Uno

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—Muy bien, Armando, ¿puedes decirme en qué puedo ayudarte? ¿qué es lo que te trajo aquí el día de hoy? — la morena habló suavemente mientras sostenía una pequeña libreta en su mano derecha y una pluma rosa en su mano izquierda.

—Sí Armando, dile —una sonrisa divertida creció en el castaño que lo miraba atento.

Armando bufó dándole una mirada de molestia —shh.

La chica frente a él arqueó una ceja confundida —¿disculpa?.

—Eh... lo siento, doctora, creí ver un mosco, decía shh —fingió ahuyentar algo con su mano y esto hizo que su acompañante carcajeara, a él no le causó la misma gracia.

—Bien, no te preocupes, toma tu tiempo para pensar en tus emociones, traeré un poco de agua por si gustas —se puso de pie y caminó a pocos metros de la sala para buscar la charola con su jarra de agua.

—Es linda y parece buena, pero necesita una secretaria, podrías prestarle alguna de todas las de ecomoda...

Armando entrecerró los ojos con fastidio —es insoportable, Mario ¿podría irse al menos un rato? quiero tener esta sesión de manera privada de verdad —el azabache susurró casi rogando.

—Bien... bien, pero me contarás todo cuando salgas ¿no? —le hizo un puchero.

—Si vuelvo a verte sabes que sí.

Mario sonrió nuevamente divertido —claro que lo harás.

La doctora volvió y antes de sentarse de vuelta a su asiento dejó en la mesita de centro aquella charola —aquí está, puedes tomar un vaso si te apetece, ¿estás listo?.

Armando la observó y luego volvió su mirada a Mario, ya no se encontraba en su lugar, suspiró aliviado y luego asintió hacia la doctora.

Antes tomó un vaso y sirvió un cuarto de agua, dió un trago y procedió a contar su historia —todo empezó hace 3 meses...

[...]

Armando entró a su departamento y antes que cualquier otra cosa exclamó llamándolo —¿Mario? —esperó unos segundos y cuando no recibió respuesta suspiró aliviado aunque sin dejar de sentirse triste, así siguió el camino a su habitación.

Después de quitar sus zapatos, se despojó de su suéter y finalmente de su corbata, procedió a echarse en su cama y simplemente se quedó en silencio admirando al techo.

—¿Y cómo le fue?.

Pegó un pequeño brinco de sorpresa cuando el castaño apareció de repente a su lado, estaba acostado viendolo atento con una pequeña sonrisa.

Armando pasó una mano por su cara, frustrado —Le he dicho que no haga eso, hombre...

—Perdón... —este puso su mejor cara de perrito regañado y acercó su mano al cabello del otro.

—Está bien, ridículo —Armando volvió su mirada al techo.

—¿Qué tiene? —Mario lo inspeccionó con la mirada— ¿qué le dijeron?.

—Nada, lo que ya sabía —suspiró entre risas molestas— ¿por qué no puede solo desaparecer para siempre?, déjeme en paz.

Mario no dijo nada.

—Es ridículo, es increíblemente absurdo —Armando apretó su cabello desesperado y sus ojos comenzaron a cristalizarse— ¡diga algo! usted tiene la culpa de todo, ¡es un idiota!.

Mario asintió en silencio.

—Siempre es un inoportuno, lo fue aquella vez que nos conocimos ¿recuerda cómo me hizo llegar tarde a esa clase importante cuando nos conocimos? —habló con rabia, las lágrimas comenzaban a salir— oh, y cada vez que me hizo reír en una situación importante... o cuando estaba hablando con esa gringa linda y usted llegó a interrumpir, el día que terminó siendo nuestro primer beso, siempre, ¡siempre un maldito inoportuno! —Armando terminó por romper en llanto.

Mario lo abrazó, lo abrazó tan fuerte como pudo —perdón... —le susurró y dejó un pequeño beso en su hombro cuando el contrario se escondió en su pecho.

Armando se aferró a él por unos segundos pero de pronto se alejó dando golpes contra su pecho —no, no le perdono nada, ¡no le perdonaré nunca esto!.

El mayor no hizo nada por apartarse.

—Me dejó y luego volvió como si nada, lárguese y no vuelva, lárguese ya y déjeme vivir en paz ¡por dios! —Armando gritó, las lágrimas no paraban de brotar.

Escondió la cara contra su almohada y siguió llorando.

Mario solo se fue.

YouWhere stories live. Discover now