7.- Un gato sin sonrisa (3ª parte)

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Alicia se sentó de nuevo en el sofá. Su café se había enfriado. Pensó en hacer caso a su padre y encerrarse a trabajar en el proyecto de viabilidad... Había muchas cosas en juego. Miró a Ches que parecía entretenido con un nuevo dibujo, con Marie enganchada en su hombro, contemplando en silencio cómo se formaba la imagen ante ella. Sus manos se movían a una velocidad vertiginosa y sus ojos azules no parecían estar en ese lugar.

-Creo que te debo una disculpa -dijo Alicia con una mueca. Ches apartó la atención del dibujo y la miró sin pestañear. Ella se atragantó al sentir la fuerza de esos ojos-. Yo creía que tú...

Para su sorpresa, el joven se echó a reír.

-Por cierto -dijo su padre asomando la cabeza por el hueco de la escalera-, en Galileo las relaciones sexuales no suelen ser excluyentes; no te apresures a tirar tus esperanzas por la ventana.

-¡Papá! -protestó Alicia enrojeciendo hasta las orejas.

-Cultura, hija. Cultura. No te hará daño leer un poco más.

***

Pasaron casi dos meses antes de que se presentara un claro lo suficientemente largo como para que pudieran desplazarse a tierra firme. Para entonces, Ches se había convertido en uno más de la familia. Había ayudado con las reparaciones del tejado, con las labores de la casa y, en resumen, había sido como un hijo más.

La mitad de las noches se las pasaba dibujando y la otra mitad, se debatía en sueños con pesadillas que nunca mencionó en voz alta. Ni siquiera, cuando un par de semanas más tarde recuperó la voz, para sorpresa de todos, empezando por él mismo. Si en algún momento de esos dos meses recuperó los recuerdos, tampoco lo dijo.

-¡No puede irse! -protestó Clara por enésima vez-. Se puede quedar con nosotros hasta que venga su familia. ¿Qué va hacer con Beth? Lo meterán en un hotel o en una nave a Galileo y se quedarán esperando a que vaya alguien a recogerle como si fuera un perro abandonado.

-No creo que pase eso -explicó Noah-. Le diré a Alicia que hable con Beth, que le hagan los análisis y que le traiga de vuelta si no saben nada de él. De todas formas, todos sabíamos que sería temporal. En algún lugar, él tiene una casa y un nombre de verdad. Clara -añadió con tono conciliador-, ya lo has visto, es un príncipe de Origen y seguro que tiene mucho dinero. Podrá venir a visitarnos siempre que quiera.

-¿Y por qué iba a querer? -dijo la joven bordeando el llanto-. Cuando se acuerde de todo lo que tiene se olvidará de nosotros.

-¿Tú crees que Ches haría eso? -preguntó Noah. Clara negó con la cabeza-. Entonces dale un voto de confianza. Si se olvidara de nosotros no sería nuestro Cheshire, ¿no?

El chico entró en el garaje, vestido con ropa de Noah que le quedaba demasiado grande. En esos dos meses, el cabello le había crecido a una velocidad vertiginosa y llegaba ya hasta sus hombros, pero por algún motivo que no había podido explicar, se había negado a cortárselo. No llevaba nada más consigo que una hoja enrollada sobre sí misma, uno de los muchos dibujos que había ido haciendo en esos meses de convivencia forzosa y que ahora decoraban gran parte de las paredes de la casa. Aún retorcido y sin ver su contenido, Noah sabía exactamente qué dibujo era el que llevaba el joven.

-Ya he hablado con Beth -dijo Noah-. Te hará un reconocimiento médico, expedirá una orden de búsqueda por si alguien te está buscando y luego Alicia te traerá de vuelta, hasta que alguien venga a buscarte, ¿vale?

-Sí, está bien -dijo él asintiendo con la cabeza-, es solo que estoy...

-¿Asustado? -preguntó Alicia.

Nadie es perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora