Capítulo 1

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Katsuya acababa de cumplir nueve años la primera vez que notó el vínculo formándose alrededor de su corazón. Tirado en la cama, jugaba al Pokémon Rojo en su Game Boy. Su madre se la había regalado por su cumpleaños y era lo único que había hecho en todo el fin de semana.

La sensación empezó como una leve presión en el pecho que cada vez le dificultaba más la respiración. Una voz empezó a tararear en su cabeza, como un cántico de sirenas que lloraba su soledad cada vez más y más alto hasta convertirse en un grito desesperado. Katsuya era demasiado pequeño para entender lo que estaba pasando pero el cordón alrededor de su corazón tiraba de él con más y más fuerza, exigiendo que lo siguiera.

La consola quedó abandonada sobre la cama, la canción de ocho bits sonando en un continuo infinito. Sus pies descalzos pisaron el suelo frío. Los pasos de Katsuya casi ni se oían contra el parquet. Apenas fue consciente de abrir la puerta de la calle, vestido sólo con su pijama amarillo con el pantalón repleto de decenas de pequeños Pikachu dibujados.

Las noches aún eran frías los primeros días de abril. De madrugada, apenas se oía el ruido de algún coche lejano. Las estrellas casi ni se intuían bajo el cielo nublado. Los pies, negros y llenos de rozaduras, le dolían tras horas andando completamente descalzo sobre el asfalto.

Katsuya había llegado casi hasta el centro comercial a las afueras de la ciudad cuando su madre al fin lo encontró con los labios amoratados y temblando por el frío.

–¡Tsuya! ¿Estás bien? –Su madre lo abrazó con fuerza, las lágrimas resbalando por sus mejillas y la voz temblorosa–. ¡Pensaba que te había pasado algo! ¡No puedes irte así! ¿Sabes lo preocupados que nos tenías?

–Me llama. –Katsuya apenas la escuchaba, demasiado preocupado por la voz ensordecedora que seguía gritando en su cabeza–. ¿No lo oyes? Está muy solo. Allí.

–Allí no hay nada. –Su madre se giró mirando hacia dónde señalaba Katsuya–. Vámonos a casa, cielo.

Su madre lo cogió en brazos y empezó a arrastrarlo hasta el coche, donde su padre los esperaba con las luces puestas.

–¡Noo! ¡Noo! –Katsuya empezó a gritar y debatirse por huir de los brazos de su madre–. Mamá, tengo que ir. Tengo que ir. ¡Nooo!

A su alrededor, las alarmas de los coches aparcados empezaron a sonar. Un haz de luz violácea los envolvía por completo y los elevaba hasta quedar suspendidos en el aire. Las tapas de las alcantarillas, e incluso las rejas que rodeaban el recinto del centro comercial empezaron a temblar.

–Katsuya, no hay nada. –Su madre intentó tranquilizarlo–. No hay ninguna voz. Nadie te está llamando, es sólo tu imaginación.

–¡Me necesita! ¡Me necesita! ¡No es verdad! Lo oigo –La energía se arremolinaba alrededor de su cuerpo. El mundo parecía haberse teñido de tonos violáceos.

–No es real, cielo. No es real. –Su madre siguió repitiendo una y otra vez. Sus manos acariciando los rizos de Katsuya.

–¡Tanako! ¡Subid al coche de una puta vez! –Su padre gritó abriendo la puerta del copiloto.

–P-pero –Katsuya parecía haber perdido todas sus fuerzas.

El resto de coches cayeron a peso haciendo estruendo de cristales rotos y metal chocando contra metal. Katsuya se desplomó en los brazos de su madre como un peso muerto. Abrazado a su cuello, intentó esconder las lágrimas. Su corazón seguía diciéndole que tenía que continuar pero Katsuya se sintió completamente indefenso. Su otra mitad estaba en alguna parte pero su madre no quería entenderlo.

Severed BondsWhere stories live. Discover now