IV

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Phantidae, un satélite cuyas condiciones propicias permitieron la existencia de vida primitiva, albergó pequeñas criaturas mamíferas con trompas, curvados lomos y peludos cuerpos, adaptados a su frío clima. Estas criaturas florecieron en armonía durante un tiempo, llenando el lugar con su presencia, hasta que un día, una siniestra sombra se cernió sobre el horizonte. Los cielos que antes se teñían con suaves tonos de rosa y naranja se volvieron rojo óxido con la llegada de invasoras naves.

Una raza alienígena, bajo el mando del despiadado General Impositio, una criatura bovina de casi tres metros de altura, con gruesos cuernos y ojos que ardían como brasas, aterrizó en el pacífico satélite que orbitaba el mundo de origen de estos invasores, llevando consigo una misión cruel y avasalladora.

Los Phantidaenos, seres de naturaleza pacífica y mente sencilla, jamás habían enfrentado una amenaza de esta magnitud en su largo proceso evolutivo. Los alienígenas bovinos, con su poderío y tecnología avanzada, barrieron a través de los campos, destruyeron aldeas y sembraron el caos en cada rincón del planeta. Los Phantideanos no tenían más opción que huir y buscar refugio en las profundidades de las cuevas y los pequeños bosques.

Cada Phantideano atrapado por los invasores enfrentaba un destino desgarrador; algunos eran sometidos a tortuosos experimentos con el fin de estudiar su anatomía, mientras otros eran cruelmente arrebatados de la vida para servir como alimento a los invasores. La esperanza parecía desvanecerse en la oscuridad, hasta que un día, cuando la opresiva sombra de los toros se hacía más ominosa que nunca y la esperanza parecía haber abandonado Phantidae, una luz intensa y brillante rasgó el cielo rojo. Esta luz se expandió y tomó la forma de un arco, de donde emergió una figura que brillaba con casi la misma intensidad. Con un salto majestuoso, aquello aterrizó en la tierra, levantando una nube de polvo a su alrededor.

Ante este celestial fenómeno, tanto los Phantideanos como los bovinos invasores detuvieron su marcha, sus rostros reflejando asombro y desconcierto. Cuando el polvo se disipó, la imagen de Aldan, sosteniendo valientemente su espada y manteniéndose firme en posición de batalla, creó un silencio que fue quebrantado por la risa burlona del General Impositio.

—¿Y de dónde salió esta diminuta criatura? —Hablo entre bufidos en un idioma que Aldan conocía a nivel básico cuando lo aprendió en el castillo. —¿Alguien sabe cómo quedaría mejor cocinado?, ¿A la parrilla o en el horno de ultrahondas? —Se rió a carcajadas mientras se sujetaba el vientre con sus pezuñas.

—Lo único que probarás será el filo de mi espada. —Aldan advirtió en un dialecto que al principio sonó incomprensible para el general, pero luego el Principe cobró impulso y corrió hacia él, asestándole un poderoso golpe con su espada. Sin embargo, la armadura del general era tan gruesa que apenas logró hacerle una rayadura provocando un desagradable chirrido metálico que hizo retumbar los dientes de los presentes.

—Eres carne en la parrilla. —El general gruñó entre dientes antes de propinarle una patada a Aldan, quien voló varios metros más allá y cayó al suelo, levantándose con esfuerzo.

—Eres fuerte, —Reconoció Aldan. —Esto sí que será interesante. —Su cuello tronó cuando lo enderezó, estiró sus hombros y se preparó para la batalla.

Unos metros más allá, el General Impositio, a pesar de su ferocidad y su armadura intacta, quedó asombrado al ver a Aldan levantarse tras un golpe que fácilmente podría haberle separado la cabeza del cuerpo. Su voz no titubeó cuando dio la orden:

—¡Atáquenlo!

El campo de batalla retumbó bajo los pesados cascos de los bovinos, que obedecieron la orden de su general y avanzaron hacia Aldan con la intención de acabar con él. 

