Cena.

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Al día siguiente en la escuela fue de lo más raro, ya que por primera vez Helena y mis amigos convivieron, y para sorpresa mía, no se pelearon, hasta se hacían bromas entre sí. Mario trataba de incluirla en nuestro grupo, Georgina fue amable y no la criticó, Jaime parecía estar de lo más contento con el hecho de que anduviéramos, hasta pidió que le presentara a Helena unas amigas. La única que no parecía feliz era Mariana, y por consecuencia Gaby, pero como casi no hablaba con Gaby, no me importó.
—¿Podemos hablar afuera un segundo? —Me preguntó Mariana.
—Claro —respondí—. Te dejo un momento con ellos —le dije a Helena dándole un beso.
—Anda, vete —me alentó Mario—. Así podemos contarle historias vergonzosas de ti.
Le hice una seña obscena, Mario sólo sonrió.
—Tranquilo, aquí te la cuidamos. —Dijo Georgina.
Salí del salón, Mariana estaba esperándome a unos cuantos metros del salón.
—¿Cómo puedes andar con ella? —Dijo en un tono enojada.
—¿Qué tiene de malo?
—Engañó a su novio contigo, y si algo empieza con un rompimiento termina igual —Mariana estaba rabiosa—. No puedo creer que nuestras advertencias te valieran madre y aun sigas andando con ella.
—En primer lugar tiene nombre, es Helena, más no "ella" —empezaba a enojarme también—. Y en segundo, tú no puedes decir nada, también te advertimos de Ramiro y ahora parece que te importa más él que nosotros.
—¿De qué hablas?
—De la vez que se madreó con Mario, preferiste quedarte con Ramiro y, aparte de eso, me dijiste que me fuera de ahí por no creerle. —Le reproché.
—Sabes que desde que Mario cortó con Miriam a estado actuando raro, sobre todo conmigo, parece como si quisiera protegerme de algo.
Pensé en decirle lo que sabíamos sobre Ramiro, pero sin pruebas no me creería, no me quedaba de otra que espera a que le regresara el celular a Mario.
—Y lo que me duele más —siguió hablando Mariana—, es que no me contaras nada, sabes que me puedes decir todo, sabes que yo no diré nada, así como tú no dijiste nada sobre lo que te conté de mi madre.
Me sentí culpable ya que le había contado a Mario y era algo muy íntimo de Mariana que sólo yo sabía.
—¿Por qué no le has dicho a nadie verdad?
—Claro que no —mentí.
—¡Hipócrita! —Gritó Mariana y todos los del salón voltearon a vernos— Ramiro dijo todo lo que pasó cuando se peleó con Mario.
—¿Segura que te dijo todo? Tal vez sólo te contó lo que le convenía.
—Me dijo todo, sobre que Mario lo acusó de querer aprovecharse por mi problema con mi autoestima cuando Ramiro no sabía nada de eso.
—¡Pero Ramiro sí sabía! —Estallé— ¡Lo admitió en frente de Mario!
—Aunque a si fuera, ¡no soy idiota, Darío! —Para lo avanzada que estaba la pelea todos estaban pegados a las ventana del salón para vernos— Sé cuidarme sola, y me daría perfectamente cuenta si tratara de aprovecharse.
—Te lo demostraré cuando nos devuelvan su celular.
—¿Así que ustedes lo tienen?
—Pues... Sí. —Admití.
—Devuélvemelo.
—No lo tengo yo —Mariana tenía intenciones de volver al salón pero la agarré de la muñeca antes de que pudiera entrar—. Ni Mario, te lo devolveremos cuando tengamos las pruebas.
—Son un par de idiotas —se soltó de mi agarre—. ¿Y aun así me preguntas por qué apoyo más a Ramiro que a ustedes?
Me miró con cara de asco y se fue. Entré al salón y, para soltar un poco la frustración, golpeé lo primero que tenía enfrente: un bote de basura. Todos se me quedaron viendo, sentía sus miradas, pero al volverme hacia todos los del salón desviaron su vista y siguieron haciendo sus cosas.
—¿Estas bien? —Me preguntó Helena acercándose a mí.
— ¿Qué pasó allí a fuera? —También se acercó Mario— Mariana gritaba como loca.
Nos sentamos en la parte trasera del salón, y empecé a contarles a Helena y a Mario toda la pelea que había mantenido con Mariana. Cuando terminé de hablar Mario estaba encabronado.
—Sabía que podría pasar algo así —empezó a decir.
— ¿Entonces por qué le dijiste a Ramiro que ya sabíamos que se estaba aprovechando?—Reclamé.
—No sé, yo sólo... No pude contenerme en ese instante, sólo quería que lo admitiera.
—Pues resultó, te lo confesó, pero le contó cosas diferentes a Mariana y ahora ella cree más en él que en nosotros.
—Cuando les devuelvan el celular, no le quedarán más dudas a Mariana de la mierda que es Ramiro. —Habló Helena por primera vez desde que nos sentamos.
—Cómo están las cosas no sé...
—Si quieren puedo hacer que unas amigas mías que salieron con Ramiro hablen con ella. —Se ofreció
—No lo tomés a mal —dijo Mario—, pero de todos los amigos de Darío, Mariana es la única que no te quiso aceptar como su novia, así que no creerá nada venga de ti.
Helena se quedó callada.
—Pero podría funcionar tal vez, si ella no se entera que son tus amigas —traté de que el plan de Helena pudiera funcionar—. ¿O qué opinas?
—Puede, si no encontramos pruebas en el celular, ya les hablamos a tus amigas. —Mario tomó como una posibilidad el plan de Helena.

