CAPÍTULO 28

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Hanntum no había aguantado otra noche más en el campamento. Aunque le habían ofrecido lugar en una de las casas del poblado más cercano, se sentía incómodo en el lugar. Le parecía estar constantemente respirando las cenizas de su malhadado hermano muerto. Todo el lugar estaba calmado, había capitanes de sobra, y si él y los mercenarios que acompañaron a Viento de Muerte se retiraban, podría incluso que las gentes de aquel maltratado lugar respirasen incluso más tranquilos. A pesar de salir casi de anochecida y no descansar todo el camino de vuelta a buen paso, ya divisaba la puerta de la alcazaba donde residían sus protegidos.

Ahora que ellos decidieran cual sería el camino. Él había pacificado el lugar, recuperado a su tropa, aunque algo mermada por las luchas internas sufridas con anterioridad, bastante arrepentidas de haber sido partícipes de su destitución como jefe, y en la última batalla. Había esperado hasta que el último de los mercenarios de su tropa se recuperase de sus heridas y ahora había llegado el tiempo de marchar.

Kiran y sus hermanos ya tenían labrado su futuro, recuperado su reino e incluso más territorio. Él debía buscar su lugar en el mundo dónde descansar por fin sus viejos huesos. Entrar en otras batallas ya no entraba dentro de sus planes, aunque sí disfrutar de las mieles de la vejez , una buena casa solariega, algunos viejos soldados, sus capitanes leales, algunas criadas que les alegrasen la vista, pues ya que el resto, casi imposible.

Dejó la hueste que le seguía, de al menos una cuarentena de hombres acampado en el bosque, cerca de un riachuelo de aguas limpias, rico lugar de caza. De aquí al medio día ya habrían cazado su propia comida. Él y sus capitanes solo querían despedirse del rey Kiran y de sus hermanos, comprobar que su sobrina Sayideh estaba curada, en buenas manos y cruzar el paso nevado antes de que lo imposibilitara las primeras nieves.

Tres hombres a caballo llamaron la atención de los guardas de la torre, pero los reconocieron en seguida, sin dar voz de alarma, sino dejarles llegar hasta la misma plaza de armas con total libertad. Ante los tres recién llegados se abrió el espectáculo que se estaba desarrollando en el patio de armas.

Reconoció la forma de luchar de Masroud. Estaba en plena sesión de entrenamiento con un mozo alto y espigado, al cual acababa de romper su escudo. El muchacho, en vez de amilanarse, tomó la espada con ambas manos para seguir peleando sin la defensa.

Vaya con el rapazuelo, no parecía tener intenciones de rendirse. muy al contrario, con ambas manos, manejaba mucho mejor la sólida arma y atacaba igual que se defendía, haciendo sudar con su agilidad al Implacable.

Hanntum achicó los ojos, y no porque le diese el sol en pleno rostro. Ciertos movimientos de ese muchacho, un giro que a todos tomó de sorpresa, incluido a Masroud, quitándole el escudo de las manos del guerrero y  cayendo a varios metros de distancia de ambos en el circulo que les rodeaba contemplando la lucha con interés.

Espada contra espada.

La gente murmuraba a su alrededor, ellos ni siquiera se bajaron de sus caballos, pues tenían mejor vista del espectáculo. Escuchó a los novatos que tenía alrededor preguntarse quién demonios era ese chico, ninguno le reconocía. Pero él sí, por todos los demonios si los movimientos de ese chico no se los había enseñado él mismo, años ha, para cuando tuviera que enfrentar a un rival mucho mayor y con mucha fuerza.

Masroud usó la misma técnica, ambas manos en le empuñadura, doble de fuerza que el chico, un golpe tras otro, del cual se libraba el chico más por agilidad que por músculo le hizo casi gritar. E viejo Hanntum también le había enseñado esa misma forma de luchar. Por ello no tuvo más remedio que gritar adelantando su caballo castaño hasta interponerse entre ambos apartando a los curiosos que se resistían a su paso.

Leyendas de los Reinos Velados, 2. Masroud el Implacable.Where stories live. Discover now