Capítulo 1

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Proyecto ADA (Artificial Domotic Asistence). Asistencia domótica artificial. Su niña bonita, el trabajo de toda su vida. Y ahora podía ponerlo a prueba, él mismo, y demostrarles a todos que era posible vivir en un lugar solo, aislado y con la ayuda de una inteligencia artificial que aprendía de forma orgánica.

Y todo, diseñado por él.

Como ingeniero jefe de programación de la Next Level Enterprise, le había costado que el consejero destinara diez millones a la sección de I+D que él dirigía, enfocada al mundo de la asistencia domótica por androides, robots sin alma, como les llamaba su tía y madrina Rebeca.

Él creía firmemente en el proyecto y la adaptación de su casa en la montaña, aislado del mundo, como le gustaba estar, con pantallas inteligentes por toda la casa y un androide de asistencia, era el culmen a todo su estudio.

Durante meses, su equipo y él habían estado poniendo cámaras por la casa, pantallas táctiles, habían conectado todos los aparatos domésticos, las puertas, las persianas, la calefacción... todo lo susceptible de ser manejado con un mando a distancia. Lo cierto que el controlador era una pequeña tableta, quizá todavía demasiado complicada para que un usuario medio pudiera manejarla con destreza, pero su idea era acabar utilizándolo a través de la voz.

De hecho, había programado un pequeño altavoz, de estilo a los que ya había en el mercado, al que había llamado Ada, por supuesto, para pequeñas órdenes más sencillas. Las pruebas en el laboratorio habían ido bien, ahora solo quedaba probarlas in situ.

Llenaría la bodega de comida para los próximos tres meses, que era lo que iba a pasar aislado del mundo, aunque seguiría trabajando en remoto, mejorando los algoritmos y dando reportes diarios de todo lo que sucedía en esa casa.

Tenía dos neveras para los productos frescos y un gran congelador, además estanterías para latas de conservas, agua y alguna otra bebida. De todas formas, para una sola persona, no necesitaba mucho más. Y si necesitaba algo, el tendero del pueblo, con el que ya había hablado, podría llevarle lo que fuera. Su compromiso era a quedarse ahí los noventa días.

—¿Josh, no te sentirás claustrofóbico? —le había preguntado su ayudante, Paul.

—Estoy todo el día en la sala de programación, metido dentro de la pantalla, aquí podré asomarme al balcón, ver el paisaje, e incluso hacer deporte en el gimnasio, ¿no crees que va a mejor?

—Pero hablar cara a cara con las personas es importante, el contacto, y tendrás tus necesidades... ya sabes.

—Puedo estar tres meses sin echar un polvo, si es lo que preguntas. Ya sabes que no he tenido suerte.

—Porque te metes demasiado en el trabajo y si tienes pareja, hay que cuidarla. Recuerda que en seis meses me casaré y me gustaría que vinieras acompañado. O si no, te presentaré a una de mis primas que...

—Déjalo, Paul, de verdad. No me interesa. Prefiero pasar del tema.

—Al final te veo creándote un androide de compañía —suspiró su amigo.

—Es una buena idea. Cuando esté más avanzado, tal vez lo haga. Tengo que irme. Nos vemos en tres meses.

—Cuídate, Josh y llámame cuando lo necesites.

—Claro, hombre. Si quiero hablar con humanos te aviso.

Recogió su portátil y todos sus cuadernos, pues seguía utilizándolos para anotar ideas que se le iban ocurriendo y se despidió de todos los compañeros. En realidad, iba a estar comunicado con ellos, no era como si se fuera a un iglú. Y, de hecho, aunque respetarían su intimidad, el funcionamiento de Ada se iba a controlar. E incluso el de Smith, como había sugerido una compañera llamar al asistente, un androide con forma casi humana que ya estaba en la casa. Todavía no tenía muchas funciones, era más bien algo rústico, pues ni siquiera podía bajar o subir escaleras, pero sería algo que le acompañaría.

