Capítulo 4

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Aún faltaban varios meses para su trigésimo segundo cumpleaños, el día que Katsuya había descubierto que su alma gemela siempre lo había querido. Eran cerca de las diez de la noche, pero aún no se había movido un ápice del sofá. Reigen dormía sobre su regazo, su respiración acompasada era el único sonido en la quietud de la oficina. Katsuya sonrió. Los leves suspiros iban acompañados de un leve silbidito y, con la boca entreabierta, la saliva empapaba la pernera de su pantalón. Aún dormido, Reigen se revolvió hasta acomodarse sobre su pecho, escondiendo el rostro contra la cara interna del brazo de Katsuya. El cuerpo de su alma gemela se notaba cálido envuelto por su abrazo. Katsuya apenas rozó sus mechones pajizos con sus labios, asustado que el más mínimo movimiento pudiera despertarlo. El pelo le hizo cosquillas en la nariz. Por un momento, Katsuya tuvo que respirar hondo, seguro de que no iba a poder contener las lágrimas.

Por más que lo intentara, era incapaz de dejar de ver las cicatrices que desfiguraban la piel del brazo de Reigen. En algunas partes, las quemaduras casi recordaban a salpicaduras, como una constelación macabra. Las líneas blancas contrastaban contra los parches enrojecidos de piel encallecida.

Katsuya nunca había visto una cicatriz como aquella. Y había llegado a ver muchas. Su adolescencia había sido complicada, con demasiado tiempo entre sus manos y sin nada que hacer. En sus momentos más aviesos, Katsuya había llegado a pasarse horas mirando fotos en Internet. Decenas de cicatrices de quemaduras láser infectadas, reacciones alérgicas, sarpullidos. Algunas eran realmente asquerosas pero Katsuya había necesitado verlo con sus propios ojos; ver el rastro que dejaba romper el vínculo. Pese a todo, aquellas fotos sólo eran las excepciones. Nada había dolido más que leer que el procedimiento era indoloro y poco invasivo. Como si su existencia no valiera más que aquellos dos calificativos. Katsuya se había pasado toda su vida sabiendo que lo más probable era que no quedara ni rastro del nombre que un día había marcado la piel de su alma gemela. Katsuya había estado preparado para asumirlo.

El brazo de Reigen hablaba de una cosa muy distinta.

Katsuya no podía entender cómo alguien había podido hacerle algo así a un crío de diez años. Ni siquiera estaba seguro si tenía derecho a preguntar. Quizá era mejor dejar el pasado enterrado. Los recuerdos de ese día no podían ser algo que Reigen quisiera revivir. Katsuya fue incapaz de reprimir las lágrimas un segundo más. El sentimiento de culpa parecía ir a aplastarlo. Katsuya era incapaz de recordar cuántas veces había maldecido a Reigen en el silencio de su habitación por romper el vínculo.

–¿Serizawa? –La voz de Reigen aún sonaba adormilada–. ¿Qué pasa?

–Oh, Reigen-san, ¿te he despertado? –Katsuya se frotó los ojos intentando disimular las lágrimas–. Lo siento.

Reigen se incorporó con un bostezo y estiró los brazos. El flequillo parecía haber cobrado vida propia mientras dormía. Katsuya no pudo evitar sonreír al verlo con la camisa arrugada y la baba reseca en la comisura del labio.

–Tengo que comprar un sofá mejor si esto se va a convertir en una costumbre. –Reigen se masajeó el cuello–. No tendrías que haberme dejado dormir en posiciones extrañas.

–Pero parecías estar muy cómodo y –Katsuya se sonrojó.

–¿En qué estás pensando? –Reigen se acercó hasta que apenas los separaban unos pocos centímetros.

Katsuya podía observar cada poro de su piel. El momento parecía cargado de una tensión que Katsuya no acababa de entender. El cuello de su camisa le apretaba demasiado. Tuvo que apartar la mirada.

–Puedes mirar, si quieres. –Reigen apoyó la frente contra el hombro de Katsuya–. Si te pones así, sólo vas a conseguir que yo también me ponga nervioso.

Severed BondsWhere stories live. Discover now