CAPÍTULO 8

15 6 16
                                    

Masroud cabalgó como un demonio en dirección a la torre este, desde dónde llegaban noticias de varios asaltantes a sus defensas. Sin embargo la atalaya estaba siendo bien defendida, y a su llegada los insurgentes corrieron hacia sus monturas. Dio orden de seguirlos para atraparlos y averiguar al menos desde dónde venían y quién los comandaba. Se puso a la cabeza de sus hombres, azuzando su caballo. Los cinco hombres que le acompañaban le siguieron raudos.

Los mismos vigías que defendían el sitio de una lluvia de flechas, les señaló hacia donde escapaban los rebeldes. Masrroud no se lo pensó, hincó espuelas es su veloz caballo, estos no escaparían del Implacable.

El chico que cabalgaba el último miró hacia atrás. Sus cabellos iban cubiertos con una caperuza, pero sus ojos refulgían. Como un saltimbanqui, el muchacho, con una agilidad sorprendente se dio la vuelta en su propia montura, le miró directo a los ojos, tensó el arco. Masroud creyó imposible ese movimiento, y no zigzagueó su montura para evitarle, craso error.

El mozalbete no falló. Masroud sintió la mordedora de la flecha en la unión de su peto con su protección de los brazos. Sorprendido, tiró de las tiendas con el astil clavado, sus hombres frenaron a su vez y le rodearon, desistiendo de la persecución. Maldijo entre dientes al bajarse del corcel para que Jeires le echase un vistazo. Tomó asiento en una roca, sus hombres le retiraron el peto, el viejo no tuvo miramientos con su camisa. Arrancó la manga de algodón para restañar la sangre.

Puesto que nadie llevaba agua pero si hidromiel, usó el líquido para dejar a la vista el astil. Alguien le sujetó el hombro, mientras el arrancaba con la mano libre la bebida para darle un trago bien grande. Jeires no esperó demasiado, arrancó la flecha, y con la misma eficacia volvió a limpiar y suturar la herida con los útiles de curas de urgencia que solía llevar en una alforja de su caballo. Una tira de la capa azul de Masrroud sirvió para inmovilizar el brazo contra su pecho antes de montar de nuevo.

––Dad gracias que estaba lejos y en plena cabalgada. Si no, no lo estábamos contando–– dijo el viejo Jeires cabalgado a su lado de vuelta al castillo.

––Maldito jovenzuelo, no debe de haber hecho otra cosa en su vida que usar ese arco. Juraría que no tiene ni asomo de barba––resopló el guerrero..

––Sería bueno encontrarle y ofrecerle un puesto en nuestras filas––se carcajeó Jeires..

Masroud rio, tras dar otro buen trago al odre de hidromiel.

––¿Estarías tranquilo teniendo de compañero a tal pieza?–-preguntó Masroud a su compañero de cabalgada.

––Mejor al lado que en frente––dijo Jeires encogiéndose de hombros––. Todos estos sin tierra pueden tener un precio, y un puesto como mercenario o soldado no es tan mala opción comparada con vivir a la intemperie.

––Demasiado buen caballo, demasiada calidad en el arco...––calculó Masroud.

––Pueden ser robados––se adelantó su compañero de armas.

––Cierto. De todas formas, doblaremos los guardias en cada torre––aseveró Masroud..


La alcazaba estaba a la vista. No había mandado a nadie por delante de su pequeña hueste para no alarmar a Kiran sin razón, sin embargo se había cruzado con refuerzos, y los puso al día de lo que deberían hacer. No era tan grave la herida pensó Masroud para sí mismo. Sin embargo, una vez dentro de su dormitorio las noticias volaron a oídos del señor del castillo. Este apareció en la puerta con semblante preocupado. En ese momento daba otro buen trago de hidromiel recién traída a sus habitaciones por un lacayo y bromeaba con un par de sus hombres.

Leyendas de los Reinos Velados, 2. Masroud el Implacable.Where stories live. Discover now