El sábado me desperté temprano, ya que esa tarde tenía que ir a la casa de Georgina para la cena con sus padres y tenía cosas por hacer. Quedé con Jaime de vernos en la escuela a las cuatro para llegar juntos y así no tener que estar solos. Jaime iba retrasado por diez minutos lo cual se notaría cuando llegáramos a la casa de Georgina, que según llegaríamos a las 5:30.
—Perdón —llegó corriendo Jaime—. El camión no pasaba.
—Wey, son las 5:10 —le dije—. En veinte minutos tenemos que llegar.
—Pues vamos en taxi. —Propuso. —No traigo tanto dinero.
—Dividimos entre los dos lo que nos cobre.
—Está bien —accedí.
Llegamos en menos de 15 minutos a la casa de Georgina, y Jaime se veía tan nervioso como yo. No tenía ni idea de que hablar con los padres de Georgina y menos con la situación por la que estaban pasando.
—Tocas tú o toco yo —me preguntó Jaime sacándome de mis pensamientos, estaba demasiado pálido.
—Toco yo.
Toqué el timbre y sonaron voces del lado contrario de la puerta. Pasados unos dos minutos abrieron la puerta.
—Pasen. —Nos dijo Georgina al salir.
Jaime y yo entramos en su casa. Lo primero que había era la sala que constaba de dos sillones donde cabían 3 personas en cada uno, una tele y una mesa de centro. Georgina nos guío hacia otra habitación donde estaba el comedor en las que cabían unas 5 personas.
—Siéntense, ahorita regreso —nos dijo Georgina y se dirigió a otra puerta.
Jaime se sentó a lado de mí, me sentía tan incómodo que ni siquiera se me ocurrió algo para hablar con Jaime.
—¿Crees que les caigamos bien? —Me preguntó Jaime rompiendo el silencio.
—No sé, espero que sí —le contesté algo nervioso—. Sólo que no sé de qué tema hablar.
—Ni yo.
Se abrió la puerta por donde Georgina había entrado y salió una señora que debía ser la mamá de Geo. Llevaba un vestido simple, con unos zapatos sin tacones, llevaba un paliacate en la cabeza, supongo que para cubrir el hecho de que se estaba quedando sin pelo, lucía un poco cansada pero alegre, llevaba en sus manos una cazuela, la puso en el centro de la mesa.
—Ustedes deben ser Jaime y Darío —se acercó a nosotros—. Mucho gusto.
Nos estiró su mano a manera de saludo.
—Igualmente —le dije aceptando su mano— yo soy Darío.
—Y yo Jaime. —Le dijo.
—Yo soy Eva, la madre de Geo —se sentó en la silla central—. Espero les guste el pollo.
Georgina salió de lo que supongo es la cocina con vasos y platos, los colocó en la mesa y sentó a lado de su mamá.
—Disculparán a mi esposo, pero no pudo venir.
—¿Trabaja en fines de semana? —Preguntó Jaime.
—Sí, todos los días de hecho, para pagar mi tratamiento. —Dijo Eva con un tono de tristeza.
—Vamos a comer que se enfría... —Georgina habló para romper el momento incómodo que estaba a punto de darse.
Ya casi acabábamos de comer y nadie había hablado, ni siquiera Jaime lo cual se me hacía raro ya que él siempre hablaba. Empezó a sonar mi teléfono cuando Georgina había traído el postre.
—Voy a salir a contestar, permiso. —Les avisé.
—Puedes contestar en la cocina. —Me dijo Georgina señalando la puerta que tenía detrás de mí.
Me dirigí a la cocina y vi quién me estaba marcando: era Mario. —¿Qué pasó? —Le pregunté al contestar.
—En tu casa en cinco minutos. —Fue lo único que dijo y colgó.
Le volví a marcar, al tercer timbre contestó.
—¿Qué no me escuchaste?
—Wey, estoy en casa de Georgina, no creo llegar en tan poco tiempo.
—Ok, te doy una hora y media, media hora para que te despidas y otra para que vayas a tu casa.
—¿Qué es tan importante? —Le pregunté.
—Ya me dieron el teléfono de Ramiro.
Me quedé cinco segundos pensando en silencio.
—Ok, te veo en una hora y media. —Le colgué y volví al comedor.
—¿Quién era? —Me preguntó Georgina.
—Mis padres —mentí—. Es que quieren que ya llegue a la casa.
—Yo te acompaño, me queda de paso y compartimos el total del taxi. —Dijo Jaime para no quedarse solo con Georgina y su mamá.
Georgina, Jaime y yo nos levantamos para dirigirnos a la puerta, cuando la voz de Eva nos detuvo.
—Muchas gracias por venir —se levantó de su silla—. No saben cuánto aprecio lo que hacen por mi hija, más en estos momentos tan difíciles.
—Al contrario, su hija nos salva de hacer cosas inapropiadas. —Dije sonriéndole.
—Espero y esta amistad que tienen, dure para siempre entre ustedes, así estaré segura que dejo a mi hija en buenas manos.
—No digas eso —de los ojos de Georgina salieron lágrimas—. No me dejarás, el tratamiento saldrá bien.
—Tenemos que estar preparados para cualquier caso que se presente en cuanto mi enfermedad, ya sea si vivo o muero —la voz de Eva sonaba un poco cansada—. Prométanme que siempre estarán con mi hija.
—Lo prometo. —Dije abrazando a Georgina.
—Yo igual. -Jaime se unió al abrazo.
Nos despedimos de la mamá de Georgina y salimos de su casa, Georgina también nos agradeció que fuéramos.
Tomamos un taxi que nos dejaría en mi casa, ya que Jaime no quería llegar a su casa. Al llegar vimos a Mario sentado a fuera de mi casa viendo el celular de Ramiro. Volteó a verme primero con los ojos rojos y luego vio a Jaime, se levantó, fue hasta donde estaba Jaime y comenzó a golpearlo.

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