Condujo por la carretera de montaña disfrutando del paisaje. Hacía mucho que no volvía al pueblo de sus padres. Su padre, un texano llegado a España, se enamoró de una chica de allí, se casaron y se quedó a vivir. Con otro socio, fundó la empresa, pero creció tanto que fue comprada por una corporación. Él ya se había jubilado y en ese momento estaban viviendo en Texas con su hermana pequeña, que estaba estudiando allí ingeniería aeroespacial en la A & M University.

A su madre no le pareció bien que se aislara unos meses. De hecho, siempre le decía que vivía demasiado solo y que debería conocer a una persona, fundar una familia, que ya tenía treinta y cuatro, y por mucho que fuera un tipo sobresaliente en su carrera, tener alguien con quien compartir la vida era importante. Era la misma cantinela de siempre, aunque lo podía entender.

Se puso música de jazz mientras pasaba por el pueblo. Había quedado con su tía Rebeca para comer en una hora, así que aparcó en su aislada casa, dejó todo y sin parar en nada más, cogió la moto que ya se había preparado y bajó al pueblo. Ella, hermana pequeña de su madre, lo abrazó en cuanto lo vio.

—José, qué bonico estás —dijo cambiándole el nombre.

—Tú estás muy guapa, tía. ¿Cómo va todo?

—Bien. Deberías venir a la granja algún día, tenemos un huerto precioso. Te llevaré verduritas y frutas en un rato. Verás que no tienen nada que ver con lo que comes en la ciudad.

—Vale, lo que quieras —dijo Josh rindiéndose a la evidencia de que su tía lo haría sí o sí.

—Vamos a comer donde Pedro, que tiene un asado que te vas a chupar los dedos.

—No quisiera algo demasiado pesado, esta tarde tengo que trabajar.

—Anda, chico, ya verás que es pura delicia.

Su tía le puso al día de la granja y de todos los cotilleos del pueblo. Hacía tantos años que no venía, que no se acordaba de la mitad de los que le nombraba, por lo que se limitó a asentir y a comer. El asado estaba delicioso, sí, pero se sintió pesado. Y, además, la tía insistió en que tomase vino, para cocer la comida, algo que él no solía hacer.

Después del café y de despedirse de su tía con varios abrazos y besos de esos que dejan sordo cuando te los dan, paseó un rato para despejarse y estirar las piernas. Visitó la pequeña tienda del pueblo, donde el tendero, con quien había hablado por teléfono, le indicó que había llevado todo el pedido a su casa, tal y como estaba encargado. Y que al día siguiente le llevaría los congelados. Le pagó lo convenido y el hombre se puso muy contento.

Ya tenía hecho todo en el pueblo, así que se dirigió hacia la moto para volver a su casa, encerrarse ahí durante noventa días, quizá más si había algún fallo y esperar que todo funcionara como debía de funcionar.

Arrancó la moto y salió hacia la carretera, iba despacio, pues todavía estaba pesado y quería disfrutar del ambiente fresco de la montaña. En pleno junio, las temperaturas no eran demasiado altas, nada que ver con la ciudad donde vivía, donde alcanzaban los treinta y cinco e incluso los cuarenta.

Un camión pasó demasiado deprisa a su lado, lo desestabilizó, la moto se bamboleó y él salió derrapando hacia el quitamiedos. El golpe fue bastante fuerte, quedó atrapado bajo la moto de gran cilindrada. No podía moverse. Le dolía demasiado todo el cuerpo, pero aún pudo llamar a emergencias antes de desmayarse.

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Tal y como votasteis, empezamos con la historia de @LorenPMorgan , que os gustó a muchas de vosotras, aunque todas eran chulas.

Gracias también por los comentarios anteriores a @rebecap01, @ineosuna, @lili2576, @kanelacastillo,  @aitorgomez529, @MariCarmenTelloelinaLpzGarca, @MariaPilarAbancesLaz, @elenaolea69, @PilarColomEscandell y espero no dejarme a nadie... perdón si es así!!

Bueno, la historia comienza presentando al protagonista... podéis sugerir cosas si os apetece, ya sabéis, hacemos una historia en común. El martes que viene, más. Feliz día!

Una historia de amor realWhere stories live. Discover now