—¿Sus hijos dice? Hasta donde sé, usted tiene una orden de alejamiento con su mujer y sus hijos por violencia intrafamiliar, además de mantener causas pendientes por conducir en estado de ebriedad, resistirse a un control vehicular.

—¿Y eso qué tiene que ver con esto?

—¡Durante ese control se resistió al arresto y huyó del lugar atropellando a un oficial, y si a eso le sumamos la operación de drogas y armas que mantenía en esta ciudad, el intento de asesinato contra el sargento Tapia, además de herir a otro oficial esta noche… no mi amigo, no haga tal de jurar por sus hijos, le esperan muchos años de cárcel!

—¡Eso no quiere decir que asesiné a Sebastián!

—Sus huellas figuran en el arma, —Meza suavizaba su tono de voz, no podía perder el control por la frustración que sentía al no obtener una confesión— ¿o me va a decir que desconocía su existencia?

—¡De acuerdo, de acuerdo! —Comenzaba entonces con un tacatá con sus dedos sobre la cubierta, imitando el sonido del galope de un caballo, haciendo más notorio su nerviosismo— Por diversión usábamos ese látigo.

—¿Por diversión? —Ese término no solo enfurecía a Meza, también a los oficiales del otro lado del cristal.

—¡Sí, sí, lo admito! —Los nervios lo traicionaban en ese instante, y viéndose sin escapatoria, con vergüenza asumía lo evidente, aunque victimizándose— Varias veces visité a Sebastián en la hacienda, y en ocasiones lo encontraba castigando a sus peones con ese látigo. Él me obligaba a participar de sus vejámenes. Sabía de mis negocios y me amenazaba con delatarme a la policía si no me “divertía” junto a él. ¡No podía arriesgarme a que lo hiciera!

—¡Y prefería entonces “divertirse” en su compañía! ¿Qué clase de hombre es usted?

—Uno muy malo por lo visto señor. —Súbitamente detenía el tacatá con sus dedos, y se hundía de vergüenza en la silla— Yo no quería, pero él me obligaba.

—El que lo hiciera por obligación no lo exime de la culpa.

Del otro lado, los oficiales se daban una mirada tras escuchar las palabras de Pedro Prado. Tenía un móvil claro para asesinar a Sebastián Creta, aunque su relato no era suficiente para culparlo de dicho crimen, por lo que Meza debía ser más astuto y llegar más al fondo del asunto; el tiempo apremiaba. Una luz anaranjada se encendía en el interior, lo que era indicativo de que Meza debía presionar más al sospechoso, mientras en la otra habitación, el teniente y el capitán debatían.

—No es suficiente para acusarlo del homicidio y lo sabes. —Espetaba el capitán.

—De todas formas este hijo de puta no quedará libre, su operación lo puso tras las rejas. Lo que me molesta es que si resulta ser que este bastardo no tiene que ver con la muerte de Sebastián Creta, quiere decir que estoy perdiendo mi tiempo aquí y el asesino anda suelto por las calles, seguramente acechando a su nueva víctima.

—Pero nada te asegura que sea así, deja que tu pupilo lo presione un poco más.

—Tengo un mal presentimiento mi amigo, —le aseguraba el teniente Espinoza— me temo que el asesinato de Sebastián Creta es solo el principio.

—¿El principio dices?

—La forma en que le dieron muerte a ese bastardo, —se reclinaba de espaldas contra el cristal que separaba ambas habitaciones, cruzándose de brazos— y un mensaje que el propio asesino dejó en la escena… me hace pensar que se trata de un posible asesino serial.

—¿Un asesino serial dices? —El rostro del capitán Miranda reflejaba sorpresa por las palabras tan seguras del teniente— ¿Estás seguro de lo que piensas?

El Carnicero del Zodiaco (EN EDICIÓN Y DESARROLLO)Where stories live. Discover now