3. Wenderwall, casa del diablo

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—¿Eh?

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—¿Eh?

—Tenemos que devolver el auto. Y pronto —murmura Anna, sacando su teléfono móvil solo para darse cuenta de que su batería está muerta.

—Pero...

—Nada de peros, por favor. Tenemos poco tiempo. ¿Qué hora es?

Miro mi móvil. —Las doce y cuarenta y cinco.

Anna asiente con pesar mientras intenta pensar en algún plan. Yo, por mi parte, termino de formular mi antigua idea.

—Pero podríamos hablar con él y decirle que no sabemos cómo terminamos dentro de su auto... Tan lejos de su casa... —Anna me mira en silencio—. Vale, es una pésima idea. Lo admito. Pero ¿qué más opción tenemos? Ni siquiera sabemos dónde vive como para pensar en dejar su auto ahí y huir.

A Anna se le iluminan los ojos.

—Yo conozco a alguien que sí. Tu teléfono —me pide. Cuando se lo entrego, ella marca un numero con rapidez y luego lo coloca en su oreja. Después de un par de segundos, ella sonríe—. ¡Hola, Jamie! Bien, bien. ¿Y tu hermano? ¿Puedes pasármelo? ¡Kyan! Eeh, hablaremos de eso más tarde. ¿Puedes hacerme un favor? Te lo diré en la plaza de Wenderwall en quince minutos.

Anna me pasa mi teléfono con una sonrisa en la cara.

—Sube al auto. Ya tenemos guía.

· I · 

—¿Estás demente? ¿Para qué quieres ir a ese departamento?

—Para solucionar un pequeño problemilla... —Anna sonríe con inocencia.

Antes de llegar con el tal Kyan, escondimos en auto a un par de cuadras de aquí. Desde un principio pensé que era mejor llevar el auto a la universidad, pero Anna me explicó un pequeño detalle: La universidad está llena de cámaras, a diferencia de las desiertas y descuidadas calles de Wenderwall.

—No.

—Kyan, pero si ni siquiera...

—No te ayudaré si no me dices.

—Yo... Kyan, ¡¿acaso estás chantajeándome?!

Él chico se encoge de hombros.
—Me parece un trato justo.

Anna frunce sus labios y luego bufa.

—Bien, pero si te digo tendrás que ayudarnos.

Los ojos castaños de Kyan caen en mí, curiosos, y luego vuelven a la pelirrosa.

—¿Tiene que ver con ella o con las dos? —Anna nos señala a las dos—. Bien, pero tú no entrarás a ese departamento.

La pelirrosa se voltea a verme.
—¿Te parece justo? —yo asiento. Después de todo, fui yo la que robé el auto—. Trato hecho.

Perfecta atracciónWhere stories live. Discover now