Capítulo 7.

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Caos y confusión.

Aitara.

Observo en completo silencio el vaso de café de Starbucks que está frente a mí. Hoy no fui a la universidad, no quiero hablar ni ver a nadie a excepción del pelinegro que tengo frente a mí, solo quiero tomar café y estar tranquila luego de tanto caos en esa fiesta.

Así es, me refiero mi queridísimo revolcón con Matteo. Error. Permítanme me corrijo porque no fue una vez, fueron varios en una sola noche.

Bien, es obvio lo qué pasó y entiendo lo terrible de eso, pero lo aún peor es que Matteo se largó a Rumania y ni siquiera tocamos ese tema, aún muchísimo peor es el estado en que llegue a mi casa.

Tres jodidos días han pasado desde la noche de la fiesta donde termine entre las sábanas del heredero de la mafia italiana mientras ambos estábamos hasta el tuétano de whisky y martinis.

La mañana siguiente fue un caos en casa con mi padre molesto porque regresé al medio día con una resaca como de tres años y varias marcas en la mandíbula y el cuello que no sé exactamente en cuál de las repetidas ocasiones llegaron ahí.

Y no olvidemos el pequeño detalle de que llegue con ropa de hombre porque mi body estaba totalmente destruido. Además, tenía marcas de esposas en las muñecas.

Con el transcurso de los días se han ido eliminando y no sé ni cómo me pude librar del interrogatorio de mis primas, ambas suelen ser muy intensas cada que se lo proponen.

La verdad siento un poco de culpa por haber estado tan borracha ese día, pero lo que más me molesta es que él ni siquiera sé a tomado la molestia de llamarme y en realidad no sé por qué me molesta, Matteo no tiene la responsabilidad de llamarme, solo es algo que ocurrió a causa de unos tragos de más y debería de olvidarlo.

—Aitara —chasquea los dedos frente a mí, trayendo mi conciencia a la realidad—. Te dije desde ayer que quiero hablar contigo sobre algo.

—Cierto, lo siento es que ando con la mente en todos lados —toma mi mano—, dime.

—Yo... es que es algo muy importante, algo que llevo guardando hace mucho tiempo —toma mi mentón obligándome a verlo a los ojos—. Pero no te lo diré aquí, ¿podríamos vernos en mi casa esta noche?

—Claro, ahí estaré —quisiera sonreír, pero las emociones fingidas son algo que no me van y para ser sincera no tengo ganas.

Adoro a Eros, pero tengo otras cosas en la mente, y si asistiré a su casa esta noche es por el aprecio que le tengo porque si se tratara de alguien más me quedaría encerrada en casa.

—Por cierto, tenemos una exposición de arte pendiente, hoy —carajo, había olvidado la exposición. Al fin algo me saca de mi estado distraído y por fin sonrío de boca cerrada—. Sabes que, mejor no vayas a mi casa, pasaré por ti y te lo diré en la exposición.

—Vale, vale —esta vez sí sonrío—. Nos vemos en un rato, entonces.

Me pongo de pie despidiéndome solo con una sonrisa de boca cerrada y abandono el establecimiento. Debo ir a la empresa familiar porque hoy vendrán mis abuelos a una junta con no sé quién y Zaid y yo debemos asistir.

Tomo el gafete y bajo del coche, lo coloco en mi chaqueta donde es visible para que me dejen pasar, la seguridad aquí es enorme y aun en todos estos años no entiendo el por qué.

Al subir a la sala de juntas no entro, los gritos que se escuchan en el interior me preocupan. Es la voz de mi abuelo la que resuena en todo el lugar mientras hay sollozos en un tono bajo y podría jurar que son de mi madre.

Mío.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora