Me enamoré fuerte, y te juro que no lo pude evitar.
Y no te lo digo para que vos también me ames, para nada. Solo te cuento.
Y la verdad me importa muy poco si vos me querés, si me amás, mucho menos si me odias.
Yo te voy a amar igual.
Te reís de mí, y creo que hasta me suena a burla. Y eso me vuelve loco.
Leí por ahí que el amor es un trato recíproco entre dos personas, y aunque no firme nada, se que el mío sería el menos beneficioso del mundo, porque te doy mi amor completo, absoluto e incondicional, aunada a mi total entrega y devoción, y a cambio solo te pido que seas, que existas, que estés. No para mí, que estés en el mundo.
Y si un día estás presentando tus logros, agradeciendo a todos menos a mí, te juro que voy a estar en la primera fila, aplaudiendo como loco, feliz.
Porque no me importa, mi amor por vos es así: devoto, no me importa la reciprocidad.
Qué le vamos a hacer, es así desde el primer momento que te ví.
Desde el dieciocho de junio del dos mil diecinueve, cuando la enfermera te puso en mis brazos y dijo: tome papá, felicidades, es una nena.
