𝟐. platicando entre jabones

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Apenas tendría 9 años. Iba cargada con la ropa sucia, usada durante toda una semana por su familia, a cuestas en un cesto de mimbre. Avanzaba, con paso calmo, hacia la orilla del río por el camino de grava de su barrio.

Descendió los cinco escalones de piedra, uno de ellos roto por el uso constante de los mismos. Observó alrededor y detrás de sí. Apenas vio a un chico con una carretilla debajo del puente, resguardándose del sol. Con aquella ola de calor no se veía a ninguna madre arrodillada frente al río de La Plata lavando.

Suspiró notándose romper a sudar. Empezó a caminar, sin prisa, pero sin pausa, con curiosidad por ver quién era aquel joven. Al posicionarse a unos cinco metros del chico, de unos 14 años, vio que tenía clavado en la hierba un cartel con un par de palabras escritas, las cuales apenas reconocía como "jabones a 300 pesos".

El chico tenía puesta una gorra con al menos tres parches y un cestillo con unos... 10 billetes de doscientos. En el carrito había unos cuantos huecos entre las pastillas de jabón.

Dejó el cesto en la hierba y colocó, en un hueco hecho en la roca, la tabla de lavar. Buscó entre la ropa un producto similar al que vendía el chico del puente, dándose cuenta de que se le había olvidado en casa.

Buscó algo de efectivo en los bolsillos del delantal que su madre le obligaba a llevar al río para lavar, y encontró dos billetes de 100 y otro de 50. Se acercó al joven, sosteniendo los tres billetes.

-¿Podrías venderme una? No me dejarían entrar en casa sin la ropa limpia -sonrió ella, mostrando la ausencia de los dos paletos en su boca.

-Son 300, no 250 -apuntó el chico hacia el dinero de la niña-. Aunque si me hablas y me haces un poco de compañía podría hacer una excepción.

-¿De qué quieres que te hable? -inclinó su cabeza, haciendo un ademán por coger una de las patillas - Podríamos charlar mientras lavo las cosas, porque tengo para bastante tiempo.

-De cualquier cosa, todo es mejor que el silencio -el chico le dio una de las pastillas a cambio de los correspondientes billetes, dejándolos en el cestillo-. Soy Carlos, por cierto.

-Emilia -dijo ella, sonriendo y mostrando sus huecos en las encías, señalándose con un dedo en el pecho-. Vivo en la casa de la esquina de esta calle. La que tiene las gallinas en el jardín.

-Yo vivo cerca de la fábrica de tabaco. Está a varios kilómetros de la ciudad, pero si sigues el río, no te puedes perder.

-Pero tardarás mucho en llegar - comentó la niña sorprendida-. Y al vivir tan lejos no tendrás mucho tiempo para estar con tu familia. Además, ahora con este calor no baja nadie a hacer las labores al río y estarás bastante rato solo...

El chico se rio sarcásticamente dándose cuenta de que en verdad Emilia lo decía sin ninguna maldad o segundas intenciones. Ella, mientras, no perdía el tiempo y lavaba con esmero unos pantalones con rodilleras en la tabla, enjuagando una y otra vez la ropa en la gélida agua que discurría por el río de La Plata, dejando sus dedos enrojecidos por el contraste.

-Mi padre falleció hace dos años cuando contrajo la gripe. Y mi hermana, que me solía acompañar, está en casa con mi madre aprendiendo a bordar. Aunque ella no quiere-Emilia observo cómo Carlos se mordía el labio inferior mientras cerraba fuertemente los ojos.

-Pero... ¿y por qué tu madre obliga a tu hermana a aprender eso? Si ella no desea coser, pues... que se lo diga y que no lo haga -le dijo Emilia a Carlos mientras fruncia el ceño y cogía una nueva prenda para lavar, esta vez un delantal hecho de trozos de diferentes telas.

-Porque Ana tiene que casarse pronto y, según madre, tiene que aprender a hacer cosas que complazcan a su futuro esposo -añadió Carlos cabizbajo, citando las palabras que una y otra vez recordaba haber oído de los labios de su madre-. Aunque, lo cierto, es que ella no quiere casarse, sino estudiar medicina.

