VI

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Jennie siempre fue la clase de persona que colocaba las necesidades de los demás por delante de las propias; y eso la enorgullecía tremendamente, en su trabajo destacaba por la pasión férrea que mostraba tener y sus pacientes la adoraban por la dedicación y entrega que tenía. Podía jactarse de ser la mejor pediatra y de que todos los niños del hospital donde trabajaba corrieran hacia ella apenas la visualizaban, esa era la mejor prueba porque al ser bisexual, y una muy promiscua, Jennie ni siquiera podía soñar con la idea de formar una familia, ella era demasiado inestable para tener una relación normal y la única vez que lo intentó, terminó en prisión. Sí, era medianamente su culpa, por haber sido infiel y haberse reído de las amenazas de su psicópata exnovio Kai, pero si todas las infidelidades tuvieran por condena la prisión, ufff... y Jennie siempre fue la clase de mujer que aceptaba su culpa en las situaciones desfavorables de la vida, era una ferviente creyente de que todo acto conllevaba una responsabilidad. Por ello fue que pudo resignarse y no caer en la locura cuando el juez dictó su sentencia; asimismo, estaba consciente de la imprudencia a la que estaba dejándose arrastrar en Camp Alderson, 2 meses de besos robados y forzosos, de caricias lascivas y posesivas, 2 meses siendo el objeto de una vehemente mirada de ojos ónice, 2 meses sintiendo el calor corporal de la única mujer que hasta el momento la había atrapado; de su dueña. ¿Cómo podría eliminar los recuerdos que Lisa había dejado en ella? era imposible y Jennie lo sabía, seguramente pasarían las estaciones, los años y ella seguiría recordando cada maldito beso, cada palabra susurrada en su oído y cada situación a la que Lisa la condujo. Si ella era una rosa, Lisa se había convertido en las espinas que la acompañaban.

—Eres mi dueña. —Insistió, con su labio tembloroso y la mirada baja.

No iba a dejar que Lisa terminara el nexo que las unía, más allá del pavor que le daba pensar en su incierto futuro sin Lisa como su escudo, no quería perderla. ¿Qué haría su dueña sin ella? no podían estar la una sin la otra, porque si Lisa era la enfermedad, Jennie era la cura. La Emperadora golpeó la pared con su puño, sus nudillos crujieron y Jennie dio un leve salto sin despegar los pies completamente del suelo, mas no retrocedió, ni de su boca salió retractación alguna.

—¿Es que no lo entiendes, puta barata? —Su voz era amenazante, volteó en dirección a Jennie, con el rostro hinchado por los golpes y sus dientes moliéndose debido a la fuerza con la que los apretaba. —Tú no decides, no eres nadie para venir a reclamarme como tu dueña, solo eres la infeliz con la que pretendía tener una buena follada y luego botar a la basura, porque... ¿adivina qué? es ahí donde perteneces.

—Pero n..no me follaste, ¿por..por qué? —Vio a Lisa pasar saliva.

—¿Qué importa? ya todo se fue a la mierda. —Respondió al cabo de unos segundos.

Jennie succionó su labio inferior para no soltar un sollozo, las palabras de Lisa dolían más que cualquier golpe certero; negó con la cabeza y sorbió su nariz, sintiéndose perdida y sin más respuestas para dar. Lisa pasó por su lado, empujándola por el hombro, se subió a la parte superior de la litera y de cara a la pared, fingió caer en el sueño. Jennie permaneció tiempo incalculable de pie, experimentando por primera vez las emociones que se ligaban a su corazón, no iba a admitir cuánto le gustaba Lisa pero tampoco podía negárselo a sí misma, era un duro golpe a su orgullo, mancillado y herido, el tener que reconocer el origen de su dependencia emocional por Lisa. Era absurdo, había besado a infinidad de mujeres. ¿Por qué solamente podía recordar el sabor de los besos de Lisa? ¿Era un efecto colateral de su estadía en la prisión? no quería respuestas, aún cuando las necesitaba.

—Lisa. —Hipó, secándose las nuevas lágrimas que hacían su miserable aparición y su dueña ignoró la súplica en su voz. —Li..Lisa.

—¡Que te calles, joder! —El grito de Lisa retumbó en las húmedas y frías paredes.

Prisionera | JenlisaWhere stories live. Discover now