Niebla:

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El pánico se apoderaba de mi ser más y más a cada segundo.

Mientras sostenía a Bianca y la dejaba tan delicadamente como podía en el suelo, no podía dejar de sentir una terrible angustia al ver como su vida se escurría entre mis manos.

Su pecho tenía un terrible agujero que la atravesaba de extremo a extremo, no paraba de chorrear sangre y no daba signos de detenerse pronto. Yo mismo estaba cubierto de su sangre mientras trataba en vano de detener la hemorragia.

Los ojos de Bianca estaban nublados por el dolor y respiraba irregularmente. Grover había conseguido llegar hasta donde estábamos el resto y empezó a tocar una melodía frenética con sus flautas, esperando conseguir así que Bianca se recuperase aunque sea un poco, pero su magia curativa no surtía suficiente efecto.

—¡Ambrosía, ahora!—pedí.

Thalia y Zoë rebuscaron en sus bolsas, pero estaban completamente agotadas de ambrosía y néctar, acabábamos de usar nuestras últimas reservas, sencillamente no había nada que pudiéramos hacer.

Mi mente corría a toda velocidad, tratando de pensar en algo que pudiera hacer. Pensé en los Doce Desastres y Pecados, habían un par de trabajos que podrían ayudar a Bianca, pero yo apenas tenía energía para ponerme en pie, mucho menos para usar el Éxodo de Hércules.

—Resiste, resiste, por favor...

Hicimos todo lo que pudimos, estuvimos allí por horas probablemente. Intentamos curar su herida con lo que teníamos a la mano, tratamos de limpiarla y vendarla, de evitar que más sangre se le escapara y con suerte ayudarla a resistir, al menos hasta que encontrásemos un hospital o lo que fuera.

Cuando las primeras luces del alba iluminaron el desierto, miré en dirección al sol, desesperado.

—Apolo, por favor... cualquier dios, el que sea, alguien haga algo...

Si nuestras plegarias fueron escuchadas, nadie respondió a ellas. Golpeé el suelo con furia y grité con la voz ronca:

—¡Hades, por favor! ¡Es tu hija! ¡Haz algo! ¡Sálvala!

No sucedió nada. Yo sabía bien que los dioses no podían intervenir de forma directa en las misiones mortales, Apolo ya se había arriesgado mucho al ayudarnos, pero aún así no podía dejar de sentir impotencia e ira, me aferraba a las últimas esperanzas que nos quedaban.

Bianca se estaba quedando sin fuerzas, únicamente miraba a la nada con ojos vacíos, sin embargo, se aferraba con lo último de su vida a algo que sostenía en su mano derecha, aunque no podía ver qué.

—¿Por qué...?—le pregunté yo—. Te dije que no lo hicieras, ¿en qué estabas pensando al enfrentarte a Luke de esa manera?

—Quería... ayudar...

—Eso fue muy estupido...

—Pero... te salvé... ¿no es así?

Suspiré.

—Sí... lo hiciste, gracias.

Zoë se arrodilló a nuestro lado, estaba temblando.

—Bianca... lo siento tanto, yo-yo jamás debí pedirte que vinieras, yo sólo... lo siento...

Bianca parecía estar escuchando sólo a medias, su respiración era más lenta y más débil.

—No... está bien... estoy bien...

—No, Bianca... tú no...

—Encuentren a Artemisa... y a Annabeth...—se volvió hacia mí y me dejó en las manos aquella cosa a la que tanto se aferraba, una figura de metal: la estatua de un dios—. Dásela a Nico... es la única que le falta... Dile... dile que lo siento.

El Éxodo de HérculesWhere stories live. Discover now