Capítulo 6 - Doce primaveras

22 2 3
                                    

Hoy era un día muy especial, pues había llegado mi cumpleaños número doce. Por la mañana mamá había llegado a mi habitación con un tazón lleno de galletas de chocolate y una malteada de vainilla, pues sabía que eran dos de mis cosas favoritas. Y más tarde apareció papá con una caja forrada de papel color lavanda, que al final resultó ser una cajita llena de acuarelas de muchos colores.

—¡Feliz cumpleaños a ti! ¡Feliz cumpleaños a ti! —Corean todos al mismo tiempo, justo cuando estoy a punto de soplar las velas del pastel.

—¡Mordida! ¡Mordida! —grita Abril con una sonrisa de diversión.

¡Si claro! Le iba a morder al pastel justo cuando Dylan se encontraba a un costado mío (lo digo con sarcasmo), no me gustaría que después, cada que decida ver mis fotos de cumpleaños aparezca yo con pastel embarrado en toda mi cara. Lo único que hago es negar con la cabeza y simplemente alejarme para que mi mamá se encargue del pastel.

—Oficialmente —me dice mi hermana—, has entrado a la etapa de la pubertad.

—Cállate Abril —le doy un codazo en las costillas muy leve—. ¿Por qué me lo repites todo el tiempo? ¿Qué tiene de malo entrar en la pubertad?

—No cuentes conmigo a partir de ahora, cualquier pregunta que tengas dísela a mama —dice tomando un par de fotografías y mirándome de reojo.

—Abril, déjala —le dice mi mamá con una mirada que hacían callar a cualquiera—. Haz algo productivo y ayúdame a servir el pastel.

El sabor del pastel lo había escogido yo, no quise el típico pastel de chocolate que siempre hay en las fiestas, opté por uno que tuviera fresa en la cubierta y que de relleno tuviera una mezcla de galleta y crema de cacahuate. Era una combinación bastante rara, pero me fascinaba.

Sentía una gran emoción al saber que no era un día cualquiera de estar acostada en mi cama, viendo una película y comiendo cualquier cosa que mamá hubiese traído; hoy eran mis doce primaveras.

—¿Quieres jugar a algo? —me dice al oído Evan—. Mi querida cumpleañera.

—A las escondidas —le respondo ensanchando una sonrisa.

Él me mira y asiente. 

—Contaré hasta veinte y tú te esconderás —le aclaro antes de voltearme y tapar mis ojos con mis manos.

—Jamás me encontrarás —me dice burlón.

Me apresuro a contar hasta veinte. Termino y empiezo a buscarlo por todos los lados. No había rastro de él ni en la casa ni en el patio, ni siquiera en el patio. Decido subirme a una piedra gigante que hay entre la ventana de mi casa y el árbol de cerezo para visualizar un poco más y al parecer no veo nada, pero mi búsqueda no es en vano puesto que escucho crujir una de las ramas del árbol de donde yo estaba debajo.

—¡Te encontré, Evan! Baja de ahí —le grito dirigiendo la mirada hacia arriba para poder tener una mejor vista hacia él.

—¡Diablos! —se queja, pisando cuidadosamente cada rama de el árbol para poder bajar.

—Suerte que no te caíste —le digo recordando cuando lo conocí, justo cuando yo caía torpemente de un árbol.

—Te veías muy indefensa tendida en el suelo —lo recuerda sonriendo, definitivamente este día se le veía muy contento—. Pero ahora que te conozco mejor sé que eso sólo fue una apariencia.

—No sólo por ser una niña debo ser vulnerable a cualquier cosa —le aclaro e inevitablemente ruedo los ojos—. Debo volver, se ha llegado la hora del pastel y el baile —le digo meneando las caderas como si trajera la música por dentro.

—Espera —Me agarra la mano haciéndome detener—. Aún no te he dado tu regalo, ¿puedes aguardar unos minutos?

—No es necesario darme uno —le respondo un poco apenada—. El hecho de que seas mi amigo es lo mejor, en serio.

—Ven —me incita a seguirlo tomando mi mano y lo único que hacemos es atravesar la calle para llegar a la puerta de su casa—. Por suerte mamá dejó abierto.

Agradece girando el gatillo de la puerta y dándome un recorrido por su casa hasta llegar a su habitación. Me sentía un poco abrumada, pues nunca había entrado a la habitación de un chico, siendo sincera jamás me imaginé poder entrar a alguna. Tenía bastantes toques de él: los discos colgados arriba de su cabecera, el poster de Nirvana, la raqueta colgada en su pared, los mapas en su techo, sus cojines con estampados de notas musicales y balones de futbol, y su guitarra eléctrica autografiada por Maroon 5 que su hermano le obsequió.

Cierra su ventana y baja las cortinas de color pardo, pero antes echa un vistazo hacia afuera. ¿Qué es lo que hacía?

—¿Por qué la cierras? —le pregunto un poco confusa—. ¿Acaso me regalarás droga o algo parecido a ello?

—Escucha —empieza a decir en susurros, sentándose a mi lado—. Quise darte este regalo por lo especial que es, pues al parecer ninguna otra persona te lo ha dado.

—¿De qué hablas? —digo aún más confusa.

Él se queda callado y ambos nos miramos a los ojos. Al principio siento normal estar cerca de él, pero después su mirada empieza a vagar por mi rostro y mis manos comienzan a sudar. 

¿Qué hacía?

Apoya sus manos en forma de puño sobre la cama y entonces su mirada se queda estática sobre mis labios. Tenía una sonrisa dibujada en sus labios, probablemente la más linda que le haya visto. Sus mejillas se tornan de color rosa y yo me pierdo observándole que ni siquiera le doy importancia a que esté demasiado cerca de mí, probablemente nos separaban escasos centímetros. 

Acto seguido, el hechizo se rompe cuando decide acabar con esos escasos centímetros entre nosotros y posa sus labios sobre los míos. Yo me quedo paralizada sin poder ni siquiera parpadear. 

¡Estaba dando mi primer beso! Y me lo estaba dando mi mejor amigo.

Algo se mueve en mi estómago y por primera vez siendo un calor apoderándose de mis mejillas ¡Rayos! ¿Qué me estaba pasando?

Después de unos segundos, se separa de mí con una sonrisa boba y todavía con sus mejillas coloradas, situación en la que probablemente también yo me encontraba. Abre los ojos finalmente y bueno, sólo eso faltaba para terminar de desfallecerme en sus brazos. El color de su iris era tan puro que me dejaba en otra dimensión.

—Tengo... —titubea—, que... salir afuera.

Se aparta de mí y sale hecho un rayo de su cuarto. 

Tardo unos cuantos segundos en volver al mundo. Ni siquiera sé cómo salgo de su casa y vuelvo a la mía, sólo sé que cuando abro la puerta para entrar, soy el centro de atención. ¡Puf! Claro, era la cumpleañera. 

—¿En dónde te has metido Rowan? —me dice mi mamá cruzada de brazos—. Tus abuelos se acaban de ir, querían despedirse de ti pero no llegabas. Sabes que al abuelo le cuesta manejar cuando oscurece.

—Perdón mamá. Estaba con Evan —confieso.

—¿Estás bien? 

—¿Por qué? 

—Tienes los ojos exaltados. Pareces como en shock —dice mi madre, escrutándome con la mirada.




***

Espero que les haya gustado y si es así no duden en votar.

-Linette :)

Te dejaré ir cuando la noche acabeWhere stories live. Discover now