20| Todas mis primeras veces

Começar do início
                                    

Nuestros horarios son muy diferentes. Vivir con él en el futuro será un gran problema.

Decido mirar al techo en los próximos minutos y mi aburrimiento y mis ganas de ir al baño se unen para colmar mi paciencia. Ya está, tengo que salir de aquí por más cómodo que esté. Me remuevo entre las sábanas y "accidentalmente" golpeo un poco a Oliver, pero él ni se inmuta. Chasqueo la lengua y vuelvo a golpearlo con mi codo sin tomarme el tiempo de ser tan delicado como la primera vez. Hago una mueca cuando él suelta un quejido, Dios, creo que me pasé un poco. Comienza a moverse así que cierro los ojos, fingiendo que estoy dormido.

Dice un par de palabras que no son lo suficiente audibles, pero dentro de sus balbuceos escucho un:

—Buenos días, bonito.

Su voz ronca y somnolienta de la mañana me arrancan una sonrisa. Una sonrisa que no se prolonga demasiado porque pronto afianza su agarre en mi cintura y recuerdo la razón por la que lo desperté en primer lugar.

—Solo buenos para ti —me callo al sentir que besa mi cabeza y luego mi hombro.

Un cosquilleo me recorre en las zonas que ha besado y el corazón me da un vuelco. Eso fue inesperado. Jamás terminaré de acostumbrarme a la forma en la que demuestra su cariño, dudo que mi corazón también pueda llegar a acostumbrarse, solo es cuestión de tiempo supongo. Carraspeo para tranquilizar mis latidos que están acelerados. A pesar de que me gusta sentir el calor de sus brazos sobre mi cintura y sus labios en mi cuerpo, tengo un pequeño problema que debo atender.

—¿Por qué dices eso? —murmura contra mi piel, todavía con sueño. Sonrío e intento no parecer afectado, aunque por dentro el corazón me va errático.

Él continúa dejando cortos besos en mi hombro y por un momento me replanteo si de verdad es importante orinar cuando lo tengo a él besándome y abrazándome por detrás. La sensatez, como siempre, me golpea y me grita que ni siquiera debería tener como opción quedarme en cama a menos que quiera ser un niño de cinco años que se orina en las sábanas. Es obvio que no quiero eso, ni tampoco tener problemas renales por aguantarme. ¿Por qué mi cuerpo me pide ir al baño cuando pude haberme quedado toda la mañana en cama con Oliver? Nunca había odiado tanto los riñones.

—Quiero ir al baño —explico. Mi voz ha sonado bastante extraña a causa del nerviosismo que me provocan sus besos en mi piel—. Desde hace rato.

Oliver deja de besar mi hombro y le reclamo en mis adentros.

—¿Y por qué no me despertaste?

Su voz suena menos somnolienta que antes, pero el cansancio aún es notable.

—Lo hice, tres veces.

La verdad es que no pude. Cuando giré a verlo estaba durmiendo tan plácidamente que me negué a la idea de despertarlo, al menos de una forma tan obvia. Lo pateé, fingí roncar demasiado alto, tiré de la sábana para dejarlo descubierto a él, nada funcionó. Lo único que tuvo efecto en él fue el codazo "accidental" que le di hace apenas unos instantes.

—¿En serio? —bosteza y quita sus manos de mi cintura. Una vez más, vuelvo a reprochar en mi interior. Maldita sea el tener que orinar—. Perdón, ve.

No necesito ni oírlo dos veces para levantarme de la cama e ir al baño a pasos veloces antes de que me arrepienta y le diga que puedo esperar si va a seguir besándome de esa manera.

En el trayecto me lamento por haber detenido sus besos, pero nada se compara con el alivio que siento luego de llegar al inodoro y terminar con lo que me hizo arruinar una buena mañana. Es mi culpa por ir por agua en la madrugada, pero si lo pensamos mejor, es culpa de Oliver por no ofrecerme siquiera algo de beber antes de hacer lo que hicimos, creo que lo de "ir por un café" sí es un paso indispensable que no se debe omitir, al menos no cuando tu última comida o bebida del día fue horas mucho antes dé.

Una maldita confusiónOnde histórias criam vida. Descubra agora