10. Kést

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Podré estar volviéndome loca, pero estoy segura de que me miran

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Podré estar volviéndome loca, pero estoy segura de que me miran. Estoy segura de que él me mira. Podría detenerme o mirar hacia atrás sin previo aviso para confirmar si en verdad me sigue, pero vamos, si las cosas son tan tétricas y confusas como me las pinto Mer, no me conviene hacer eso. Y tampoco me conviene hacer lo que voy a hacer, pero en mi defensa si hay gente en los alrededores de las gradas.

Llego a las gradas del campus que están al aire libre —he de añadir que no las únicas gradas, pero que estuviera aquí me pareció lo más lógico, teniendo en cuenta que son las que están más cerca de la cafetería— y hecho un vistazo a los alrededores.

—Vamos, ¿dónde estás? —murmuro para mí misma, cuando una sombra se cierne sobre mí.

Me giro sobre mis pies solo para encontrarme con un sujeto envuelto en un suéter mangas largas de lo que parece ser poliéster. Sus ojos, de un verde claro, se encuentran entrecerrados en mi dirección.

—¿Buscas a Axel?

—¿A quién?

Él arruga su nariz. —A Axel. El chico amarillo.

Mi cerebro trabaja lo más rápido que puede para intentar descifrar de qué rayos me habla el sujeto, pero no puede. Simplemente el chico está loco.

—Lárgate, Liam. No lo busca a él.

Esta vez el que parece desconcertado es el tal Liam. Mira sobre mi hombro, de donde proviene la voz, y luego sonríe.

—¿Nueva muñeca?

—Vete.

El chico del suéter de poliéster se marcha, molesto, entonces el chico que —ni siquiera sé quién es para que el chico haya huido así de rápido— se pone frente a mí, ahora dejándome ver que es el pelinegro de lentes de sol y abrigo de lana que Polly me definió.

—Astrid —él menciona mi nombre a manera de saludo.

—Mi foto —exijo casi de inmediato.

La comisura derecha de su labio se alza, pero la sonrisa nunca termina de surgir.

—¿Puedo hacerte una pregunta antes? —no quiero aceptar, pero termino cediendo por el simple hecho de que me da curiosidad saber qué preguntará y por qué mintió sobre el hecho de conocernos, porque está más que claro que a él jamás lo he visto en mi vida—. Antes saca tus manos de debajo de tu blusa. La vista me gusta, pero no creo que sea el momento.

Bajo la vista a mi abdomen, ahora expuesto porque estoy enredando mis manos en mi blusa —supongo que por el nerviosismo— y luego de soltarlas y alisar la tela de esta, suelto un suspiro y levanto mi cabeza para poder verlo a los ojos.

—¿Por qué mentiste acerca de nosotros? —pregunto sin rodeos.

—Aún no he hecho mi pregunta —él me recuerda. Parece extrañamente tranquilo teniendo en cuenta la situación en la que estamos.

Perfecta atracciónWhere stories live. Discover now