III

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Canis nunca habría imaginado que sería merecedor de un destino tan grande como el de ser el Querubúin Guardían del Color Negro. Cuando su corazón fue sometido al juicio de la gran balanza y demostró ser puro y digno de un lugar en el Castillo del Jardín del Edén, no pudo evitar sentir que debía tratarse de algún error.

En vida, no fue un monje devoto ni un ser iluminado que guiara a las masas con su estilo de vida epicúreo. Tampoco ostentó el título del más sabio o logró hazañas heroicas de importancia. Fue, simplemente, un niño nacido en circunstancias humildes, cuyos padres optaron por abandonarlo en lugar de quedarse a su lado.

Aquellas dudas solían atormentarlo en su camino: Cómo podían haberlo elegido para servir en el Castillo, cuando ni siquiera sus propios padres lo habían considerado lo suficientemente valioso como para quedarse con él.

El día en que murió, sus pasos vacilaban y se dirigían con incertidumbre hacia el lugar donde todas las almas convergían, mientras le imploraban por clemencia a la entidad que aguardaba cerca del manantial, lista para pronunciar su juicio. Al llegar a su presencia, Canis cayó exhausto ante la divina imagen de la entidad que sostenía la balanza. Esta entidad, de voz serena, habló con él, logrando que los gemidos de las almas en tránsito se extinguieran en un silencio sepulcral a lo largo y ancho del valle.

—Levántate y endereza tu espalda, —le dijo la sombra alada que usaba un pañuelo rayado envuelto en su cabeza que caía en dos tiras hasta sus caderas. —Canis, hijo de las estrellas, has demostrado una valentía y lealtad inquebrantables en cada paso de tu viaje por la vida. Has superado desafíos que pocos pueden comprender y has mantenido tu corazón puro en medio de la adversidad. Tu devoción y fuerza interior te han guiado hasta aquí.

Los ojos de Canis se encontraron con los profundos orbes que lo observaban atentamente mientras él recuperaba su compostura. Su rostro reflejaba un asombro sincero.

—Debe ser un error... —Soltó con temor de faltar el respeto a la dignidad de aquella figura. —Llevo en mi alma un dolor que no se logra borrar por más que pase el tiempo.

—Mi balanza es justa y honesta, —Repuso ella. —¡No te engañes!, es mentira que el tiempo cura todos los males del dolor, aún así tu corazón ha sido pesado y has demostrado ser puro para servir en un lugar más allá de este abismo. Ahora, tu camino será guiado.

En un instante, como si un rayo hubiera caído del cielo, la niebla se apartó para revelar una escalera iluminada por sí misma que conducía a una puerta en lo alto. Las demás almas se agitaban y se arremolinaban intentando llegar a ellas, pero estaban atrapadas en sus propias lamentaciones, como si sus cuerpos se hubieran fundido y adherido al suelo del valle.

—Vete ya. No te detengas por más tiempo. —Ordenó la figura y Canis no dudó un segundo más en avanzar. Dio un primer paso y luego miró a lo alto y después a aquella figura que con silencio y gracia asintió indicandole que aquello era así, porque era lo correcto.

Canis ascendió por la escalera hasta llegar a la puerta, que se abrió de par en par, irradiando una luz tan deslumbrante que tuvo que proteger sus ojos. Luego, una sala se reveló ante él cuando entró. Se sumergió en ella, llevado por el asombro y la curiosidad. Escuchó como la puerta se cerró a sus espaldas pero al mirar hacia atrás vio que esta ya no estaba allí.

Miró a su alrededor, analizando el lugar en el que se encontraba, quedando completamente maravillado por la gran suntuosidad de lo que tenía ante sus ojos. En vida, jamas había visto algo similar.

Las paredes de aquella sala eran de un suave amarillo que parecían haber absorbido secretos y conocimientos a lo largo de siglos, estáticos en el tiempo. Grandes ventanales de vitrales vertían la luz del día sobre columnas de mármol pulido con figuras esculpidas. Cuadros colgaban de las paredes, cada uno contando su propia historia. Retratos de valientes caballeros derrotando bestias demoníacas, escenas de batallas épicas y paisajes de tierras lejanas en lugares que Canis jamás conoció en vida. Sin embargo, Canis no se detuvo mucho tiempo en los cuadros cuando notó la presencia de dos hombres de metal, e intentó hablar con ellos.

El Amor que Mueve al SolМесто, где живут истории. Откройте их для себя