Capítulo 8

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Cuando el sol a penas se alzó entre las montañas dándole la bienvenida al alba, Shirin se removió entre las sábanas. Las sirvientas que entraron se encargaron de ayudarla a levantar y desvestir para entrar en un baño de agua caliente.

En su pueblo, después de un día ajetreado, se solía meter en ríos y la mayor parte del tiempo estaban helados, este nuevo contraste le regaló un cambio a la mala reputación que le había dado a los baños.

Los recuerdos comenzaron a divagar en su mente cuando el silencio se apoderó de sus pensamientos. Shirin cerró sus ojos y pensó en todo lo ocurrido la noche anterior, entre la conmoción y la revelación, la voz de Kaveh resonaba como un murmullo de ensoñación.

Sus manos por inercia se hundieron y se juntaron para recoger un poco de agua. Frunció el ceño e inhaló, intentó hacer lo mismo que el emperador le había enseñado pero, inevitablemente el agua terminaba por escapársele entre los dedos. Suspiró y observó sus manos vacías.

¿De verdad sería capaz de regularlo por sí misma? Aún tenía mucho que aprender.

De pronto unos toques en la puerta la devolvieron a la realidad.

—Eileen. —saludó alegre al verla entrar.

—Buenos días señorita, le hemos preparado un gran desayuno. —comentó mientras que le ofrecía su mano para salir de la bañera—. Pero antes déjeme prepararla, lleva un buen rato aquí dentro.

Sin dudarlo tomó su mano y salió del baño, las otras sirvientas rodearon una toalla sobre su cuerpo, asegurándose de que se cubría debidamente. Habían vuelto a la habitación y las sirvientas se movieron alrededor, parecían revolotear como mariposas, buscando el néctar de una flor.

—Pueden llamarme por mi nombre, me gustaría que nos tratáramos con más confianza. —pidió al sentarse frente a un espejo.

Eileen sonrió pero no contestó, en su lugar comenzó a cepillarle el cabello con cuidado.

—Ayer llovió. —anunció Eileen—. Creo que ha sido una señal de que usted ha llegado al lugar correcto.

—¡Así es! Se festejará la lluvia. —concordó Thalia, la sirvienta que le había preparado el baño—. Ayudó mucho a los huertos, ¿no le emociona eso, señorita? Tuvimos sequía por casi un año.

¿Que si le emocionaba? Shirin estaba dispuesta a entregarse a cambio del pueblo, habían sufrido durante décadas, algunos incluso vivos tras la guerra. Si podía aportar un mínimo alivio con los indicios de una lluvia entonces estaba a penas escalando para sentirse satisfecha.

—Espero que pueda seguir aportándoles la confianza de que las cosas empezarán a mejorar. —finalizó, incluso si ni ella misma estaba segura de poder hacerlo.

Para cuando se dio cuenta Eileen había acabado su cometido, recogió su cabello en un arreglo de flores que variaba en la tonalidad de colores. Quedó sorprendida, ensimismada con el trabajo que no pareció costarle nada.

Leila solía recogerle el cabello, a veces era demasiado alto o muy bajo, pero jamás se había visto con un tocado tan arreglado. Daba portes de elegancia, incluso no parecía ser digno de sí misma.

Shirin vistió de rojo carmesí, un precioso vestido que mantenía sus hombros expuestos de telas livianas y traslúcidas que se contrastaban entre sí con el blanco y creaban un degradado.

—Está hermosa señorita, complacerá las vistas de todo aquél que la vea. —halagó Thalia—. Démonos prisa, el gran emperador debe estar esperándola.

Las sirvientas emocionadas llevaron a la joven fuera de la habitación y escaleras abajo. Los soldados que se mantenían firmes en sus posiciones no podían evitar que su atención se le fuera arrebatada cuando Shirin les pasaba por un lado, pues se asemejaba a una rosa en un campo que perduró mucho tiempo marchitado.

Los secretos de la herederaWhere stories live. Discover now