Leandro

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Capítulo 2

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El sol brillaba en lo alto del cielo. La arena blanca de la playa se escurría entre los dedos mis pies, haciéndome cosquillas. Mi madre gritaba, sonreía y aplaudía mientras que mi padre y yo corríamos detrás de un balón hinchable y yo me sentía radiante, feliz y lleno de energía.

—Leandro.

La luz empezó colarse a través de mis párpados cerrados. Podía escuchar un murmullo lejano acercándose a mi oreja, cada vez más fuerte y más ruidoso. La sonrisa de mi madre se volvió borrosa, y mi padre dejó de jugar al balón. El ruido se acercaba y los dos me miraban con gesto ausente, como si de pronto no reconociesen a su propio hijo.

"¡Mamá! ¡Papá! ¡Soy yo, Leandro!"

Mis padres se dieron la mano y comenzaron a caminar, dejándome allí solo.

"¡Mamá, Papá!"

—Leandro! —Me desperté de golpe.

Sólo había sido una pesadilla.

Miré a mi alrededor con pereza y vi que las persianas estaban abiertas. Mi hermana pequeña me miraba fijamente, con una mueca de impaciencia.

—¡Oye, Leandro! ¡¿Quieres levantarte de una vez?! —Dijo con aquella típica voz suya, tan serena y cargada de madurez.

—Alexia, es muy temprano. —Me quejé.

Ella arrugó la nariz y cruzó los brazos sobre el pecho.

A veces me preguntaba si mi hermana menor había sido una niña pequeña alguna vez.

Tal y como yo lo veía, Alexia se había saltado lo mejor de la vida y había nacido ya como una adulta. Era muy formal, demasiado. Educada, ordenada, y siempre mantenía una postura recta, fruto de su entrenamiento de ballet. A veces no sabía si envidiarla o sentirme apenado por ella.

¡Se estaba perdiendo tanta diversión!

Ignorando su enfado me di la vuelta y me cubrí la cabeza con la ropa de cama.

—¡Leandro! —Me llamó de nuevo, tirando de las mantas—. ¡Los abuelos y el tío están a punto de llegar!

Suspiré, guardando un huraño gruñido para mis adentros. Esos eran los últimos días que podría dormir hasta tarde y quería aprovecharlos, pero nunca perdería la oportunidad de jugar contra mi tío Paulo en la Xbox.

El hermano de mi madre era sencillamente genial; divertido, alegre y, sobre todo, inteligente. Los sabios consejos de mi tío quedaban siempre grabados a fuego en mi memoria. Tenía la certeza absoluta de que guiándome por ellos nada podría salir mal.

Y así, como un maestro Yedi, cada vez que lo necesitaba, Paulo estaba ahí para advertirme de que no era saludable comer Plastilina, de que meter una rana en el armario de Luisana jamás sería una buena idea, o que no debía afeitarme hasta que realmente lo necesitase.

Él estudiaba física en la universidad, y era un genio en matemáticas. Por suerte, o desgracia, yo no me quedaba atrás. Mi cerebro era capaz de entender y memorizar cualquier cosa con la mínima atención que prestase, lo cual era bueno a la hora de hacer exámenes, ya que nunca necesitaba estudiar, pero también era cierto que por culpa de eso las clases se me hacían eternas y aburridas.

—¡El abuelo Luis y la abuela Gina ya están en el comedor! —Insistía Alexia, exasperada como siempre por mi falta de decoro.

—¿Y mamá y papá? —Pregunté bostezando.

Mariposas cobardes  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora