Prólogo

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"Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán, que me fuiste muy dulce. Más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres"

Esa cita bíblica había definido la adolescencia de Oliver como si hubiera sido marcada en su piel con una hierra ardiente.

Cada vez que oía los sermones dominicales, no dejaba de pensar en que faltaba algo más en ellos, como si el mensaje a pesar de repetirse tantas veces tuviera una interferencia tan palpable que era imposible comprenderlo.

Está incompleto, se decía de manera tosca y había días en que se quedaba pensando en el significado real de esas palabras.

Así que se puso a leer la biblia en sus recesos, viendo los montones de versículos que se cayeron en desuso o simplemente historias que se quedaron en el olvido, algunas de ellas con justa razón.

Porque de lo horribles que eran aumentaron los terrores nocturnos que tenía.

Podía admitir que había contradicciones, que no era un instructivo que seguir al pie de la letra, tampoco era fanático de negar la historia a través de disparatadas falacias, tal vez podría simplificar su entendimiento de este como una antología de cuentos, algunos mejor escritos que otros, pero aún así, algo lo llamaba a tomar los hábitos.

Fue en su dieciseisavo cumpleaños que le confesó a toda la familia que optaría por convertirse en párroco, en vez de estudiar una carrera común, algo que por obvias razones se convirtió en el tema de conversación principal en cada reunión.

Al principio no le tomó importancia, solo eran comentarios incómodos que algunas veces rodeaba en su cabeza antes de dormirse, si es que lo hacía y no tenía que consumir un frasco de pastillas porque sus terrores nocturnos empeoraron.

Terminó coleccionando un par de ojeras bastante marcadas, al igual que metiéndose en peleas y discusiones por su carácter tan voluble ante la falta de sueño.

Sumado ello, su medicación se tuvo que hacer más fuerte, y las ganas de no sentir nunca más se hacían cada vez más presente, junto a su malestar los variados comentarios de conocidos o desconocidos atiborraban sus problemas a la falta de fe.

A que él no creía lo suficiente en ese ser todo poderoso.

Nunca lo supo con veracidad, pero esas palabras hicieron eco en él de manera diferente, el quería ser un padre diferente, alguien que no necesitara calumniar a la ciencia o excusar la ignorancia usando el nombre de Dios en vano.

Dios es una fuerza, más no hay que ser holgazán y desvergonzado para ameritarle todas las penas a él cuando ilumina la mente humana para ayudar al prójimo en diferentes ámbitos.

La historia de los talentos que ofrece a tres hombres es muestra clara de ello.

Para cuando entregó sus papeles y tomó sus pertenencias para adentrarse al monasterio, lo despidió las mirada de decepción de sus padres, el lado bueno de todas sus peripecias hasta el momento fue que pudo centrase en sus estudios e indagar en teología, latín y filosofía.

Le llenaba, más sentía que estaba descuidando sus otras pasiones, o más bien que tenía que ocultarlas como si fueran un sucio secreto.

En sus años en el monasterio, también tuvo sus dudas, prefería mentir acerca de sus escapadas nocturnas diciendo que iba a visitara el santuario cuando realmente estaba teniendo un problema con el consumo de pastillas.

Había días que consumía más de la dosis, había veces que no lo hacía, otras que simplemente vagaba por la ciudad yendo a un cafetería de media noche con una laptop para adelantar tareas de su carrera de contaduría.

Fue lo único que le pidieron sus padres para continuar pagando sus estudios eclesiásticos.

Ahora bien, en esos días estaba más pensativo que en otros, después de ver las noticias, estar al tanto de varios hechos históricos aunado a los que aprendería, más las historias de algunas personas que se desahogaban con él mientras consumía su café.

Provocó que se preguntara el porque Jesuscristo era tan frío.

Sin más dilación tuvo que continuar con su vida, asistió a funerales de esa gente, consoló y escuchó a los cercanos de la misma, en general todo evento que requiriera un religioso o lo llamarán, él estaría presente.

Ya habían pasado unos años de eso, aprobó sus materias mezclándose en el promedio, le gustaba mantener un perfil bajo en el seminario, ya hace un año que había terminado su carrera de contaduría y prefería mantener su silencio ante las polémicas que suscitaban en la iglesia.

Cuando hizo su juramento y aceptó su responsabilidad delante de Dios y el clero, supo que debía mantener sus opiniones para sí mismo que debía ocultar sus pasiones al ser consideradas sacrílegas por muchos.

Pero después de tanto tiempo a sus veinticinco años logró su objetivo, convertirse en un sacerdote.

A sus treinta años ya estaba a cargo de la parroquia de su ciudad, había casado a su hermano y algunos de sus primos allí, además estaba próximo a incursionar a sus futuros sobrinos en la fe católica.

Todavía, aunque en contadas ocasiones, sus padres hacían los típicos comentarios de la feliz vida de casados que llevaban sus conocidos o quien había aumentado su progenie, también sacaban a colación su antigua relación romántica de adolescente.

Ya estaba acostumbrado y podía lidiar fácilmente con sus continuos comentarios pasivo-agresivos en cada visita.

Nada extraordinario.

—Y si nos basamos en las enseñanzas que nos dio Jesús,—relató Oliver ante la atenta mirada del público—está la historia de una mujer de la vida galante que al saber que el señor estaba comiendo en la casa de Fariseo se arrodilló cerca del regazo de Jesus llorando, fue a pedir perdón de sus pecados y le fue concedido ante el asombro de Fariseo.

Oliver tomó un momento de silencio para cerrar la biblia, para sintiendo un pesada mirada en su dirección, ante eso agregó:

—Lo que el relato sugiere es que evitemos juzgar la vida ajena, ya que desconocemos las penas o razones de los actuares, sin embargo a su momento cada quien deberá reflexionar en sus actitudes para poder llegar a una reconciliación con nosotros mismos, la gente involucrada y el hacedor...

Oliver hizo un gesto con la mano para que los fieles volvieran a sentarse.

—Los caminos de la vida son difíciles y las heridas aveces son perpetuas, no obstante la fe junto con la convicción de hacer lo correcto deben ser nuestra prioridad, palabra del señor.

La audiencia se levantó recitando al unísono un amén.

Era un vida apacible, sin embargo los penetrantes ojos azules de aquel joven monje en el coro no paraban de mirarlo.

La carne era débil, pero el corazón aún más.

Rehacer una vida no es sencillo, pero tampoco debería ser motivo de objeción por terceros, se tienen que hacer de una manera sana.

Curar las heridas del alma, corregir errores, afrontar desafíos y estar consiente de poder...

Equivocarse.

Decidió no pensar en ello, y dedicarse a apreciar la voz del aquel bello hombre.

El padre y el monjeWhere stories live. Discover now