𝟓. la última posesión

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One Shot ganador de la categoría C en el XV certamen de narración deportiva palentino.

Se acordaba de haber visto a su hermano jugar por primera vez cuando apenas tenía siete años. Recordaba bien que se le acababa de caer el paleto de la izquierda y su madre le había dicho que, si no los acompañaba a su padre y a ella al primer partido en el que Martín jugaría de titular, el ratoncito Pérez no vendría a por su diente y jamás le volvería a salir.

Con una mueca horrorizada, sus intenciones pasaron por diversas fases típicas de la rabieta de una niña: de gritar y llorar como poseída por Belcebú, a ponerse roja de no respirar y negarse a moverse de su cama antes de aceptar que su madre le vistiese de morado para ir al pabellón "Campos Góticos" en coche.

Recorrieron todo San Antonio y la zona exterior de El Cristo antes de atravesar el barrio de San Juanillo para aparcar frente a La Inmaculada, todavía con ella de morros. Cabe destacar que sus padres estaban al límite (sopesando dejarla sin la propina del ratoncito Pérez).

Pero, cuando entraron en el recinto deportivo, toda la situación familiar cambió.

Vale, no era un Real Madrid-Barça desde las filas bajas del Wizink Center, pero tampoco es que Leire tuviese nada con lo que compararlo.

Las luces del marcador, encendidas, pero sin los números en rojo destelleando sobre la pantalla, la música a tope en los altavoces con el "Bienvenidos" de Miguel Ríos metiéndosele en las venas; y los adolescentes y padres animando a los jóvenes jugadores sobre la cancha.

Miles de estímulos llegaban hasta ella de todas partes: sus padres saludando a los de Adrián, un amigo de su hermano Martín que jugaba con él en el Club de Baloncesto Palencia; los coros del "a por ellos" y el "oé oé oé" desde varias partes de las gradas; los botes de las decenas de balones sobre la cancha, sobre el tablero...; el sonido de fricción de las botas de los jugadores al moverse, saltar para tirar, deslizarse al buscar un hueco de pase...

Al inicio del partido todas las emociones comenzaron a hacerse más intensas. La tensión de ver a los quintetos que iban rotando moverse de un lado a otro de la pista a la velocidad que lo hacían, los tiros y el instante de adrenalina por ver si era canasta o no, los choques, las faltas, las canciones de ánimo de familias y amigos...

Ese día, Leire se enamoró del baloncesto. Y jamás estuvo tan agradecida de que sus padres le hubiesen hecho tener una rabieta como aquel día.

A partir de entonces, todos los días que podía, se arrastraba hasta la habitación de Martín, para suplicarle que le enseñase a jugar como lo hacía él.

Al principio la respuesta de su hermano fue la que todo adolescente de quince años en su sano juicio daba por sistema: "no", "ni de coña", "pero si eres un hobbit", "te aplastarían como a una chincheta", "anda, pero si la canasta te triplica en altura" ...

Pero al ver que, a pesar de todo, Leire no desistía en su propósito de aprender a jugar al baloncesto, el jardín empezó a ser ocupado por los dos en un abrir y cerrar de ojos.

Claro, que aquello fue toda una odisea. Porque conseguir que una cría de casi ocho años coordinase sus movimientos para atinar a la canasta parecía trabajo de dioses desde los ojos del quinceañero.

Pero, dándole tiempo al tiempo, la cosa fue llegando, como un tren a su estación. La niña incluso empezaba a poder tirar con la defensa de su hermano sin agobiarse.

El tiempo pasó desde ese entonces, sin que Leire abandonase las tardes en el jardín jugando con su hermano. Le acompañaron desde su primer examen suspenso; desde su primera discusión fuerte con su mejor amiga; desde su cambio desde su colegio, el Tello Téllez, hasta el que sería su nuevo instituto, el colegio Filipense Blanca de Castilla.

¡! 𝐃𝐄𝐓𝐀𝐈𝐋𝐒 ❞ one shotsحيث تعيش القصص. اكتشف الآن