6. El testamento.

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Isabel

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Isabel.

Los nervios amenazan con apoderarse de mí. Por una parte, puedo ver por el rabillo del ojo la bolsa negra y rosa que contiene el atuendo que pretendo llevar a la cita. Leo ha sido mi talismán de la suerte, porque apenas llevábamos unos minutos en la tienda cuando hemos encontrado la ropa perfecta. Por otro lado, delante de mí tengo un cuaderno y el boli con el que pretendo escribir el borrador del correo electrónico.

Esto no va a ser tarea fácil.

De momento, no tengo ni una sola frase construida. En el tiempo que llevo sentada, lo único que he conseguido escribir han sido ideas sueltas como «me ha hecho mucha ilusión» o «espero que te encuentres bien», pero aún no me he puesto a hilarlas. No puedo equivocarme. De la reacción de Ángel depende que me pueda poner mis nuevas adquisiciones.

Esta mañana hemos tenido reunión en el club. Me tocaba presidir el club de lectura y concentrarme en mi deber me ha requerido un esfuerzo sobrehumano. La carta lleva monopolizando mi atención desde que la recibí; por suerte, cuando había transcurrido un rato he podido apartarla de mi mente.

Agradezco que Marisa haya hablado sin parar hoy. Tenía muchas teorías sobre lo que va a pasar entre los protagonistas después de su reciente encuentro ardoroso, así que he dejado que diera rienda suelta a su imaginación. Lo que me ha dejado pensando ha sido el final de la sesión; todos estábamos ya despidiéndonos cuando ella se ha acercado a mí y me ha confesado: «¿Sabes? Creo que estas novelas son la única manera de experimentar lo que ya nunca vamos a tener. Nos hemos hecho demasiado viejas para el amor».

Respondí a su comentario con una risa boba, pero no estoy de acuerdo con ella. La oportunidad de enamorarse está a la vuelta de la esquina y no voy a rendirme tan fácilmente.

—Uf, menos mal, estás bien —dice la voz de alguien que está entrando por la puerta del piso.

Wes ha salido antes del trabajo, por lo que parece.

—¿Y por qué no iba a estarlo?

—Te he llamado a la hora de comer y no contestabas. —Aparece en el salón con una chaqueta empapada en su brazo; lógico, teniendo en cuenta que nada más volver ha comenzado a diluviar—. ¿No estabas en casa?

—Estaba... —a mitad de frase, recuerdo que por nada del mundo puedo decirle la verdad de donde me encontraba— ocupada. No habré oído el teléfono, perdona.

—¿Ocupada? —pregunta, intrigado.

—Sí. —Me veo en la obligación de pensar una mentira en los próximos tres segundos. Si no se me ocurre nada, estaré en un lío muy grande—. Han... han puesto Love, Actually en la tele. Empezaba a las dos, así que estaría atentísima.

Salvando la conversación con una de mis películas navideñas favoritas. Así da gusto. Punto para Isabel.

—Te he vuelto a llamar a las tres.

Una trama navideña.Where stories live. Discover now