CAPÍTULO 5

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UNA SEMANA ANTES


Siendo el primer día de clase, esa mañana se preparó y puso el uniforme para luego asistir. No solía desayunar con los demás. Tomaba una pieza de fruta del comedor y leía en el patio hasta que llegase la hora de entrar, como los años previos.

Casi las ocho en punto, bajó de la pared en la que había estado sentada y fue hacia su primera clase: Ataque y Defensa Mágica. Cuando dobló la esquina en uno de los pasillos de la academia, a lo lejos vio a un trío bastante molesto: Dacre y sus dos más fieles lacayos. Continuó andando, tratando de ignorarlos completamente.

Dacre Di Battista tenía muy buena, y mala, reputación. Además de que su familia era una de las más ricas e influyentes en el mundo de los hechiceros, no era precisamente alguien sencillo a la hora de tratar. A lo largo de su estancia en Uvemorth fue el culpable de muchas cosas ocurridas en la academia, pero su posición social le ayudó a librarse de todas ellas. Debido a eso, el año anterior sus padres decidieron que se tomase un descanso, por lo que ahora había regresado para finalizar su último curso. Nadie le había extrañado precisamente.

Pasó por su lado sin hablar mientras tranquilamente comía su manzana y dirigía su paso hacia el aula. Parecía que había conseguido salir de aquella situación con éxito, hasta que la voz de Dacre resonó por todo el pasillo, gritando su apellido.

No paró. Continuó andando, ignorando completamente al rubio y no queriendo problemas. Pero él recordó lo sucedido ayer y vio la necesidad de vacilarle; sintiéndose tentado y queriendo empezar fuerte este curso.

Abrupto, atrapó a Sabine por la muñeca provocando que se detuviera. Tan rápido se giró pudo comprobar que el insensato había decidido ir tras ella. Pero Sabine, a pesar de haberle esquivado, no tenía problema alguno en retarlo.

—¿Es que no oyes cuando te hablan? —dijo con aversión, sin soltarla— ¿Esas orejas no dan para más?

—¿No tienes alguna idiota por ahí a la que engatusar y  así no te oímos durante los cinco minutos que te aguante? —vaciló Sabine.

—Saire, no me toques las narices de buena mañana.

—No las toques tú.

Ambos entraron en una batalla de miradas, desafiándose. Sin temor, ella la sostuvo, esperando a que él por fin se rindiera. Lo cuál hizo segundos después, soltándola al fin y gruñendo en desagrado.

—Eso me suponía, Battista. ¿Por qué no te haces un favor y sigues ignorándome como has hecho hasta ahora? —Dio un mordisco a la manzana, mirando expectante al chico con una ceja enarcada—. Perfecto, ya está todo aclarado —Le sonrió ampliamente de forma falsa justo antes de dar la vuelta sobre sus pies y desaparecer de allí.

Tan pronto llegó a clase, se unió al resto de compañeros. Vladimir Voldoak ya estaba allí, esperando para poder empezar la clase.

—¡Chicos, por favor! —dijo en alto dando unas palmadas—. Todos en parejas, hoy es un día muy especial y diferente.

Al instante, entre un montón de voces, todo el mundo comenzó a emparejarse; algo que Sabine odiaba porque era ya costumbre quedarse sola. Por lo que permaneció en la parte de atrás de la clase.

—¡Battista! Vuelves a llegar tarde. Y vosotros dos también, Pridelash y Noblegaze —les reprendió el profesor, lanzándoles una mirada, mientras entraban, antes de proseguir—: Bien, ahora que estáis todos, hoy vamos a practicar el hechizo prohibido: control sobre el libre albedrío. Como ya sabéis, este hechizo está prohibido en todo el mundo, para todo el mundo, y lo perfeccionó hasta hacerlo letal un mago oscuro, ese que todos conocemos... —Se aclaró la garganta—. La Orden Superior quiere que aprendáis a ser inmunes a este, así no pudiendo ser perjudicados por el mismo. Nos han concedido permiso para utilizar el hechizo con fines educativos, para que, poco a poco con el tiempo, haya menos gente expuesta a el. 

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