Celda para dos

26 5 2
                                    

Nos pidieron nuestras identificaciones en la estación. Dylan no traía nada consigo y no podía hablar, así que di su nombre y el de su abuela por él. El policía con el que veníamos tomó nota y nos dejó en la sala de espera mientras hablaba con el secretario en un cubículo.

Al cabo de una media hora sin hacer nada, las puertas de vidrio se abrieron de golpe y entró una pareja histérica.

—¡¿Dónde está?! —El hombre alto y de cabello canoso miró alrededor de la sala, posando sus ojos en nosotros—. ¡¡Tú!! —Apuntó a Dylan. Lo agarró del cuello de su sudadera, y gritó en su cara—: ¡Pagarás por lo que le hiciste a mi hijo!

—¡Oye, espera! —intervine—. ¡¿Que no sabes lo que...?!

—¡Pudiste matarlo! —interrumpió la mujer, llorando—. ¡Estás loco!

—¡No volverá a ser el mismo! ¡Arruinaste su cara, su futuro! —dijo él.

Por fin, la expresión de Dylan cambió. No movió su cabeza, solo sus ojos para verlo debajo de cejas pobladas.

Sentí escalofríos recorrer mi espalda.

—¿Estás... sonriendo?

Dylan soltó una risa simple.

A cambio, el hombre lo golpeó directamente en su pómulo de manera que lo hizo caer contra las sillas y al suelo. El oficial de la entrada, que estaba en camino desde que escuchó la conmoción, lo alejó de nosotros, diciéndole que se controlaran y salieran del edificio, y la mujer, contrastando su apariencia refinada, escupió en los pies del menor. Nadie nos atendió después de eso, el secretario haciendo como si no hubiera visto nada, con sus dedos tecleando rápido. Aunque mis muñecas estaban esposadas en mi espalda, intenté agacharme a revisar a Dylan y pregunté si estaba bien, lo cual debió sonar tonto porque claramente no lo estaba. Tenía hinchado el ojo izquierdo, con toda su mejilla enrojecida, y en su labio y su frente había sangre escurriendo.

El oficial "Suárez" –según decía su etiqueta– me detuvo de decir otra cosa, llegando por nosotros para levantarnos del suelo y llevarnos al fondo de un pasillo, a un cuarto de 4 metros por lado sin nada además de una mesa de metal en el centro y dos sillas. Fuimos recibidos por un agente fiscal de mediana edad vistiendo un traje, quien quedó atónito al vernos.

—Tú... —murmuró hacia mí.

—¿Yo qué?

—Chico... ¿No me recuerdas?

Me detuve a analizar su rostro de ojos negros, la corta barba y cabello con canas que contrastaban su piel morena, su cuerpo robusto, y no. Se veía como un oficinista común y corriente. Si acaso, su voz ronca de fumador me resonaba, pero eso fue todo. Levanté los hombros en respuesta. Afortunadamente, él no prosiguió con las preguntas personales, deshaciéndose del malentendido e invitándome adentro primero, con Dylan afuera. Después de unos minutos leyendo mi expediente en su computadora portátil, la hizo a un lado y puso ambos brazos sobre la mesa.

—Entonces, —lo vi checar mi nombre dos veces—, Kai, ¿qué fue lo que pasó?

—Pues violaron a una chica de primer semestre.

—¿Quiénes? ¿Lo viste suceder?

—No sé su nombre. Creo que es Gerardo o algo así. Es el tipo que estaba tirado con el pito de fuera. Y no hizo falta verlo, ella es la prueba. Por cierto, su padre golpeó a Dylan hace rato —añadí.

—Y ustedes atacaron a Eduardo.

—¡¿Nosotros?! ¡No! ¡Fue Dy...! —Me detuve para corregirme—. No sé quién empezó. Llegué cuando ambos estaban peleando.

MFDL | EscorpioWhere stories live. Discover now