7.- Un gato sin sonrisa (4ª parte)

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-Nunca he conocido a nadie de Origen -dijo, nerviosa, mientras esperaban en el enorme vestíbulo a que el empresario les recibiera. El secretario, un tipo del pueblo al que Alicia conocía y que se mostró muy colaborador, llegó apenas cinco minutos más tarde de haberlos dejado esperando.

-El señor Seaward está en la terraza en este momento, disfrutando del claro -les informó con amabilidad-. Pero está muy interesado en escuchar lo que tienes que ofrecerle -dijo con confianza.

-¿Y cómo tengo que actuar? -repitió, con voz temblorosa-. Nunca he tratado con un pez gordo. ¡Nunca!

-Solo... sé tú misma -la animó el buen hombre-. No es un monstruo ni nada por el estilo. Un poco seco y estirado, eso sí, pero es muy educado. Y parece que tiene los pies en el suelo. No es un niño rico de origen sin más -dijo mientras dirigía miradas esquivas al joven de cabello blanco que se mantenía un poco más apartado. Él no había querido acercarse, después de todo, tampoco tenía nada que ofrecer. Todavía recordaba el comentario de Beth sobre que seguramente tendría dinero de sobras para comprar cien minas como esa, pero eso significaba regresar a su casa y eso era algo que, de una forma que no conseguía entender, le aterraba.

-¿Puede venir conmigo? -preguntó Alicia señalándole con el dedo.

-No es necesario -dijo él con una sonrisa tranquilizadora-. Te esperaré aquí.

-Prefiero que vengas conmigo -dijo, y en su voz se intuía cierta desesperación-. Puede venir, ¿verdad?

El secretario los miró a ambos y se encogió de hombros.

-Supongo que no habrá problemas. ¿Es el chico que encontrasteis? -preguntó, mirándole con curiosidad-. ¿El que no recuerda quién es?

La noticia sobre su aparición había corrido como la pólvora. Un caso como el suyo ya habría levantado una buena humareda en una ciudad grande, en una pequeña comunidad como aquella, se había convertido en el acontecimiento del siglo.

-Sí -asintió Alicia-, pero ya sabemos cómo se llama, Beth ha encontrado su nombre: Adam Alcide. ¿Te suena?

-No, la verdad -dijo el hombre-, pero el señor Seaward es el primer original que conozco. A lo mejor a él sí le suena.

-No había caído en eso -dijo Alicia mirándole-. Tiene razón, a lo mejor te conoce o reconoce tu apellido.

-Yo... no estoy seguro de que sea una buena idea -dijo con un escalofrío. «Quizá debería comentárselo. Debería decirle que tengo miedo, que no quiero volver a casa».

-No seas tonto -insistió ella-. No tenemos nada que perder.

El jardín presentaba un aspecto deplorable tras tantos días de lluvias continuas, sin embargo, el verde esmeralda de las plantas contrastaban con un cielo azul completamente despejado, mostrando un espejismo en el que la primavera se había afianzado sin importar la negrura que avanzaba en lontananza.

Allí, una mesa de piedra, ennegrecida por la humedad y verdeada por los musgos, permanecía incólume al paso del tiempo. Sobre ella descansaba un mantel con los restos de un frugal almuerzo y un hombre, de edad indeterminada y cabello oscuro, leía con calma su tablilla.

El corazón se le detuvo por un instante para luego latir con más fuerza recuperando así los latidos perdidos. ¿Qué significaba eso? Ese tipo era... La coincidencia era demasiado grande para un sistema como Eos.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now