Capítulo 16.

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Consecuencias.

Aitara.

El ruido me ensordece, la oscuridad empapada del tintineo de las luces nubla mi vista, él sostiene mi cintura esparciendo besos en mi cuello hasta mi mejilla. Sonrío bajo sus caricias y todo el humo alrededor aumenta mi desdén.

—¡Quiero un helado! —Grito de repente obligándonos a detener el baile.

El italiano me gira y todo el humo que sale de sus labios me acaricia la piel.

—¿A esta hora?

—Debes cumplirme los caprichos para conquistarme.

Bajo los cambios de luces noto su sonrisa burlona que se me contagia.

—¿Quién dice que quiero conquistarte?

—Bueno, hace unas horas me bañé de sangre y desafié al rey de la mafia por ti, creo que merezco un helado.

Me da un corto beso en los labios y entrelaza nuestros dedos sacándome del club clandestino. Todavía afuera se escucha muy alta la música y creo que sigo sorda por tanto ruido.

—¡Biagio, llévanos a una heladería!

Le grito al pobre hombre que sigue despierto a estas horas para poder transportarnos porque ambos estamos tomados.

El peli negro suspira subiendo al asiento del conductor y apenas cierro la puerta Matteo presiona el botón que deja salir un cristal negro impidiendo que Biagio nos vea.

—No sabía que mi ropa te quedaría tan bien hasta que te la vi puesta —señala las prendas y bajo la vista observándolas.

Llevo puesta la sudadera que le regale hace años y unos jeans de los que traje con unas Converse. Fue lo que más pronto me pude poner de lo que trajimos en el jet antes de que viniéramos al club intentando huir de la furia de Domenico.

—Clara muestra de que no sabes elegir prendas, con las mías si luces... decente.

Subo la cabeza al cielo y levanto las manos pidiendo paciencia.

—Es que te odio, ¿no puedes dejarme quieta un segundo? Además, esta es la sudadera que te regalé, por lo tanto, la elegí.

—A palabras necias odios sordos. —Me da la espalda concentrándose en el ventanal y le pego en el hombro.

No sé si es el atrevimiento por el alcohol o la confianza entre ambos, pero me acuesto en el asiento y descanso la cabeza sobre sus piernas. Al sentir mi cuerpo se gira a verme.

—A menos que vayas a hacerme un oral, quítate —bromea. Ve que estoy por protestar y me calla colocando su mano en mi boca.

Baja la ventanilla y saca un porro de lo que imagino debe ser marihuana. Molesta, aparto su mano y me siento nuevamente, se lo arrebato y lo lanzo por la ventana.

Me da una mirada que jamás me dio. Llena de molestia, tal cual la de un adicto a esa porquería. Me sigue mirando de la misma manera y se la sostengo hasta que él es quien la relaja.

—Delante de mí no vuelves a drogarte nunca más, no te voy a perdonar lo que me hiciste en el jet.

Mi voz sale más seria de lo que jamás me dirigí a él.

—Sabes porque lo hago.

—Y te entiendo, te admiro porque en tu lugar yo me hubiese vuelto loca, pero eso no te da derecho a destruir tu vida y de paso la de los que te queremos. No quería presionarte, pero ya estuvo bueno de esto. Si quieres enfrentarlo vas a terapia o buscas otra salida, pero más drogas no.

Mío.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora