Capitulo 1

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«Quizás en mi mente atormentada deseo que alguien lea esto y comprenda»

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«Quizás en mi mente atormentada deseo que alguien lea esto y comprenda»

-Jack el destripador

Hace tres años

La vida a veces te puede resultar monótona y uniforme, te consume esa monotonía y se te hace aburrida.

Así mismo, es increíble cómo todo puede cambiar en tan sólo unas horas. No, no en un día, sino en horas. Ese día me levanté con normalidad, pero con la extraña sensación de que algo iba a pasar instalada en el pecho. No le di mucha importancia, pues a veces sólo eran falsas alarmas.

Lo dejé pasar, pues que digamos no confiaba mucho en mi "sexto sentido" como la gente decía que era propio de las mujeres.

Me metí a bañar, y acto seguido a eso retiré la mini pijama que traía puesta. Aproveché para lavarme el cabello y repasar mi agenda del día. También, pensar en todas las cosas que pasaron ayer, a las cuales ni les di la menor importancia.

Primero: mi madre estaba demasiado rara.

Segundo: mi padre se comportaba mucho más frío de lo habitual.

Quienes conocieron a Paola y a Edward sabían que eran un caso perdido, unos malditos polos opuestos.

Mamá era tierna, papá reservado.
Mamá socializaba, papá se escondía entre los papeles.
Mamá tenía sus reglas con respecto a mi día a día, papá tenía las suyas de igual manera.

Primera regla —y la más importante de todas— : no salgas de casa.

Segunda regla: compra ropa bajo mi supervisión.

Tercera regla: no te juntes con demasiadas personas en la escuela, nunca se sabe quién puede apuñalarte por la espalda.

Contando que no me dejaban salir —solamente al jardín, permítanme exagerar— ya mi vida se resumía en el mismísimo infierno. Vamos, que tenía quince años, no cuatro. Y sumándole al hecho de que el pueblo de Los Dáskalos no era demasiado peligroso, no entendía el motivo de tal prisión.

Salí sintiéndome de lo más despierta de la ducha, era increíble como una ducha podía ponerme de buen humor esa mañana. Al terminar de abrir la puerta y mirar al frente, me encontré con la mirada acusatoria de mi madre y su constante repiqueteo de zapatos. Estaba en problemas, lo sabía.

—Ava, ¿Me puedes dar una explicación decente después de ver tal desastre en tu habitación? —habló con tono maternal, y acto seguido comenzó a arrojar prendas de ropa para mostrármelas.

—Mamá, se supone que es mi habitación, y está como yo desee que esté —rebatí, cerciorándome de no faltarle al respeto.

—¿Así regado y sucio? ¿Con papas fritas y olor a pizza por doquier?

El Rostro Humano de Lucifer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora