Capítulo 8.

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Siento el caliente en mis mejillas y sé que él también lo nota ya que sus ojos se turnan entre ellas y mis labios.

Hago algo que nunca creí, le aparto la mirada y me dedico a recoger lo que utilice echándolo en la basura. Me levanto quedando frente a él que me mira como si nada acabará de suceder.

—¿Quién la ayudará? —Pregunto.

—Si es por mí que se muera.

—Matteo, por Dios, es un ser humano —me acerco más a él y al estar sentado debe levantar la cabeza para verme.

—Es una perra.

—No te refieras así a las mujeres —pongo las manos en mi cintura.

—No la conoces, no la defiendas —intenta tomar mi mano y no se lo permito, sonríe pícaro—. ¿Por qué no mejor recordamos lo qué pasó en Londres?

—¿Qué pasó en Londres? Porque yo no recuerdo nada —miento. Me encojo de hombros restándole importancia.

—Yo lo recuerdo todo —confiesa—. Te puedo ayudar a recordar.

Siento un bajón de adrenalina en todo el cuerpo al ver cómo me mira y podría jurar que tengo mejillas rojas.

—A mí no me interesa recordar, fue un accidente.

—No sabía que los accidentes gimen así —le pego en la frente y sonríe genuinamente. Sé que solo está diciendo esto por joderme y no voy a caer en su jueguito.

—Ya cállate, supéralo, ¿sí? Estábamos ebrios —intenta tomarme otra vez y aparto sus manos—. Dime la razón de que esté aquí.

—Sobre eso...

—¿Qué?

—No me corresponde a mí.

—Dijiste que me lo dirías.

—Sí, pero Madison me lo prohibió —se levanta y abre el closet colocándose una sudadera, la maldita sudadera.

El muy desgraciado me dijo que la había echado a la basura cuando vino a Italia. Mentiroso.

—¿Esa no es...? —La señalo.

—Sí. Supéralo.

—Aww, ves que si tienes sentimientos —echo a reír burlesca—. Y que yo si tengo buen gusto con la ropa.

—¿Me la quito y la quemo?

—Si quieres —le resto importancia.

Se la empieza a quitar y corro a evitarlo, se burla de mí al ver que no lo deje y solo me dan ganas de ahorcarlo con la misma sudadera.

—Yo la compré y yo decido su futuro —lo señalo—. No la quemes, es una reliquia, no puedo creer que todavía te sirva. Y eres un mentiroso, dijiste que la habías botado.

—No es como que haya crecido diez pies en tres años —rueda los ojos—. Y si quería botarla, madre me lo prohibió.

—Qué mentira. Sabina jamás se mete con tu ropa.

Quiero sonreír, pero las mujeres que vi vuelven a mi cabeza. Ahora entiendo un poco por qué dice qué hay cosas que quiere olvidar y ahogar en la heroína.

—¿Qué pasará con esas mujeres? —Investigo.

—Las dejaré ir.

—¿Eso no te mete en problemas?

—Me importa tres hectáreas de mierda, ¿no sabes quién soy? Por sobre mí solo está el Don —sonríe vanidoso—. Mañana estarán libres.

—¿Y el daño psicológico?

Mío.Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang