Uno

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Todos los días Perséfone se despertaba a las 8 de la mañana, siempre con un poco de cansancio y procedía a sacar leche de la nevera para calentarla, y posteriormente servirla con tostadas. Era una rutina que tenía desde niña enseñada por su madre, quien a su vez la había aprendido de su propio padre.

Justamente se encontraba en la misma granja que su abuelo hacía muchos años atrás había comprado y le había heredado a su única nieta. Al fin y al cabo su trabajo en JoJa Corporation la termino dejando demacrada y cansada. Por ello, opto por aceptar el regalo de su abuelo, aunque con algo de recelo, para dejar aquella vida sedentaria y monótona atrás. Después de todo era una de las cosas que su abuelo también le había enseñado a su madre y que ella le transmitió a Perse, la idea de que si es necesario se debe emprender nuevos rumbos con coraje.

Luego, ella procedía a prender el televisor mientras se sentaba en el comedor sirviendo torpemente el desayuno. Aun si solo seria para una persona era mejor que desayunar de pie, pensaba. Tomaba largos sorbos de la taza mientras que con el control pasaba canales en busca de algo interesante, algo que medianamente hiciera ruido de fondo mientras se preparaba para iniciar la rutina diaria. En esa tarea encontró un canal de profecías y horóscopo impartido por una supuesta pitonisa.

—Ya que... —Susurró mientras se encogía de hombros y tomaba con sus manos, un poco congeladas, una tostada sin antes dejar a un lado el control.  Extrañamente aquel día el ambiente era muy frio, aun para ser de primavera.

—Sigamos con capricornio, llevas un amor imposible desde hace poco menos de un año, crees que puedes estar correspondido. — Comentaba la anciana y aclaraba ligeramente la garganta para luego seguir en su discurso. — Veo buenas noticias en tu porvenir, los espíritus están de tu lado, debes confesar tu amor, porque... ¡Después será demasiado tarde!

—Hoy la pitonisa fue demasiado especifica...— Musitó Perséfone, su rostro se tornó pensativo y vacilante.

Desde que llego a la granja, se enfrentó a un mundo desconocido y totalmente nuevo con habitantes que parecían ser amigables y se mostraban curiosos de conocer a la nueva incorporación del pueblo. Pero en especial uno se llevó toda su atención, Sebastián. Él era un joven ermitaño que apenas socializaba con los demás, sarcástico e irónico. Su trabajo exigía estar bastante el tiempo en casa, y por aquello, resultaba difícil encontrarlo en el pueblo. Sin embargo, ella solía encontrarlo sin falta todos los martes al salir a pescar, siempre con su aura solitaria y fumando. Lo que funcionaba como antesala para conversaciones llenas de risas y una que otra mirada de complicidad. Por fin paso que justamente en una reunión, él le confeso sentimientos e ideas íntimas que acompaño con unos cuantos besos torpes y fugaces.

Ese pequeño momento basto para que ella sintiera que tenían más en común de lo que jamás había imaginado. Había visto en sus ojos negros y profundos una soledad con la que se sentía identificada y conectada. Lástima que en aquella ocasión Sebastián estuviera demasiado ebrio como para saber que sus acciones realmente tuvieron un peso significativo en ella.

Y allí se encontraba ella que estaba sumamente dudosa, con el teléfono en las manos. Pensando en escribirle o no y realizándose un montón de preguntas, cada una con una respuesta que estaba ansiosa por saber.

—Al diablo, le diré que nos veamos hoy en la tarde. — Pensó mientras sus dedos tecleaban con rapidez y realizaban la acción más impulsiva que había cometido en mucho tiempo. Lastimosamente, también una de la que se lamentaría más tarde.

"Seb. ¿Qué tal? Tengo ganas de una pizza. ¿Quieres ir al salón por una a eso de las 2 de la tarde?"  

Después de escribir eso se arrepintió al instante, su cuerpo se puso tembloroso y su mente se nublo aún más. Puso una mano en su cabeza mientras susurraba maldiciones, y su ansiedad se incrementaría aún más después de recibir la temida respuesta.

H e a r t b r o k e n || Stardew Valley Where stories live. Discover now