CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

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Se subió al auto como pudo, había corrido, después rengueado y finalmente arrastrado hasta conseguirlo.

Había dejado un rastro formado con manchas de sangre cubriendo el asfalto.

Sufría el dolor en todas partes, inclusive en rincones que ni siquiera habían sido tocados por las balas, aunque el alivio aunque muy efímero, fue casi extremo cuando ese pitido del infierno, emitido por el grillete electrónico paró de sonar.

Tan pronto como se sentó en el asiento trasero del carro, se arrancó la parte frontal de la playera que le cubría pecho y torso con el fin de desgarrarla y formar varias tiras con la tela de algodón que le permitieran improvisar unos torniquetes para ejercer presión sobre el brazo y hombro derecho, así como en la pierna izquierda, justo arriba de la rodilla.

La bala que en realidad le preocupaba se encontraba alojada en su espalda baja, pero la mochila que tenía colgada le apretaba lo suficiente para contener una posible hemorragia, o al menos, esa era la idea que le permitía respirar con cierta tranquilidad.

El ruido de las sirenas se percibía cada vez más estridente, por lo que era fácil suponer que patrullas, ambulancias y camiones de bomberos estaban prácticamente arribando a la zona de los apartamentos, era cuestión de segundos para que las aceras que yacían bajo el humo se encontraran totalmente invadidas por elementos inútiles y corruptos del cuerpo policial de La Florida.

Todo esto pasaba por su mente de una manera tan agobiante que perdió la noción de la realidad, simplemente parpadeó y el paisaje que se apreciaba por la ventanilla del vehículo rojo había cambiado bruscamente. Fue entonces que se dio cuenta que el jeep estaba en movimiento y se estaban alejando de aquel campo de guerra.

También pudo distinguir una voz, pero no era una voz como las otras, esas que gritaban pidiendo ayuda mientras corrían por las calles.

Ésta, aunque desconocida, era una voz cercana, podía jurar que salía de dentro del mismo auto en donde ahora viajaba.

-No te duermas- Levantó la mirada hasta distinguir el rostro de una hermosa mujer, cuyas facciones estaban desencajadas. Pudo identificar ese gesto como Angustia. -Abre los ojos, tienes que aguantar- Una mano se posaba sobre su cara chasqueando los dedos para intentar capturar su atención.

-Me voy a desmayar- Confesó con el último porcentaje de energía.

-¡NOO! ¡No te puedes dormir ahora!- Seguía insistiendo Taylor con algo de desesperación. -¡LAUREN DETÉN EL AUTO!- Le ordenó al borde de sufrir un ataque de pánico.

-¡NO PUEDO!- Gritó contagiada por la exaltación de su copiloto. -No hemos avanzado ni 5 kilómetros de la zona- Explicó reduciendo unos cuantos decibeles en el tono de su voz.

-¿Qué me va a pasar si me quedo dormido?- Matías habló de nuevo. Estaba mareado, cansado y de pronto sentía muchísimo sueño, como si una fuerza invisible terminara de ordeñar la poca vitalidad que le quedaba, lo jalara y lo invitara a sumergirse en alguna especie de abismo profundo, pero con la promesa de que la caída sería placentera. La idea de tomar esa oportunidad para aislarse del dolor y olvidarse de todo al menos por un par de horas era demasiado tentadora.

-¡No lo sé, pero estoy segura de que no es bueno!- Respondió Taylor suspendida en ese estado de Neurosis. Si algo le pasaba al hombre que viajaba con ellas, Scarlet la mataría. -Piensa en algo, lo que sea que te saque de ese sopor- Inquirió por demás afligida.

-¿Y cómo sabes que no es bueno?- Preguntó Lauren elaborando un análisis silencioso pero exhaustivo de las posibles consecuencias. Es decir, Matías no se había golpeado en la cabeza ni nada por el estilo, y aunque su atención realmente se enfocaba entre sí debía alarmarse o no por la situación, sus ojos verdes se mantenían pegados al camino.

EL HUBIERA SÍ EXISTE  (CAMREN)Where stories live. Discover now