Empieza la humillación

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La rubia de pelo liso y mejillas rosadas zarandeo su pie frente a mi nerviosa mirada cruzando una pierna con otra. Aquellos muslos eran tan gruesos que parecía capaz de asfixiar a alguien con ellos. El sol de verano pegaba con fuerza y no paraba de hacer más y más calor dentro de aquella aula que tanto me recordaba a un jodido microondas. Ella seguía sudando.

Movió al unísono sus dedos, a la vista el relieve de sus punzantes y arregladas uñas. El aroma que emitía me daba ganas de zamparmelo... ¡Pero de ninguna manera! Eso sería tan humillante...

–Guapo –dijo ella de pronto.

–¿Que...? –respondí con un hilo de voz.

–Mira, necesito el mejor tipazo posible para este verano y se que no lo voy a conseguir si no salgo a correr todas las mañanas... ¡no es mi culpa haber sudado tanto! –dijo sonrojándose, casi avergonzada.

–¿Y a mi que?

–Te lo decía por si era un impedimento para el masaje –contestó mordiéndose el labio mientras ladeaba la cabeza.

–¿Que masaje? –Pregunté, incauto.

–El que me vas a hacer si no quieres repetir curso y empezar desde cero.

–¿Repetir curso? –dije dando un respingo. Se me habían subido los huevos a la garganta.

–Con esa nota podría arreglármelas para que repitas curso... ¡A no! Que ya lo he hecho... –dijo con una carcajada que hizo que su pecho oscilase entre gotas de sudor–. A no ser que retoqué los informes... vas a repetir curso, guapo.

–Por favor, –empecé a suplicar con ganas de llorar, la voz temblorosa–, cambia los informes.

–Por ti lo que sea, guapo –me dijo acariciándome la barbilla con los dedos de su pie–. Después de que me haya aprovechado de ti. ¡Empieza a masajear ese pie!

Aquello no podía estar pasando. Me dolía la mandíbula de tanto apretar los dientes y me tiritaban las rodillas. Estaba temblando. Me moría del miedo.

Repetir curso sería la mayor humillación posible, además todos se enterarían. Pero masajear el pie de aquella mujer tan odiosa como si fuera su siervo era una humillación intolerable. Sin embargo, era una humillación que quedaría entre nosotros. Mi compañera de clase nunca se enteraría... Mientras la humillación no fuera frente a esa, podría soportarlo.

Con un suspiro, asentí tímidamente con la cabeza y empecé a masajear.

A pesar de tratarse de lana, aquel calcetín estaba tan húmedo que por poco se me escurría de entre los dedos. Intentaba no apretar apenas para que no saliera más humedad.

–Oye, hazlo más fuerte –exigió ella con una sonrisa cachonda.

–¿Por qué?

–Por me sale del coño, ¿lo entiendes?

Me tragué mi gigantesco orgullo una vez más y empecé a apretarle la planta del pie con mis pulgares. Inmediatamente se me empezaron a mojar las manos. Aquello era insoportablemente bochornoso, sobre todo cuando ella empezaba a sonreír o incluso se reía, haciendo ondear aquellas melenas rubias.

El olor era insoportable, no podía empeorar.

Entonces, el aroma se duplicó. De pronto, advertí que mi profesora se había quitado la otra zapatilla y estaba a punto de plantarme aquel pie en la cara. Reaccione rápido y fuí capaz de atraparlo con la otra mano antes de que se estrellase contra mi nariz.

Ella puso mala cara, con ojos tristes.

–¿Qué pasa? –dijo inocentemente y apenada–. ¿Es que no te gustan mis caricias?

Mi cruel profesoraWhere stories live. Discover now