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Había buscado las maneras más inverosímiles de llegar a él

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Había buscado las maneras más inverosímiles de llegar a él.

Solía recargarme sobre su espalda y me abrazaba a su cuello pero a él parecía no importarle.
Más de una vez me empujó haciendo que yo cayera fuerte golpeando mi espalda contra la pared.
Y lo escuchaba reír frente a mi decepción.
Hice de todo y más. La indiferencia del otro agota, demuele los ánimos y pisotea las esperanzas.

Así fue que de un día para el otro, yo, Park Jimin, dejé de perseguir y de «acosar» al travieso chico, dueño de aquellos enorme ojos negros hipnotizantes.

Éramos niños en aquel momento y a la distancia sigo viendo mis acciones como la de un crío caprichoso que solo quería atención. Que por cierto nunca obtuve porque él, Jeon Jungkook, me ignoró de todas las formas posibles.

El tiempo pasó rápido y aquello quedó en el olvido.

Hoy, a mis veintisiete años me siento fuerte y muy conforme con quién soy en estos momentos. Pude graduarme con honores en la escuela de arte y soy primer bailarín de la compañía de ballet más importante de mi país.
Recorro el mundo en giras interminables que me llevan a conocer gente, idiomas, costumbres y culturas diversas.

Casi diría que soy feliz. Si no fuera que me siento solo y vacío.

¿Qué es ser feliz?
¿No me basta lo que tengo? Fama, dinero, éxito, hombres y mujeres a mi disposición…

No. No me basta.

Quiero más. Quiero amar. Que me amen. ¿Es mucho pedir?

Ya llegará, me digo a menudo, mientras espero.

Radicado por diez años en el extranjero, decidí regresar a mi país. Las palabras de mi madre me taladraron la mente desde que mi carrera despegó:

«Nadie es profeta en su tierra» —decía siempre.

Pero yo había roto esa creencia. Logré ser reconocido en mi Corea natal y brillaba tras mis pasos por donde quiera que fuera.
Mamá murió hace años pero ella pudo ver mi triunfo, y se despidió de este mundo, orgullosa de su pequeño niño bailarín.

La llegada a Seúl fue eufórica, todos los medios cubrieron mi arribo y me fue difícil concentrarme en otra cosa que no fuera dar entrevistas y cumplir con la parte de la carrera que menos me gusta. Mi representante sabiendo mi límite, me estrujó hasta que no di más y después de eso, fui libre de mis tiempos y mis días para hacer lo que deseara.

Cargué el auto con provisiones, tienda de campaña, cañas de pescar y emprendí viaje a las montañas.

Me habían recomendado un sitio muy alejado pero de paisajes increíbles, y hacia allí partí.

Llegué, no armé el refugio porque me gusta hacer vivac, así que, extendí la tienda de campaña sobre el suelo, sin armarla, para contar con una capa extra y más superficie limpia sobre la qué acostarme. Sobre ella desplegué el saco de dormir y casi anocheciendo me arrojé boca arriba a disfrutar del cielo abierto.
Las estrellas parecían titilar a cierto ritmo y me invitaban a bailar.
Y eso hice, no pude evitarlo, es más fuerte que yo. Mis pies le sonreían al pasto fresco y el olor que la menta me regalaba cuando bailaba sobre ella, me transportó, sin frenos, a un éxtasis de sentidos. 

La Carta ~ 𝗝𝗶𝗞𝗼𝗼𝗸Where stories live. Discover now