Rodeado por sus enemigos, Aldan posicionó el mango de su espada a la altura de su cabeza. En un acto que parecía mágico, seis réplicas de Aldan se materializaron, listas para enfrentarse al ejército invasor. El aire estaba cargado de tensión mientras en Principe del Mundo Utópico y sus reflejos se batían en duelo mortal con los bovinos en una danza letal de espadas y armas de metal.

Por otro lado, el General Impositio se alzaba como una montaña de músculos y furia, buscando al verdadero Aldan entre sus clones. Un golpe inesperado en su espalda lo hizo girarse y enfrentarse a un Aldan que no perdió tiempo en lanzarse al ataque con sorprendente habilidad y agilidad. El General Impositio resistía los golpes, bloqueándolos con su imponente martillo. Por un instante, sus miradas se cruzaron, reconociendo la destreza del otro.

Justo cuando el General estaba a punto de ceder debido al sudor que le empapaba las pezuñas y no le permitía sostener su arma contra los impactos de Aldan, uno de los bovinos del ejército de Impositio atacó al Príncipe por sorpresa, golpeándolo de manera precisa. El golpe hizo que la mano de Aldan soltara su espada, que salió volando hasta caer en el suelo, fuera de su alcance.

Cuando Aldan se disponía a correr para recuperar su espada, el General Impositio golpeó su martillo contra el suelo con la última reserva de fuerza que le quedaba. Esto generó un campo de electricidad que recorrió el suelo hasta alcanzar tanto a Aldan como al bovino que le había ayudado a atacar al Principe. Ambos cayeron al suelo, sufriendo espasmos debido a las descargas eléctricas que atravesaban sus cuerpos.

—No sé de qué planeta vendrás, pero en este universo, yo soy el más poderoso —gruñó Impositio mientras otro golpe sacudía el suelo, haciendo que la mano de Aldan quedara extendida en el aire mientras se arrastraba por el suelo en busca de su espada. —¡Te aplastaré como el insignificante insecto que eres! —El General Impositio alzó sus brazos, listo para descargar su pesado martillo sobre Aldan. En ese momento crítico, uno de los reflejos en forma de conejo que había acudido en ayuda de Aldan agarró la espada y se la lanzó de vuelta lo que le permitió a Aldan activar su escudo justo antes de que el golpe de Impositio impactara sobre él. Los rayos electromagnéticos se reflejaron en el escudo y alcanzaron a Impositio, dejándolo momentáneamente inmovilizado debido a la descarga eléctrica que recibió de su propia arma.

Sin perder un solo instante, Aldan se puso de pie en un salto ágil y, con determinación, alcanzó una altura considerable en el aire desde donde localizó a su aturdido oponente. Apuntando su espada al cuello del General, que todavía estaba desconcertado por la súbita desaparición de Aldan de su vista, el Príncipe cayó sobre él como un misil. La hoja de su espada atravesó el dorso de Impositio, quien resistió mientras su vida se derramaba. Intentó desesperadamente volcar patadas y dar movimientos bruscos para derribar a Aldan, quien se aferraba firmemente a los cuernos del General. Entre las vueltas frenéticas, el techo de un pequeño refugio Phantideano voló lejos, desprotegiendo al inocente ser que permaneció inmóvil ante la impactante escena. Aldan no pudo prevenirlo; cuando el cuerpo de Impositio finalmente cedió, cayó sobre el frágil ser, aplastándolo.

El Príncipe terminó arrastrándose de espaldas por la arena debido al impacto del pesado cuerpo inerte de impositio contra la tierra. Cuando finalmente se levantó y observó la devastadora escena, esperando un milagro, pudo ver la pequeña trompa del Phantideano dar su último alarido antes de desplomarse en el suelo. Su alma se desprendió y se desvaneció con aquel último suspiro.

El príncipe Aldan quedó momentáneamente paralizado, con la mirada fija en la escena que se desarrollaba frente a él. Una criatura inocente había perdido la vida por su culpa. 

Su alma estaba condenada.

El Amor que Mueve al SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora