Aunque no estaba segura. Pero, aquello amor no era. Bajo mis básicos y poco experimentados conceptos de Psicología, aquello se definía como: relación tóxica. Con todo y negrilla.

Perdí comunicación con Julieta, con Lucas, un poco —aunque por lo que había escuchado andaba saliendo con una estudiante de intercambio —y con el Cosito. Bueno no, con Liam.

Por otra parte, me había aventurado por una carrera que me emocionaba, y me gustaba; filología. Tras devorar millones de libros, tanto que las personas me miraban con asombro al yo soltar que no recordaba la cifra de cuántos había leído, decidí estudiarla. Habían mucho de los libros que no había aprendido aún.

Estudié mucho, mañana, tarde, noche,  muchos ataques de estrés, y también, de pánico, pero estaba satisfecha.

Aunque exageré un poquito con el estudio, je.

Había conseguido una beca. Había sido la favorita del profesor —sin ser eso mi culpa —. Había sido la "nerd" del salón, había conseguido una mala reputación ante los ojos de mis compañeros de clase, pero todo lo había hecho con mi sudor. No quería recibir dinero de papá o mamá.

Toda la vida, nos habían llamado a mi hermano y a mí: "flojos" o "vagos", o para ser más directa: habían adulado que no teníamos ningún futuro. Que nuestros padres siempre nos tendrían que solucionar todo. Que nunca seríamos independientes y nunca seríamos nadie en esta vida ni en mil más.

Podía afirmar que estaba orgullosa de mí misma, y que no necesitaba de ellos. Eran mis padres, ajá, por una parte siempre los necesitaría. Pero, por la otra, cuando me aparecí en casa a recoger mis cosas, con mi certificado de graduación y mis documentos escolares, en ellos había una expresión muy obvia: nuestra Avita nos viene a rogar que le paguemos la universidad.

Les mostré mi beca, y, en ese entonces, me forcé a memorizar sus expresiones: sorpresa pura. Sus mandíbulas estaban llegando al suelo.

Presenté mis documentos a la universidad, y me aceptaron, alegando que sería un gusto y un placer.

La universidad no era muy grande, pero sí muy acogedora. Era pública, no se debía pagar mucho, y sus estudiantes muy cultos e inteligentes.

Allí había conocido a mi mejor amigo: Gabriel. Gabi se había retrasado en algunas asignaturas y yo le estaba ayudando con ellas. Compartimos algunas ideas, muchas en realidad, y decidimos alquilar un apartamento cerca de la Universidad Dawson.

Había un muy viejo amigo suyo que estaba abriendo un restaurante. Buscaba trabajadores, y Gabi habló con él. Ofrecían buen salario, quedaba no muy lejos de nuestra casa y no afectaba nuestra rutina.

Podía decir, que era una mujer realizada. Pero no dejaba de ser una niña con sueños.

Nadie nunca supo nada de lo de Jimena. Muchas veces me había cuestionado su "muerte desconocida" pero el efecto se disipaba casi al instante de pensarlo. Nadie nunca se enteró de mi presencia por aquella consulta. Nadie supo que yo era su paciente. Pura suerte, en realidad, porque de ser que analizaran un poco más el caso, lo hubiesen sabido.

Una vez leí una maravillosa frase: "Que la niña en tu interior se sienta orgullosa de la mujer que eres"...

El teléfono de casa empezó a sonar, con un pitido algo tupido, interrumpiendo mis pensamientos.

Me puse de pie, contestando la llamada.

—¿Bueno? —contesté con voz somnolienta.

—Hola... ¿Está... Gab? —preguntó Lori con timidez.

Lorian era la pareja de Gabi. Era unos cuantos años menor que él, ambos se sonrojaban por todo, pero los tipos se entendían.

Se veían muy felices juntos. Yo también estaba feliz. Gabi cuando era pequeño, según me contó, había ocultado, y reprimido, su sexualidad. Lo criaron siendo homofóbico. Llegó a cuestionarse si estaba enfermo, si que le pasaba, que si era asqueroso y repugnante. Pero Gabi era una persona fuerte y maravillosa. Gabi era una persona algo despegada emocionalmente, pero eso cambiaba cuando se trataba de Lori.

El Rostro Humano de Lucifer ©Where stories live. Discover now