tu corazón. 

—No, madre. Quiero estar cerca de ella... y si tengo oportunidad, deseo ver donde será su sepulcro para visitarle.

—Thut, eso es imposible, hijo mío. —habló alarmada y mirando a su alrededor. — No permitáis que salga de tu boca aquello. Las tumbas de la nobleza son lugares sagrados, protegidas por los dioses, las personas como nosotros tenemos prohibido acercarnos a ellas —explicó Ife con tristeza. —Lo siento, hijo mío, pero tratar de acercarte allí sería encontrar tu propia muerte.

<< Muerte >> pensó Thutmes y se le dibujó en el rostro una pequeña sonrisa llena de ironía y molestia, pues sabia que morir era lo único que no le permitirían los dioses aunque intentaran asesinarlo. Aunque le hiciesen sufrir con todas las torturas existentes jamás le harían sucumbir a la muerte, sin embargo, eso no era lo que le preocupaba, pues su madre tenía razón y siendo consciente de su situación de plebeyo lo más probable era que no pudiese acercarse más allá de lo que les tenían permitido a todos aquellos que no formaban parte de la nobleza de Egipto.   

El féretro de Halima empezó a acercarse poco a poco, flanqueada por sacerdotes que llevaban incienso y flores, cantando y rezando a los dioses y la princesa, así como cientos de soldados que vigilaban y resguardaban la seguridad de toda la nobleza presente. El Rey faraón Mentuhotep II y su reina Neferu II sucedían la tumba de la princesa, quienes iban caminando a paso lento y no en sus habituales literas cubiertas de oro que eran cargadas por sus sirvientes. Aunque intentaban no verse vencidos por la tristeza, el dolor que guardaban en su interior era evidente y en algunas ocasiones derramaban algunas lágrimas y sollozos. En el fondo sabían que su existencia no sería la misma sin el brillo que aportaba su hija Halima al palacio.

Detrás de ellos, su ahora único hijo, Sanjkara Mentuhotep, quien sería el futuro Faraón de Egipto y se convertiría en Mentuhotep III, y su madre Tem, esposa principal del Rey, caminaban sin verse muy afectados, seguidos de cientos de personajes que pertenecían a la nobleza, así como sirvientes que llevaban consigo las pertenencias y los obsequios que serían enterrados junto a la princesa Halima para su eternidad.

Thutmes siguió de cerca el féretro de su amada, moviéndose entre la multitud de personas que también querían ver el enorme desfile a lo largo del camino de Tebas, hasta el punto en que le fue posible y donde los soldados del Rey le impidieron el paso, a él y a todo aquel que no fuese digno de seguir el camino hasta el lugar de descanso de la realeza. Thut había escuchado de rumores sobre que las tumbas habían sido edificadas cerca del IV Hesp del Alto Egipto, en la ribera occidental del Nilo, pero no había manera de comprobarlo, pues para ello primero tendría que luchar con el ejercito que se erigía frente a él y aunque fuese inmortal sabia que eso no le garantizaba ganancia alguna. 

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⏰ Last updated: Sep 23, 2023 ⏰

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