CAPÍTULO 1

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Septiembre, 1989





SILENCIO. Era todo lo que inundaba su habitación. Apenas podía oírse el canto de los pájaros esa mañana. Nadie en el pueblo parecía haber despertado aún. La temprana y brillante luz del sol se filtraba por la ventana de su cuarto, iluminando cada rincón de este mismo. La chica, perdida en las vistas que su habitación ofrecía; ausente, en sus pensamientos, mientras sus dedos acariciaban el colgante que siempre llevaba sin importar qué. Incluso sin saber de dónde provino.

Era el día de regresar a la academia un año más; el último. Sabine no estaba precisamente emocionada con la idea, pero una parte de ella se sentía feliz por finalizar esa etapa de su vida y empezar una nueva. Al fin podría dedicarse a aquello que tanto adora.

Tenía sus maletas desde el día previo listas, así que tenía el tiempo desocupado hasta regresar a Uvemorth una vez más, como Finnick Ivile le había informado. Lo bueno de vivir en Springshade gran parte de sus veranos era, en su opinión, que la academia estaba, prácticamente, a la vuelta de la esquina. Aunque el espacio tiempo no era algo que pudiese precisamente preocupar a un hechicero. Al menos no en un plano sencillo. Sin embargo, lo no tan bueno era que no usaba el transporte común hacia la academia como los demás alumnos, debido a que ella regresaba antes que el resto de compañeros.

Como director de la escuela, Finnick Ivile, volvía siempre el primero para poner a punto el lugar, para un año más asistir todos aquellos jóvenes hechiceros. Cuando no estaban en Springshade, él y Sabine, estaban en la academia. Era como su hogar al fin y al cabo, para ambos.

Desvió la mirada de la ventana y vagó por su habitación, una vez más sumida en sus pensamientos. Contemplaba sus pertenencias, sintiendo cierta nostalgia por todos los recuerdos que aportaban. Algunos extraños; confusos. Con sus dedos acarició las cartas sobre su escritorio, recibidas de aquellos que podía llamar amigos. Hacía tres semanas que no los veía, o incluso escribía. Observó una que jamás envió. Su remitente, la dirección de la academia, mientras su ceño se arrugaba sutilmente.

Nadie sabía dónde vivía ella, no quería que nadie supiese su situación real —ni inventarse un hogar falso—, por lo que hacía mandar las cartas a Uvemorth; donde sus amigos creían que pasaba los veranos con un tutor asignado debido a su orfandad. Normalmente —aunque era muy poco común dado que solía darse con algún familiar que tomase responsabilidad del menor—, cuando un mago queda huérfano, se le asocia un tutor con el que convivirá hasta cumplir con toda su educación. Es decir, hasta cumplidos los veintiún años.

Sabine no siempre estuvo en Uvemorth. Comenzó en tercer curso, con catorce años, uniéndose así a la academia, y con ello entró en la familia Ophideus. La academia dividía a los alumnos en tres familias respecto a sus aptitudes y personalidad, para facilitar su entrenamiento los cuatro primeros años; iniciándolos en el mundo de la magia. Era un proceso largo, una educación que duraba diez años. Entre ellas, a la que pertenecía Sabine, los más conocidos como astutos y rebeldes. Luego había la casa Lystiteles, los que basaban su inteligencia en aspectos más tangibles. Regían su intelecto en base al conocimiento. Y, por último, estaban la casa Astaphium; quienes destacaban por su valor y humildad.

A través del tiempo, los nombres adoptaron forma, quedando: Ophidia, Lystelio y Astaphio.

No obstante, todos recibían el mismo trato y educación. Y no siempre se dividió en casas. Fue a través del tiempo que, gracias a un estudio, vieron que obtenían mejores resultados si los agrupaban al principio y luego iban integrándolos entre ellos. También, para asegurar que ese proceso surgía correctamente, añadieron clases de Filosofía; basadas en enseñar principios, en sacar la mejor persona de cada uno y evitar que alguno desarrollase tendencias maléficas y se convirtiese en un mago oscuro. No siempre fue sencillo, y más fe un alumno terminó mal.

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