Capítulo 2

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Abrió los ojos, deslumbrado por la luz que había en la parte superior de la habitación y echó una mirada a su alrededor. Estaba en un hospital. Al moverse, alguien se levantó deprisa y se puso a su lado.

—Ay, José, ¿cómo estás? —dijo su tía Rebeca apurada.

—No lo sé, dímelo tú.

Se intentó incorporar y vio su pierna enyesada. Soltó una maldición que sonrojó a su tía.

—Sí, hijo mío, tienes fracturas en toda la pierna, no sé en qué huesos, en el de arriba y en el de abajo. Y una costilla también, por eso vas vendado, pero vamos, que podía ser peor.

—¿Peor que esto? —dijo furioso. Su cabeza empezó a pensar en las consecuencias de su accidente, en su proyecto y en lo que iba a retrasar todo y no podía, no podía retrasarlo.

—¿Qué te pasa? ¿Quieres que avise a tus padres? No los he avisado para no asustarlos, hasta que te despertases...

—No, has hecho bien. Esto no es grave y tengo que seguir en la casa, trabajando. Estoy en un proyecto que es fundamental para mi carrera y no puedo dejarlo.

—Pero ¿cómo te vas a arreglar, chiquillo? Si esa casa tiene escaleras... además me ha dicho el médico que tienes que hacer reposo, por las costillas y la pierna se tiene que soldar. No puedes hacer tonterías, José. O te juegas que te quede mal. Te han tenido que operar.

—¿Operar? Yo pensaba que solo me habían puesto una escayola... ¿Qué hora es?

—Pues son las once de la noche.

—Mañana necesito estar en mi casa. Tal vez pueda contratar a alguien de confianza que me ayude con la comida y eso. ¿Conoces a algún hombre que pueda echarme una mano? Quizá a ratos, no todo el tiempo. Yo trabajo con el ordenador, no necesito mucho.

—La mayoría de los chavales de la zona trabajan en el campo o en las granjas, y no sé si sabrán cocinar —dijo ella y se quedó pensando—, pero mi sobrina acaba de llegar al pueblo, es la hija pequeña de la hermana de mi marido. Me imagino que sabe hacer algo.

—Preferiría un hombre, por si me tiene que ayudar a ducharme o algo.

—Ah, tranquilo, ella creo que ha trabajado en una residencia de ancianos... que no digo que tú lo seas, claro, pero que está acostumbrada.

—¿Y por qué está aquí contigo?

—Eso son cosas suyas privadas y no te importan. Creo que le vendría bien ayudarte para distraerse y el dinero también, porque le pagarás, ¿no?

—Claro, tía. Le pagaría.

—Incluso me harás un favor si se queda a dormir en tu casa, porque en la mía ya sabes que es pequeña y está la pobre durmiendo en la buhardilla, en un sofá cama incómodo. Así te podría atender hasta la cena.

—¿Y ella estará de acuerdo?

—Le pregunto. El médico ha dicho que son dos meses de escayola, pero que en uno ya podrás caminar... así que seguro que se pasa volando. Y creo que a ella le gustan los ordenadores o algo, siempre está mirando cosas por el móvil.

—Sí, ya. Bueno. De acuerdo, pero si encuentras un hombre que me ayude a ducharme, mejor.

—Claro, hombre, no le vas a enseñar tus vergüenzas a una chica —dijo riéndose y saliendo de la habitación.

Josh maldijo otra vez y murmuró por lo bajo toda su frustración. Con la de cosas que tenía que hacer.

Un sargento de la guardia civil entró para tomarle declaración. Él no había visto la matrícula y no sabía quién le había sacado de la carretera, así que poco podía aportar. Solo que el camión tenía pegatinas rojas, eso sí que lo vio.

Una historia de amor realWhere stories live. Discover now