𝟑. el fantasma loco del espejo

23 8 26
                                    

—¡James! Espabila, que quiero terminar hoy la mudanza y tenemos mucho por desempaquetar.

Ese soy yo, James. Y también soy el mismo que no se explica el porqué tiene que ayudar a su madre a mudarse cuando no quiere estar en Rumanía.

El lugar es una pesadilla. No conozco a nadie, hace muchísimo frío, echo de menos mi hogar en California, a mis amigos... y que haya wifi y cobertura. Además de que la dichosa casa parece sacada de una peli de terror: estamos en un bosque a 25 kilómetros de la ciudad y parece que en cualquier momento va a salir de entre los árboles el conde Drácula a chuparnos la sangre a mi madre y a mí.

—Mamá, no puedo moverme más rápido —resoplé, cruzándome de brazos—. Tengo congelados hasta los dedos de los pies y todo el cuerpo entumecido por el viaje en avión.

—Cariño, no pongas excusas y date prisa. Que ya nos conocemos.

—Está bien —dije, cortante y desanimado, mientras ponía los ojos en blanco.

Puse una caja entre mis manos y comencé a andar, desganado, y con un temblor en mis brazos por el peso sostenido.

Me encaminé hacia la casa apresuradamente para dejar la caja en el interior de la vivienda.

Cerré por un momento los ojos, mientras arqueaba la espalda para dejar el peso en el suelo.

—¡Hola! ¿Eres nuevo? No te había visto por aquí —se me erizó el vello de la nuca, mientras me erguía de golpe y soltaba bruscamente la caja. Reprimí un grito de sorpresa al sentir la mano de aquella voz desconocida en mi hombro.

Intenté decir alguna palabra coherente, pero lo más que pude hacer fue soltar un balbuceo ininteligible.

—No eres muy hablador, ¿verdad? Soy Jess. Bueno, Jessica. Pero todos me llaman Jess.

Asentí, un poco sonrojado, sin mirar siquiera a la persona que me hablaba, y clavando la vista en la caja del suelo, ahora abierta, y con todos mis libros fuera de ella.

—Oh, vaya. No era mi intención que se te cayeran tus cosas —por lo visto, se había dado cuenta que lo había tirado todo—. ¿Te ayudo a recogerlo? Es lo menos que puedo hacer.

—V-vale... —tartamudeé con dificultad, colocándome las gafas de pasta sobre el puente de la nariz.

Nos agachamos a recoger los libros de la caja y mi mirada se desvió al frente para observar a la tal "Jess" por primera vez.

Hicimos contacto visual y mordí mi labio interior de los nervios. La chica me sonrió y pude comprobar que era bastante guapa. Tenía un pelo extremadamente rubio, largo y liso; una tez pálida; y unos ojos verdes, fríos y calculadores.

Maldita ansiedad social.

—¿Y bien? ¿Esperas una invitación o te presentas solo? —sonrió mostrando los dientes.

Creo que me voy a desmayar.

—B-buen-o... J-ames —sentía un sudor frío recorrer mi frente y una corriente eléctrica por toda mi columna vertebral. Jugué con mis manos, mientras miraba la tapa del libro que tenía entre ellas.

—¿James? Me encanta ese nombre. Por cierto —señaló la portada del libro que ella sostenía— "Muerte bajo el sol" es uno de mis libros favoritos.

—¿En serio? También es uno de los míos. Es de los pocos que me he podido traer, por todo lo de la facturación del avión —los ojos se me iluminaron levemente, mientras me olvidaba de que estaba hablando con ella y no con un amigo de toda la vida.

Me sonrió y pusimos el resto de libros dentro de la caja de cartón y, mientras ella se agachaba enfrente de la puerta para sacar una llave de debajo del felpudo, yo levantaba del suelo el paquete.

¡! 𝐃𝐄𝐓𝐀𝐈𝐋𝐒 ❞ one shotsWhere stories live. Discover now