Capítulo 17: Cuentos para dormir

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El día diecisiete fue uno de esos que empiezan increíblemente bien y terminan siendo los peores que te puedes imaginar. Creo, sin duda alguna, que fue uno de los días más terribles que viví jamás.

No recuerdo como me levanté. No sé si Wooyoung seguía a mi lado o si había ido a desayunar con los chicos. Ese día fue nublado por una gran tormenta de dolor que no me permite ver claramente a través del cristal de los recuerdos. Tampoco sé si los seis comimos juntos, o si uno estaba ausente. Lo único que sé es que, al terminar, Yunho se sentó a mi lado.

¿Podemos hablar, San? - Habló en voz baja. Se estaba mordiendo el labio nerviosamente y sus ojos estaban algo cristalizados.

¿Puedes esperar un poco? - Me negué, ya que Wooyoung y yo queríamos estar a solas en la habitación.

Yunho asintió con dificultad y suspiró. Él se quedó en el salón, pero yo me fui a mi cuarto. En el corto trayecto, pude ver a Yeosang parado en la puerta de su habitación. Él me miraba fijamente y con aparente serenidad, pero algo de su mirada me causó un escalofrío que no pude explicar. Su vista me siguió hasta que me perdí dentro de mi cuarto, y rápidamente lo olvidé al ver a mi esposo sonreírme.

Le sonreí de vuelta y me metí bajo las sábanas junto a mi él. Sus brazos envolvieron mi cintura y sus labios se presionaron contra mi cuello.

Te amo. - Me dijo con dulzura. No recuerdo muchas cosas de ese día, pero sí cada una de las palabras que dijo a continuación. - Si me dieran a elegir qué vida quiero vivir, elegiría esta y no le modificaría absolutamente nada. Fue corta, imperfecta, dolorosa y complicada, pero tenerte ha hecho que todo eso valga la pena, Sannie. Y sí, sé que pronto vamos a dejarnos ir, pero no me siento triste por eso. Estoy feliz porque la vida me ha dado la oportunidad de tenerte tanto como me fue posible. - Él suspiró. No estaba llorando, sino sonriendo, lo cual amaba en él. - Gracias por existir.

Me incliné de inmediato y lo besé.

Creo que el que debe agradecer soy yo. - Le respondí. - De pequeño me hablaban de príncipes y princesas, cuentos de hadas, chicas perfectas... No eres lo que esperaba, Wooyoung. Eres mil veces mejor que eso. - Lo abracé, pues me gustaba hacerlo. Él me besó el cuello, pues le gustaba hacerlo. - Gracias por amarme y ser capaz de darlo todo por mí. Gracias por convertirte en mis ojos, mi boca, mi cuerpo y mi corazón. Gracias por protegerme de esos peligros que ni yo sabía que existían. Y gracias por ser tú. Gracias por ser el hombre al que amo. Gracias por amarme. Gracias por permitirme vivir junto a ti tanto como la vida nos lo permitió.

Ambos sonreímos y nos besamos en aquella cama que ya era nuestra. Wooyoung me cantó una canción. Luego yo le canté una mientras acariciaba su cabello, y me enternecí al notar que comenzaba a dormirse entre mis brazos.

¿Puedes contarme una historia? - Me susurró con nuestras piernas entrelazadas. Asentí entre sus brazos y dejé que mi mente trabajara.

Había una vez un príncipe y un mercader. - Comencé. - Ambos se amaban más de lo que te puedes imaginar, y solían creer que serían felices para siempre. El mercader trabajaba duro durante las noches con el objetivo de darle regalos al príncipe, pues creía que se este merecía las cosas más hermosas del mundo. El príncipe, mientras tanto, recolectaba flores en su gran rosedal para regalárselas a su amado, pues pensaba que este se merecía el mundo entero. - Sonreí al sentirlo relajarse entre mis brazos. Predentí que se había dormido, pero aun así continúe. Tal vez yo también necesitaba escuchar una historia. - Pero el pueblo no entendía su amor y estaban celosos de ellos, así que decidieron acabar con los dos. Fue así como un día, justo cuando ambos dormían, se juntaron para incendiar la entrada de la cabaña en la que ellos dormían. Cuando ambos despertaron, supieron que ya no había escapatoria, así que solo se abrazaron y esperaron a que el humo los ahogara y el fuego los quemara. - Hice una pausa para sorber por la nariz. ¿Por qué lloraba? ¿Por qué mi corazón dolía? - Pero como su amor era tan grande, los Dioses decidieron que ellos debían seguir juntos. Es por eso que, durante las noches, el mercader vuela para buscar estrellas en el cielo y baja en forma de estrella fugaz para entregárselas a su príncipe, quien lo espera con todas las flores que ha recolectado en el prado. Y siempre, cada vez que se ven en su cabaña, su amor aumenta un poco más.

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