Capítulo 12

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—¿Qué significa eso?

Tanto la preocupación como la duda resurgió en un instante, su atención totalmente arrebatada y pendiendo de un hilo, sentía que le estaba tomando la mano al nerviosismo.

—Todas las naciones siempre han sido derivadas del hielo, al ser la más poderosa siempre mantuvo el orden de la tierra. Tras la guerra, mi padre se percató de que no podía hacer la ceremonia anual por sí mismo, lo intentó todas las veces que pudo pero al final, la energía de la tierra terminó por consumirlo. —dijo con simpleza, como si aquello fuera un relato de una historia que no vivió—. Si hicieras la ceremonia por ti misma, correrías el mismo riesgo.

—¿Y si lo hacemos juntos no te perjudica también? —cuestionó, empezando a entenderlo mejor.

—Las naciones se tenían entre ellos todos esos años, tú sólo me tienes a mí, y ambos cargaremos con ello. —Kaveh se llevó la mano dentro del blazer, como si estuviera buscando algo—. No debes preocuparte, no permitiré que sufras.

Shirin frunció el ceño.

—Dices eso, ¿pero qué hay de ti?

Kaveh se tomó un segundo para responder, mostrándose humorístico a pesar de que la situación no lo ameritaba.

—Señorita Psicter, ¿está preocupada por mí? –cuestionó con un tono de disfrute, sacando una daga que mantuvo escondida en su traje—. Confía en mí.

Shirin observó atenta la manera en la que el emperador colocaba el filo de la daga sobre la palma de su propia mano. La joven de inmediato quiso interrumpir su actuar, se haría daño si no lo detenía, sin embargo, Kaveh aún mantenía una expresión apacible.

Debía confiar en él, tal y como se lo pidió.

Kaveh deslizó el filo sobre su palma, abriéndose una herida de la cual no se inmutó. El tan aclamado hombre que jamás sangraba se mostraba impávido, las gotas de sangre deslizándose por su muñeca.

—Dame tu mano.

Shirin pensó que le haría lo mismo, por ello se mostró valiente y le ofreció su vacilante mano con la poca anticipación de que se la cortara del mismo modo. Apartó la mirada y por unos instantes se vio con la necesidad de cerrar los ojos.

No sintió dolor en ningún momento, por lo que, confusa, volvió su mirada al emperador y observó como dejaba que las gotas de su sangre se acumularan sobre su mano.

—Sentirás que te quema, pero no te hará daño. —avisó.

Tal y como predijo, el ardor empezó a expandirse desde su mano hasta sus dedos, el hormigueo viajó como burbujas efervescentes, serpenteando por su brazo hasta llegar al hombro y luego descendiendo por su columna vertebral, la sensación la empezó a carcomer entera, como si miles de pequeñas agujas se clavaran en su piel.

—Siento que la piel se me quedará en carne viva. —soltó con una mueca incómoda—. ¿De qué sirve hacer esto?

—Es para preparar el inicio de la ceremonia, la sangre se evaporará como un símbolo de paz para la tierra. —dijo, tomando de su traje un pañuelo blanco para taparse la cortadura—. Mi sangre sobre tu mano es similar a un triunfo, pues es mi rendimiento ante el poder absoluto.

—¿Qué pasará después? —preguntó ansiosa.

—Lo verás tú misma, concéntrate.

Shirin acató a lo pedido y en lugar de ser recibida por la oscuridad al cerrar sus ojos, vislumbró el destello del sol en los amaneceres gélidos de su pueblo, recordaba como la calidez nunca llegaba a ellos, pues el frío siempre perduraba y convertía los calores en azotes de aires atroces.

Los secretos de la herederaWhere stories live. Discover now