Capitulo IX: "Se acerca el tiempo de la verdad" (IV/V)

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—Entonces sí es una alferi —dijo Caleb con un suspiro de ¿alivio?

La habitación se desdibujó, todo comenzó a girar muy rápido, un potente zumbido hería mis oídos. Algo extraño que no alcanzaba a entender estaba ocurriendo. Grité con el miedo paralizándome el cuerpo, hasta que todo a mi alrededor se estabilizó.

—¿Qué está pasando? —pregunté con un hilo de voz.

Estaba arrodillada con el torso doblado sobre mí misma. El viento invernal cargado de hielo alborotó mi cabello y rozó la piel de mi rostro como si se tratara de millones de diminutos fragmentos de cristal. Cuando subí la cabeza vi un paisaje demasiado conocido frente a mí, estaba en los jardines del palacio Flotante, en Augsvert.

—¡¿Qué es esto?! —volví a preguntar aturdida y con la garganta seca— ¿Qué sucede?

Para mi sorpresa aquella voz aflautada surgió a mi lado.

—Te he traído cientos de años atrás, cuando en Augsvert todavía no había humanos.

Jadeé sin comprender nada. A mi alrededor se extendía el paisaje familiar de mi pasado: los arbustos de glicina, siempre en flor, se enredaban en el barandal del puente sobre el lago; el mismo lago que yo conocía de toda la vida, ese que no se congelaba nunca. Me giré y a mis espaldas se erguía el palacio Flotante con sus altas y picudas torres y sus ventanales de colores. Era el mismo edificio de cuando lo dejé doce años atrás, pero más brillante y espléndido.

Consternada, me volví hacia el anciano, él mantenía los ojos ciegos al frente. No comprendía qué sucedía. De pronto, un grupo de personas se acercó a nosotros: los cabellos relucientes, largos y blancos; la piel morena, lisa y sin mácula; las ropas delicadas de colores claros; los cuerpos esbeltos y más altos de lo que un humano promedio sería. Eran tres alferis que platicaban con voces melódicas y calmadas.

El anciano me tomó firmemente de la mano.

—Vamos —dijo y tiró de mí en pos del grupo que pasó a nuestro lado sin prestarnos atención.

—¿A dónde me lleváis? —Traté de resistirme, pero como antes, me sentía sin fuerza y a merced del savje del misterioso anciano.

—Debéis recordar la historia de vuestro pueblo, reina oscura.

«Reina oscura.»

Cerré los ojos y volví a escuchar en mi mente la voz de mi madre al pronunciar la profecía:

«Antiguos secretos desvelados, el peso de la infamia con sangre será pagado. Hora aciaga, se acerca el tiempo de la verdad. Cuando la reina rechace al pretendiente, la tragedia encontrará su aliciente. El rey, con su amor mancillado, de la venganza se volverá un esclavo. Entonces, la reina oscura ascenderá, los muertos saldrán del Geirsgarg y Augsvert a ser lo que era retornará.»

Sin poderlo evitar empecé a temblar, tenía que irme. ¡No podía seguir allí!

—¡Koma, Assa aldregui! —clamé desesperada.

—No tiene caso —dijo el anciano—, la espada no vendrá. Esto es solo un recuerdo de hace mucho tiempo.

—¿Un recuerdo? ¿Un recuerdo de quién? ¿Vuestro? No es posible que tengáis tantos años.

El anciano no contestó nada. Reafirmo el firme agarre en mi muñeca y la fuerza con la que tiraba de mí, que en nada se parecía a la de un pequeño viejecito. Yo era prácticamente arrastrada por él detrás del grupo de alferis, mientras las piernas me temblaban levemente. Volver a Augsvert, aunque fuera mucho tiempo atrás, era casi intolerable, comenzaba a dolerme el estómago y a tener náuseas. Mi pensamiento giraba una y otra vez en torno a ese par de palabras: «reina oscura».

Augsvert III: la venganza de los muertosWhere stories live. Discover now