¿Y por qué tiene que hacer algo que no quiere? Las esposas de mis hermanos hicieron sus estudios y consiguieron sus trabajos independientemente de si se fuesen a desposar o no.

-Porque no nos sobra el parné. Y porque mi madre no quiere que haga estudios, al igual que ella no los hizo. Se quedó en el pensamiento del siglo pasado -Carlos se quitó entonces la gorra, abanicándose ahora con ella.

-Pues yo no veo la lógica a casarse sin tener estudios -comentó Emilia, sin entender nada. Sin embargo, estaba claro que la madre de Carlos sí que veía lo positivo de la situación... Si se casaba Ana, su sustento dejaría de recaer sobre su techo, y lo haría sobre el de su esposo. Alimentar a tres bocas es mucho más que alimentar a dos especialmente cuando vas más que justo.

-Eso es totalmente injusto. ¿Y tú piensas pasarte la vida vendiendo jabones? -preguntó Emilia a Carlos frunciendo los labios.

-Mi padre me dejó un fondo para pagar mis estudios -respondió Carlos avergonzado-. Pero, preferiría dejárselo a mi hermana y de esa manera permitir que ella decidiese por sí misma lo que quiere hacer con su futuro. Ahora bien, por desgracia, eso no depende ni de ella, ni de mí, sino de mi madre. Así que la cosa va a estar un poco difícil.

-¡Pero estamos en 1923! Tu hermana debe poder elegir sobre su vida. Y tu madre no tiene derecho a obligar a Ana a vivir la misma vida que ella. Si puede pagar tu matrícula -Emilia cogió el vestido que quedaba sin lavar del cesto. Había terminado en mucho menos tiempo del que pensaba... o el tiempo se le había pasado rápidamente-, debería hacer lo mismo con tu hermana sin hacer distinción entre los dos

-Pero no es así. La gente sin recursos no se puede permitir el lujo de perseguir sus sueños. Se conforma con la idea de que nunca le falte algo que llevarse a la boca. Y mientras mi madre esté aquí, yo no podré decidir sobre el qué hacer con el fondo para la universidad. Y Ana sólo podrá elegir el color del siguiente brocado del próximo tapiz.

-Pero... -la niña frunció el ceño y arrugó la nariz. Hizo una pausa. Su padre siempre le decía que pensase antes de hablar. Que se quedase uno, dos, tres segundos en silencio y después... ya estaría lista para abrir de nuevo la boca o tenerla cerrada-. Pero eso no es justo-acabó añadiendo.

-La vida no es justa, Emilia. Por eso yo tengo que estar vendiendo jabones tan lejos de donde vivo y no puedo ir a estudiar acompañado de mi hermana, como desearía -el joven se dio cuenta de que la niña ya estaba escurriendo la ropa y la estaba doblando para a continuación meterla en el cesto: así que eso significaba que Emilia había terminado su tarea y la conversación estaba a punto de terminar.

-¡Pero deberíamos intentar que la vida, como dices, fuera menos injusta! Mi padre es maestro y todos los días nos enseña a mis hermanos y a mí a sumar, restar, leer, escribir... vamos, lo básico. Si convencieras a tu madre, Ana podría venir a mi casa y así mi padre le podría enseñar también a ella... Esto no se puede quedar así -la niña había acabado de doblar todas las prendas en el cestillo de mimbre. Se lo había colocado bajo la axila derecha, mientras lo sostenía por la parte inferior con la mano contraria. La pequeña estaba tan convencida de poder lograr que aquella mujercita casadera alcanzase su sueño, que Carlos no se atrevió a rebatirla.

-Te espero entonces dentro de una semana en el mismo sitio, debajo de este puente en el río de La Plata -el joven le regaló una sonrisa a Emilia, quién asintió casi al instante, antes de dar un giro de 180º para volver a subir los escalones rotos hacia el camino de gravilla, rumbo a su hogar.

Si ella podía evitarlo, no dejaría que a Ana se le escapase su oportunidad de la punta de sus dedos.

-brxkenbloom 2022™

¡! 𝐃𝐄𝐓𝐀𝐈𝐋𝐒 ❞ one shotsOù les histoires vivent. Découvrez maintenant